De aquellos 21 disparos que impactaron a su padre dejándolo sin vida en las calles que fueron su patio de juegos cuando era niño, Javier Triviño recuerda ese único que jamás llegó a dispararse. El que lo separó de la muerte.
Hoy, 14 años después, admite que no fue el odio que sintió cuando quedó huérfano con 12 años su motivación para seguir adelante. Tampoco el resentimiento hacia su madre, que lo abandonó y lo dejó a cargo de un padre alcohólico. Mucho menos los golpes que luego se convertían en abrazos o apretones de mano. O los rapados obligados de cabeza con ‘la 0’, máquina que detestaba y que tantas humillaciones le dejaba. O las groserías que nunca llegaron a ser palabras de aliento pero que, con camaradería, a veces, muy pocas, daban señales de un extraño cariño entre un padre atormentado y su único hijo.
Dos cargadores vacíos, una bala que se encasquilló, una puerta que no se abrió de un viejo Dodge Coronet del 70 y dos palabras, perdón, chamín, se convirtieron en el catalizador de lo que hoy es: un músico con un pasado turbio pero inspirador, que continúa labrándose un camino en el competitivo mundo de la música para dejar, de ser posible, un legado.
No es la estadística que muchos, entre ellos lo que le quedaba de familia, se esperaban que fuera. Jamás lo sería. Lo había prometido.
Aún es muy joven, tiene 26 años, pero con cien vidas de experiencia a cuestas que lo convierten no solo un mejor hombre sino en un mejor músico, dice. Entre ambos, músico, hombre, no hay diferencia, subraya. Solo el nombre, un acrónimo que siempre lo identificó. Noreh significa «nunca olvidaré respetar el humano que soy», a pesar del pasado y el recuerdo. De las pesadillas.
Con apenas 5 años en el ruedo musical, y con mucha historia que contar a través de su más de centenar de canciones, escribe y le canta a quien quiera aprender con sus letras, internalizar y conectarse, reflexionar y sentir, amar. Hoy puede ver la cara del éxito, aunque la fama no le quita el sueño. Con conciertos en coliseos, proyecciones internacionales que se tardaron años en ejecutarse, colaboraciones con artistas exitosos y un primer CD lleno de sueños, se enfrenta al reto de seguir enamorando a un público más que difícil, exigente: el venezolano. Y cree estar consiguiéndolo.
12 años, el cielo raso, el asesinato
Con 70% de su tiempo intentando ganarle la batalla al mal humor, Noreh, haciendo énfasis en la última sílaba, se sienta frente a la cámara con una sonrisa inmensa. Está en Miami que, por ahora, es su residencia. «Se vienen cosas muy buenas», asegura al comenzar la entrevista.
Justo frente a su ventana, y poniéndose un poco filosófico, comenta que la autopista central de la ciudad que conduce hacia Brickell, al Downtown, se le antoja como simbólica. Está viviendo su sueño. «Tengo mi visa», como su primer single. Y rodeado de partituras, su guitarra –nunca la abandona–, lápices, su productor durmiendo a un lado y un colega en otro entre micrófonos, lentes, y ropa a medio acomodar, el sentimiento de estar logrando lo que se propuso lo persigue.
Comenzará en la ciudad estadounidense una pequeña gira, le mostrará al mundo, no solo a Venezuela, de qué está hecho. Había llegado la hora de que no solo sus canciones, también su historia, se replicaran. Atrás quedaba entonces el Javier que nació en Zulia y se crió en Barinas, en las largas calles del barrio La Hormiga. Por supuesto que siempre lo acompañaría, era su bastón y aunque también su talón de Aquiles, se sentía orgulloso de llevarlo siempre consigo.
Es un storyteller. Sabe bien cómo contar historias a través de lo que compone, pero se le da mejor explicarlas a quienes quieran conocerlo. Siempre le gustó escribir, aunque nunca tuvo en cuenta que le salían rimas entre líneas. Muchos recuerdos se le bloquearon al crecer, pero no los que involucraban voces o instrumentos. Cantaba vallenatos, los favoritos de su padre, siempre que podía. Tuvo sueños de entrar a una orquesta sinfónica y se lo prohibieron rotundamente. El deporte, sin embargo, era el hobby que aceptaban en casa. Javier peleó por poco tiempo esa batalla pues el día que asesinaron a su papá, recuerda, decidió subirse al cielo raso de su casa –que servía de escondite para un extraño botiquín de su progenitor–, metió la mano sin vacilar, contó la faja de dinero que tenía en frente y se fue a comprar su primera guitarra. De alguna manera, todo comenzó gracias a su principal detractor. «Gracias, papá».
