El domingo el ministro de Cultura, Ernesto Villegas, anunció que el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas ahora se llamará Museo de Arte Contemporáneo Armando Reverón, donde ese mismo día se inauguró la II Bienal del Sur.
“Que recoja en su nombre el espíritu de la revolución en las artes, que hermana a quienes participan en esta bienal. Usted generosamente nos ha aceptado la propuesta de colocar el nombre de Armando Reverón, para que con su luz ilumine desde el museo a toda Venezuela, América Latina y el mundo”, indicó el funcionario en el programa Los domingos con Maduro, que conduce Nicolás Maduro, quien aprobó además 8,5 millardos de bolívares para la recuperación del lugar.
Ahora bien, el gobierno y la luz de Reverón no han tenido la mejor relación. Esa luz, por ejemplo, no ha podido iluminar como se debe a El Castillete, donde vivía el pintor en Macuto, un lugar que ha permanecido en el olvido durante años, a pesar de los planes anunciados para su reparación.
La noticia del cambio de nombre pasó inadvertida, en momentos en los que la información política, económica y social minimiza al sector cultural. Incluso, varios críticos de arte desconocían el hecho hasta ayer en la tarde.
“Es un disparate. Reverón no tiene nada que ver con la contemporaneidad, sino con la modernidad. Ahora el problema va mucho más allá de ese cambio. Esto demuestra una vez más que los museos están de espaldas al país. Dejaron de ser una institución legitimadora. Normalmente en una sociedad democrática el museo legitima y actúa como un ente controlador del mercado. Se necesitan criterios de calidad, y si va cualquier bicho con uña, se pierde el valor contralor sobre el mercado y su rol como guía para una sociedad”, afirma Nicomedes Febres, quien lamenta que los jóvenes artistas no encuentren en los museos un espacio para exponer sus propuestas.
En la II Bienal del Sur participan 81 artistas, 30 venezolanos y 51 provenientes de países de África, América Latina, Rusia, China. Actualmente en el museo rebautizado hay una exhibición de pesebres hechos por estudiantes.
Cuando se le pregunta a Febres, directivo de la Galería D’Museo, si su posición no puede ser cuestionada con la afirmación de buscar mercantilizar el arte y reservarlo para las llamadas élites, el crítico responde: “Entonces que metan medio millón de personas en dos meses de exposición, como lo hicieron Pedro León Zapata, Jesús Soto, Henry Moore o Robert Rauschenberg, que tuvieron exhibiciones con todo el museo para sus obras. Cuando lo hagan, podemos hablar de otro nivel. Mientras eso no ocurra, solo es una zona de ocupación cultural. Reverón no será desprestigiado por esto. Cuando el chavismo no exista, su gran muestra seguirá en la Galería de Arte Nacional”.
La curadora Bélgica Rodríguez tampoco tenía conocimiento del cambio. “Me quedo perpleja. Es un plan para que el Museo de Arte Contemporáneo no vuelva a llamarse Sofía Ímber, como le corresponderá siempre. No quiero decir que Armando Reverón no merezca un museo, él merece uno, sin duda, pero hay que dejar claro que fue un artista de mediados del siglo pasado, que el pintor forma parte de lo que se llama arte moderno, no contemporáneo. En Venezuela hacen falta muchos museos y pueden pensar en otro para darle el nombre de Reverón, especialmente alguno dedicado a la pintura figurativa o cualquier otra nomenclatura. Esta decisión es un total contrasentido. Reverón merece un museo, pero no éste”.