La historia de Oksana Linde podría alimentar alguna serie de televisión o del streaming, marcada por el drama, la tragedia, los giros inspiradores. Nació en Caracas, en 1948, pero sus padres fueron una pareja ucraniana que huyó de una Europa sumida en la Segunda Guerra Mundial. Superado ese episodio, Linde tuvo mayor suerte y en Venezuela pudo seguir una carrera científica. Sin embargo, el destino quiso que padeciera una especie de Chérnobil personal, no nuclear sino químico: una exposición al mercurio y otros elementos le dañó partes del cerebro y la obligó a abandonar su profesión. Como en esa etapa pasó por dos embarazos, las secuelas incluso llegaron a afectar a sus hijas desde el vientre.
Pero a pesar de esas vivencias de tinte trágico, Linde logró encontrar en la música una forma de refugio y de sanación. Y no cualquier música, pues ella fue una mujer pionera dentro de la escena de la electrónica con sintetizadores en Venezuela. Un espacio que, al menos en ese tiempo, estaba dominado por hombres, razón por la que quizá no recibió la atención que merecía. Hasta que vino otra etapa de silencio, motivada por las presiones económicas. «Yo perdí muchos equipos –confiesa la artista de 74 años–. Tuve que vender varios para cuidar a mi mamá. Por ejemplo, hace 28 años que el Polymoog que usaba para componer no lo tengo en mis manos».
Para suerte suya (y también nuestra), gran parte de las composiciones que ella trabajó a solas –y que nunca pudieron ver la luz– han podido ser recuperadas hace poco tiempo gracias a las gestiones de la disquera peruana Buh Records, que acaba de publicar el primer álbum de estudio de Linde: Aquatic and Other Worlds (1983-1989), una formidable recopilación que reúne piezas de asombrosas texturas y paisajes inimaginables, que nos invitan a emprender un viaje sonoro entre hipnótico y sobreestimulado. Y es sobre este rescate musical, pero también sobre su difícil lucha contra las adversidades íntimas y colectivas, que conversamos con ella.
—¿Cuáles son las razones de fondo para permanecer inédita tantos años?
—Lo que pasa es que no hay oportunidades cuando tienes prioridades. Prioridades como la familia, en mi caso. En aquella época fue muy difícil. Algunos sacaron discos por su cuenta, y alguien me dijo para hacer uno, pero no pasó nada. Además, yo solo quería hacer música y no estaba pensando en un disco. Yo tenía la necesidad porque cuando uno tiene que dejar una profesión que ama tanto, te deja en una depresión terrible. Yo trabajaba en investigación, así que sumergirme en la música fue terapéutico.
—Pero al margen de las cuestiones personales, ¿cree que influyó que el tipo de música no sea tan comercial, y que usted fuera mujer dentro un círculo esencialmente masculino?
—Yo creo que sí. Fíjate, cuando yo estaba en eso también tenía que cuidar a mis hijas. Vimos algo sobre una oportunidad para grabar, pero yo no tenía mucho tiempo. Por otro lado, lo que pude hacer lo hice gracias a hombres. No tenía amigas mujeres que se dedicasen a esto. La mayoría de mis amigas preferían los boleros y otras cosas. Yo sí escuché muchísima música progresiva. Entre mis favoritos están por supuesto Jean-Michel Jarre, Vangelis, Mike Oldfield, el gran Jean-Pierre Alarcen, que tiene una pieza que se llama “Tableaux N°1″, muy interesante y compleja, y Mahavishnu Orchestra. Y sí, sobre el entorno masculino, yo por ejemplo hice música para una adaptación teatral de una obra de Kafka. ¿Y qué pasó? Bueno, no quisiera decir nada en cuanto a los músicos que me rodeaban, pero ellos tuvieron más oportunidades. Porque eran hombres probablemente. Pero no quisiera hacer demasiado juicio al respecto.
—¿Por qué la temática acuática? ¿Qué tan importante ha sido en su vida?
