Se puede comenzar recordando que María mantuvo, en los últimos años, una presencia ciertamente carismática en redes sociales y medios digitales bajo el nombre figurado de María Mercromina, con el que llegó a publicar artículos muy personales sobre sus temas de interés, como la nueva literatura –con particular querencia por autores de Portugal– pero también el ecologismo y la agricultura y la ganadería sostenibles. Al mismo tiempo, iba publicando muy selectivamente unos pocos poemas que le ganaron el interés de los lectores más exigentes.
Su debut oficial como poeta era, por tanto, esperadísimo. Llegó, por fin –con su nombre real– en marzo de 2017, con el sello de La Bella Varsovia bajo la dirección de Elena Medel. De la buena recepción de su Cuaderno de campo da cuenta la anécdota de ser uno de los libros escogidos por los reyes de España en la pasada Feria del Libro de Madrid, pero sobre todo las cuatro reimpresiones en un corto espacio de tiempo.
Los cuadernos de campo al uso son esos diarios donde los científicos recogen sus observaciones directas. Generalmente manuscritos, muchas veces se acompañan de dibujos del natural que los convierten en verdaderas joyas artísticas. En el caso de María Sánchez, veterinaria de profesión, encontraremos referencias a animales emblemáticos de la explotación ganadera (vacas, cabras, corderos, caballos), así como a especies silvestres, especialmente las aves, por las que siente la autora una especial afinidad: el nido y la madriguera son dos de las imágenes recurrentes en estos poemas como espacios protectores de la nueva vida.
Uno de los aspectos destacables de Cuaderno de campo es su interacción con el fenómeno comercial del neo-ruralismo, que editorialmente se ha plasmado en sobrecarga de traducciones de H.D. Thoreau y toda una serie de novelas y ensayos de dudosa fortuna. Es inevitable enfrentar versos como “no soporto que escribáis sobre vísceras y venas sin haberlas tocado” a la impostura de urbanitas que no conocen el ganado de primera mano. Pero también –y eso es señal de sus múltiples lecturas– se dirige a la corriente poética de la sangre y la herida, tan jovialmente derramada por otras poetas debutantes.
María Sánchez habla del cuerpo lacerado, el cuerpo enfermo, el cuerpo animal tantas veces ligado a la poesía de mujer. Lo diferente de su escritura reside en una disección quirúrgica – por deformación profesional– de este cuerpo destinado a la preñez y la lactancia, alimento de crías, así como también devendrá, descuartizado, alimento de hombres: “tengo el corazón de vaca / tengo la placenta de yegua”. Hay en sus poemas un intercambio de órganos entre especies que propicia la incorporación del sujeto al ciclo de la vida y, de ahí, a la integración en el árbol familiar, de generación en generación, quizás solo posible en el campo, ese espacio mítico –que no fantaseado– donde las manos se entregan a la tierra y el barro, a veces con la violencia de un depredador, como al seno materno.