Ese fue su refugio. También la religión. Sus tíos, que se hicieron cargo de él tras lo ocurrido, lo invitaban a la iglesia a cantar y a orar, a mantener la fe para evitar la violencia y el peligro. Funcionó. «La música, más allá de elegirla, creo que me eligió», subraya. «Es difícil saber a qué dedicarte con una vida como la mía», añade. «Es un mundo en donde no cualquiera entra, me refiero a que no depende de tus habilidades, de que cantes o escribas, sino de las conexiones, un buen equipo, una firma o un label reconocido y mucho dinero. Nada de eso lo tenía y mírame hoy. Aquí estoy».
Javier, pero también Noreh
Su formación comenzó en un colegio en el que pudo matricularse luego de las tragedias que empañaron su adolescencia. Darlis Cabriles, su profesora de canto, aún sigue estando en sus pensamientos. Le agradece infinito pues supo lo que necesitaba bajo su tutela. Su formación fue autodidacta. Internet, sobre todo YouTube, fueron de gran ayuda, además, prestó mucha atención a quienes hacían verdaderamente música, como Jorge Drexler, una leyenda, su ejemplo a seguir. «Yo no tengo ídolos, nunca los tuve, pero él se le acerca», aclara.
Fue a la universidad y le dio una oportunidad a la Arquitectura. También a las Artes. Pero no se graduó, aunque ese momento de su vida fue una gran experiencia y sirvió de foco para lo que sería un nuevo camino hacia Noreh.
Era 2017. Comenzó su carrera subiendo covers en la plataforma digital donde aprendió a tocar instrumentos. Así se hizo un nombre, aunque no de la noche a la mañana. Puerto Cabello fue clave en aquellos días porque su primer grupo de fanáticos, bastante modesto, fueron quienes viralizaron sus canciones a través de cadenas de WhatsApp posterior a los toques que hacía en pequeños locales que apostaron por su talento.
Otras ciudades le siguieron, pero una vez en Caracas se dio a la tarea de subir música a todas horas, todos los días, hasta que alguien lo descubriera. Ese alguien resultó ser Jhonny Atela, de Universal Music Latino, quien los firmó como artista de la disquera.
Todo marchaba de lujo, pero llegó la pandemia y cambiaron sus planes. Sin embargo, contrario a lo que se pensaría, fue uno de sus mejores años. Ya no eran «Asesino», «Fotografía», «Amigos?» [XOXO] o «A lo bien» las canciones que dominaban en su repertorio, sino «Visa», tema que le dedicó al mal sabor de boca que le dejó la distancia entre él y su novia, y que inspiraría un EP que incluía canciones como «Roto», a dúo con Nacho, una demostración de que el amor era parte de su vida, a pesar de la oscuridad que lo arropaba.
Todo fue una cadena de bendiciones, recuerda. Además de obtener reconocimiento en el país, trabajó en paralelo en su internacionalización mientras marcas como Fender, emblemática en el mundo de las guitarras, le dio la oportunidad de ser embajador para Latinoamérica del instrumento, el único de Venezuela, y dedicado al género urbano. Extraño pues en sus filas perfilaban virtuosos de la música alternativa y el rock. «Fue algo muy poderoso para nosotros», recalca. Siempre habla en plural porque, según enfatiza, lo que es se lo debe también a su equipo.
Íntimo
¿Definirse? Sería muy definitivo de su parte, afirma. Siempre está buscando reinventarse, pero si algo destaca es que sus creaciones son íntimas y eso lo hace sentirse así: íntimo. «No quiero lejanías ni formalidades, mi idea es crear momentos de confianza, de conexión». Es lo que está regalando cuando sube a un escenario.
Hasta 2023 no había lanzado un disco, solo EP’s y sencillos. Con «Puedo tocar», «Crush», «Buena gente», que cantó junto a Kobi Cantillo, «Como en Disney», «Cosas por hacer», «De noche» y «Muchas mamás», que lanzó con Servando y Florentino, obtuvo la notoriedad que buscaba. Pero aún faltaba.
El último material que sacó con Universal contenía «Red flag», «Salvavidas», «Funeral» y «Loro», canciones muy personales que lo motivaron a sobrellevar su nueva faceta como artista independiente con menos miedo y más fe. «Lugar seguro» junto a Jay Wheeler, sería un nuevo comienzo.
«No estuve con la label desde ese tema, y pensé que sería cuesta arriba porque teníamos una base con la disquera. Me sentía un fracaso, pero se abrieron muchas puertas. Cuando salió la canción, a finales de 2022, se viralizó en TikTok, y rápidamente ganó más de 1 millón de visualizaciones y reproducciones», recuerda.