—La primera vez que estuve frente al mar me impactó mucho. No solo la inmensidad, sino también el sonido de las olas. Por otro lado, siempre he adorado los riachuelos, los ríos, aunque no sabría decir exactamente por qué. Quizá porque cuando uno todavía no ha nacido está en un ambiente fluido, líquido, y quizá lo que uno quiere es volver a aquello, para estar fuera de este mundo terrible. Pero no te puedo decir cuál es la razón exacta. Tendría que ser un psicoanalista quien pueda explicar por qué me atrae tanto.
—De hecho, algunas composiciones aluden a lugares específicos. “Orinoco”, por ejemplo.
—Esa es para mí una de mis piezas más importantes. Tú sabes que el Orinoco es un río muy grande, que tiene partes muy tranquilas, pero otras de grandes raudales. Otra pieza clave es “Intromersión”. En el océano hay muchos misterios, muchas cosas por descubrir. En un principio yo quería estudiar Oceanografía. Mis otras opciones eran Química, Física y Biología marina. No estudié Biología porque no puedo abrir animales, no lo soporto. Y al final me incliné por la Química porque también es una de las carreras que más me gustaba. En un primer momento me asignaron a Química orgánica, pero luego pedí Radioquímica. Y es allí donde me intoxiqué. La historia comenzó allí.
Negligencia y perjuicio
Antes de su incursión en la música, Oksana Linde hizo una carrera como investigadora científica que terminó jugándole una mala pasada, debido a una serie de negligencias que desembocaron en una seria afección a su salud. “¿Tú crees que me acuerdo de algo de la carrera? ¡No me acuerdo casi de nada!”, afirma. “Trabajé en el área de biofísica y bioquímica –cuenta–. En la parte donde yo estaba no había tantas cosas tóxicas, pero los laboratorios estaban al lado, y empecé a sentirme mal. Un día tuve un ataque epiléptico y me desperté rodeada de gente. Me sometieron a un tratamiento, pero como estaba embarazada era delicado”.
—¿Pero siguió trabajando?
—Yo trabajé en la parte de preparación de catalizadores para el hidrotratamiento a altas temperaturas de crudos pesados. Los laboratorios tenían campanas de extracción, pero esas campanas no estaban trabajando bien. Entonces también me contaminé con mercurio. Por eso me tuve que retirar a los 33 años. Yo sufrí desmielinización, lo cual se supo ocho años después de que salí. Pero cuando una tiene ese problema, viene un psiquiatra y cree que estás loca. Cuando en realidad lo que tenía era un edema, pero yo no sabía lo que tenía. Hasta que un neuropsiquiatra que sabía de seguridad laboral me dijo “esto hay que verlo bien”. Me hicieron toda la evaluación y mandaron a la Fiscalía porque todos los casos de intoxicación producen un daño definitivo. Y el jefe cuando me veía tan mal me dijo “lo mejor es que te vayas”. Y yo me sentí terrible, pero me tuve que ir.
—¿El tema llegó a judicializarse? ¿Recibió algún tipo de indemnización?
—No, no me dieron ninguna indemnización. Aquí ha habido muchos casos que han sido ocultados. En algunos casos se les indemnizó para que se callen. A mí no me dieron nada, así que puedo hablar. E incluso si me hubieran dado algo, mi derecho también es hablar. Sobre mi caso, el juez superior solo dijo “lamentablemente ha pasado mucho tiempo”. Yo estuve prácticamente dos años llorando todo el tiempo, sin saber que tenía un edema cerebral. Muchos de esos productos solventes producen depresión, te arman un desastre en el cerebro. Hay muchas personas que no tienen idea de a lo que se exponen. Y les dicen “este tipo está medio loco”, pero no es verdad. Muchos se enferman en cuestiones muy específicas: algunos con lesiones que tienen que ver con la comida, otros con los mareos. A mí me pasó con el sueño. Yo desde los 26 tengo que tomar algo para dormir. Más de 40 años tomando clonazepam para poder dormir unas horas. Pero bueno, ya está. En realidad estoy muy bien si pensamos en cómo podría haber quedado.
Entre Kyiv y Caracas
La entrevista con Linde salta de un tema a otro y se interrumpe no solo porque, como ella misma dice, tiende a desvariar debido a sus secuelas cerebrales ya relatadas. También es una conversación accidentada por los cortes eléctricos y la mala conexión a Internet en la zona de Caracas donde vive. Su imagen en la pantalla de Zoom se congela, el audio llega con retraso, y de rato en rato hay que abandonar la reunión y retomarla.
