En el salón hay poca iluminación. Seis estudiantes hacen variaciones con la voz, de acuerdo con las notas que da el profesor en el piano de cola que está en la esquina. No es el único sonido que se escucha: en la sala que está al lado un alumno ejecuta el teclado. Las paredes de drywall permean el sonido con facilidad. Así suelen ser las clases en la Escuela Superior de Música José Ángel Lamas desde que se mudaron al sótano 2 de la Biblioteca Nacional, en 2014, por los trabajos de restauración de la sede que está ubicada entre las esquinas de Veroes y Santa Capilla.
Las obras dentro de la casa de la época colonial, donde funcionó con anterioridad la Academia Nacional de Bellas Artes, no son nuevas. Desde la década de los años noventa se han llevado a cabo reparaciones en el edificio, pero desde hace cinco, por primera vez, la institución, una de las máximas escuelas de música del país, y en la que se han formado Modesta Bor, José Antonio Abreu, Alirio Díaz y Antonio Estévez, entre otros, funciona fuera de su sede.
En ese entonces, Jacqueline Faría fungía como jefa de gobierno del Distrito Capital. La alcaldía llevaba a cabo trabajos relacionados con la preservación del patrimonio cultural, y a la Lamas, declarada Monumento Histórico Nacional en 1976, no la dejaron por fuera.
“Llegó la Gobernación de Distrito Capital en 2014 con un proyecto muy interesante para remodelar la escuela, terminarla. Fue toda una comitiva. La idea fue muy buena. Entró maquinaria y material. Tumbaron paredes. Se hicieron algunos arreglos”, cuenta el actual director de la casa de estudios musicales, Albin Zapata, quien señala que los cambios en la administración del gobierno del Distrito Capital afectaron el avance de las obras: “Salió Jacqueline Faría y entró Ernesto Villegas. No se avanzó mucho. Con Juan Carlos Dugarte se retomaron las actividades y hacen el techo. Luego lo cambian y se detiene la obra nuevamente. Cuando Villegas entra como ministro, se retoma el proyecto junto con la Fundación de Edificaciones y Dotaciones Educativas, FEDE, y el Instituto de Patrimonio Cultural, IPC. El año pasado el ingeniero Carlos Quiñones y la arquitecta Dora García se dan cuenta de que algunas cosas que se hicieron no cuadraban. Lo último que se realizó fueron las fundaciones de la parte de atrás, una deforestación y la fumigación”, dice.
Aproximadamente 400 estudiantes, 54 docentes y 16 empleados administrativos ocupan los 17 salones habilitados en la Sala Juan Bautista Plaza de la Biblioteca Nacional, que permite que la escuela siga funcionando y que celebre 150 años de su creación, concebida por el maestro Vicente Emilio Sojo.
Antonio Silva está en la escuela de forma ininterrumpida desde 2002, aunque antes había estudiado allí entre los años setenta y ochenta. Actualmente es profesor de las cátedras de Práctica coral, Práctica orquestal y Dirección coral. Observa el salón y señala las diferencias entre cómo era el lugar donde recibió clases y cómo es donde ahora las dicta: “Yo entré a la Lamas a los 12 años. Eso era un templo de música. Todos los profesores eran estrictos. Me dieron clases personas como Tiero Pezzuti, el profesor José Agustín Maldonado, el maestro Francisco Rodrigo, todos alumnos de Sojo y replicaban su filosofía. El deterioro de la escuela comenzó con las excavaciones”, indica.
En los años noventa, la Escuela fue parte de un estudio arqueológico llevado a cabo por Mario Sanoja con el fin de restaurar las edificaciones en el centro histórico de Caracas. Sin embargo, las excavaciones dieron con los restos de una antigua calle, además de objetos del siglo XVIII y XIX, tanto de manufactura indígena como de procedencia europea.
“Fue como una operación. Todos los males salieron porque era algo que se estaba reteniendo. Creo que las excavaciones sacaron a flote toda esa enfermedad que estaba dentro de la infraestructura”, expresa el profesor Silva. Aunque no se escarbó en toda la escuela, se pensó en convertirla en un museo por la riqueza histórica que se encontró. En esa década, algunas cátedras culminaron en salones prestados por otras escuelas, pero luego retomaron la sede.
Silva hace énfasis en el deterioro agudo que se vivió durante la primera década de los años 2000. “Recuerdo que entre 2009 y 2010 hubo un período de lluvias muy fuerte. Estábamos ensayando en el auditorio y en un ventarrón se levantó una lámina de zinc del techo. Desde ese momento dejamos de ensayar allí”, cuenta. Agrega que cuando comenzaron los trabajos de restauración continuaron en la sede hasta que les dijeron que debían desalojar por seguridad y fue cuando se mudaron a la sede actual. Cambió todo, dice: “Cuando hay clases es un remolino de sonidos por todos lados. Allá también lo había, pero permeaba menos el sonido. Aquí no se aísla”.
No es el único. El profesor Leopoldo Igarza también extraña la tranquilidad. Entre alumno y docente ha estado en la escuela Lamas 50 años aproximadamente. A los 78 años es, aunque jubilado, profesor de guitarra clásica. No quiere olvidar los conocimientos adquiridos. “En la sede de Santa Capilla a veces se escuchaban las cornetas de los carros; no siempre. Aquí estás en un examen y se escuchan la trompeta, el piano”, dice.
Este año la escuela fue invadida por indigentes. Gracias a la organización de la comunidad aledaña, lograron sacar a las personas y comenzaron la campaña “Recuperemos la Lamas”, en la que, a través de jornadas de limpieza, intentan reparar el edificio.
Sin embargo, las posiciones sobre volver a la sede de Santa Capilla varían. El profesor Silva no es optimista. Considera que desde el momento en que salieron, no iban a volver. “Siempre lo dije. Ojalá me equivoque. Hasta ahora no lo he hecho. Podría haber esperanza. Estamos pensando en hacer actividades para ir ocupando poco a poco la casa”, expresa. Carlos Omaña, recién egresado de guitarra clásica, es positivo: “Creo firmemente que se va a lograr”.