A mediados de 2023, Mucho txt fue su su primer CD, un álbum ecléctico y muy variado, que mezcla boleros, baladas, afrohouse, reguetón, reggae, y muchos otros géneros que se compilaron a lo largo de años de trabajo. Gracias a él, abrió los Premios Pepsi, fue telonero del concierto de Sin Bandera, donde un público de 13 mil personas, que no necesariamente sabía de su existencia, aceptó su música y lo llenó de aplausos. Se presentó en el Miss Venezuela, una tarima que lo puso de frente, y sin freno, contra el odio y el rechazo.
Hate
«Pensé que estaba listo para el hate, pero nadie lo está cuando se trata de un odio sinsentido. Está fuerte», señala.
«Ese pana quién es, debería matarse», «No se merece estar en un escenario de ídolos», «Sáquenlo de ahí», fueron algunos de los comentarios que recibió. «Y chévere que no te guste lo que hago, pero llevarlo a ese extremo es horrible», añade.
Tan inseguro estaba, que buscó las mil y un maneras de no presentarse, de hacerse el loco o inventarse compromisos laborales. Sentía que así lo hiciera bien, nada iba a funcionar. Pero era inminente: el Miss Venezuela sería su catapulta o su entierro musical.
«Era un artista nuevo buscando la manera de abrirse caminos y eso no debería ser un tema criticable. Al contrario. ¿Cuál es el intermedio entonces? ¿Por qué no me daban el chance?», llegó a pensar. Fue un momento de humildad como ningún otro.
La respuesta, sin embargo, sirvió para que su síndrome de impostor no ganara la batalla. El público no solo lo respetó, sino que se preguntaba quién era ese chamito vestido de negro y pelo oxigenado, medio emo, que se deba a conocer. Quienes tanto lo criticaron no se pusieron detrás del teclado a destilar rechazo, sino lo contrario.
Noreh en 2024
Alrededor de mil personas pudieron disfrutar de la música de Noreh en el país al que tanto le costó llegar y que hoy es su casa, Estados Unidos. Sus días están repletos de sesiones de trabajo compartidas con otros talentos, de composición y lecturas, de letras y melodías. De aprendizajes. También de shows importantes como el del 14 de febrero en el Coliseo de Puerto Rico junto a Jay Wheeler.
Javier sigue camuflándose en Noreh, pero respira tranquilo recopilando momentos para seguir construyendo su propia historia, como cada uno de los 52 tatuajes que hablan a través de su piel. O como cuando tachó en su lista de metas el cantarle a su abuela en Barinas, mirándola a los ojos, quien aún no lo conocía mucho en su faceta de artista.
Mantiene su creatividad viendo series y películas, sobre todo animés y mangas, haciendo foco en su dirección de arte, fotografía y sonido. También, jugando videojuegos, su favorito es The last of us por la música y las visuales. «El responsable es el gran Gustavo Santaolalla, un maestro argentino importantísimo en la industria», afirma.
Así como no tiene ídolos, tampoco rituales antes de prepararse para un concierto. «Aunque mi humor negro, ahora que lo veo, ayuda a quitar presiones. Un chistecito nunca está de más», asegura. No se proyecta o, mejor dicho, no le quita el sueño convertirse en una leyenda. «Más me quita el sueño que mis canciones se queden en el colectivo. Leyenda es Michael Jackson, Simón Díaz, Alí Primera o el mismo Drexler, yo trabajo no por hacerme reconocido, sino porque mis canciones sean las que queden latiendo en el recuerdo. Estoy buscando hacer mi música sin temer a la industria. Quiero expresarme puro y que la gente entienda la esencia detrás. No quiero limitarme».
Si estuviese vivo, tiene claro que a su papá no le gustarían ni sus tatuajes ni lo poco familiar e individualista que es. Rechazaría también su mal humor. «Pero te soy muy honesto. Cuando estás logrando objetivos, te haces responsable de las cosas a nivel económico, estás funcionando como profesional y se están viendo cambios. Al final del día, lo primero no vale tanto».
“No teníamos la mejor relación, puede que nos hubiésemos reconciliado, puede que no. Todo es incierto”
El mayor de sus temores es decepcionar. Le tiene tanto pánico como a no saber nadar; se refugia en el amor para dejar de trastabillar en el camino. «Al fin y al cabo, vaya que suma tener a tu alma gemela al lado, ¿no?», se refiere a su novia, Lucia Giannone.
Es un simple ser humano que no se las sabe todas, dice, pero que quiere hablar a través de la música. «No creo en las idealizaciones o en amores ciegos, y eso me mantendrá trabajando por mucho tiempo». Al menos hasta que logre hacerse un trayecto más firme y regresar a Caracas con un show monumental, uno que le permita reconciliarse completamente con Venezuela.