En uno de los últimos intercambios, le pido conversar sobre los complejos entornos que la definen, el venezolano y el ucraniano. Dos realidades lejanas y muy diferentes entre sí, pero similares en su adversidad y su convulsión. Escenarios frente a los que Linde sigue bregando con un espíritu de resistencia admirable.
—Usted nació en Caracas, pero sus padres son ucranianos. ¿Cómo es que llegaron a Venezuela?
—Llegan a Venezuela porque pudieron escapar. Mi papá estuvo en campos de concentración nazi. Tuvo suerte, porque casi todos sus compañeros murieron. Los rusos solo hablan de los rusos que estuvieron en esos campos, pero también hubo cerca de 5 o 6 millones de ucranianos allí, casi la misma cantidad. Y ojo: no es que yo no quiera a los rusos; yo no quiero a ciertos rusos. Mira, los estudios muestran que las similitudes entre el lenguaje ruso y el ucraniano son menores que entre el ucraniano y el polaco; sin embargo, yo entiendo más el ruso que el polaco, porque los zares siempre prohibieron el ucraniano. Entonces la gente hablaba ucraniano solo en su casa, incluso hay muchos ucranianos que solo hablan ruso. Yo me acostumbré a los dos idiomas.
—¿Y qué sensación le deja lo que viene ocurriendo en Ucrania?
—Todo esto que pasa créeme que me tiene muy, pero muy mal. Este hombre [Putin] está destruyendo personas, todo. Quizá no debería hablar de los 250 o más estructuras diseñadas por mi abuelo, porque lo que más duele es el dolor y la muerte de la gente. Pero tengo que decirlo, porque han arrasado hasta con museos. Aun así, los ucranianos muestran tal valor… El ucraniano es capaz de morir porque ha estado muriendo siempre. En el Holodomor [holocausto ucraniano ocurrido en los años 30 del siglo pasado], que también sufrieron mis padres, murieron no 3 ni 4 millones de personas, sino cerca de 10 millones. Por eso digo que los ucranianos están acostumbrados a morir.
—Y en esta parte del mundo la situación tampoco es fácil. ¿Nunca pensó en salir de Venezuela como muchos de sus compatriotas migrantes? ¿O no se vio tan afectada?
—No es que no me afecte. Mira, yo recibo el equivalente a 2 dólares al mes, lo cual no me sirve para nada porque aquí tenemos precios internacionales. Mi esposo recibe más, pero no es suficiente. Entonces mi pobre hija, que tiene cuatro enfermedades, tres de ella autoinmunes y muy dolorosas, es quien nos está ayudando. En cierto momento tuve que pedir ayuda del exterior, pero en este momento no, porque los ucranianos allá necesitan más ayuda. ¿Cómo salimos de acá? Mi hija menor tiene la enfermedad de Raynaud, no soporta el frío o el calor intensos. Ella no puede ir a cualquier parte. Su esposo perdió el empleo de repente, y hoy es muy difícil encontrar empleo, a menos que pertenezcas al régimen. Mi otra hija quisiera irse, pero los ucranianos no tienen la posibilidad de entrar a la Unión Europea. Por eso complicado. Así que tenemos que ver qué hacemos. Cada vez comeremos menos, supongo.
—Volviendo al disco, ¿Qué es lo que esperaría que ocurra ahora que está publicado? ¿Alguna idea de trascendencia, de revancha o de posteridad?
—Yo me siento muy feliz, asombrada y agradecida. A mí me dolió salir de los laboratorios, pero dedicarme a la música me ayudó en parte a superar esa frustración. Lo que esperaría con este disco es que sea bien aceptado por las personas a quienes les gusta este tipo de música. Fundamentalmente eso. ¿Alguna idea de trascendencia o de revancha? Mira, en este momento, con tanto sufrimiento que hay en todos lados, ya esto no es tan relevante. Además de que pronto nos vamos a extinguir. Pero mi familia se siente feliz de que luego de tantos años el disco aparezca. Aparte de eso, no sé qué más pueda haber de importante.