Miguel Herrán tenía 22 años de edad cuando se dijo a sí mismo que ya había logrado todo lo que podía soñar. Ahora le quedaba por delante, quizás, el desafío más difícil: mantener lo conseguido. De eso pasaron apenas dos años, es verdad, pero el intento ha salido bien hasta ahora: la suya es una de las caras más conocidas del audiovisual español actual.
El malagueño abrazó la fama internacional con su inocente Río de La casa de papel. Interpretó al más joven de la pandilla de atracadores de la serie española que hizo historia en Netflix, ese chico impulsivo que en el camino tomó unas cuantas decisiones equivocadas por amor.
Ahora, Herrán está de vuelta en Netflix, pero con otro estreno. El viernes llegó a la plataforma la película Hasta el cielo, thriller que se estrenó en cines españoles a fines de 2020 y que con la plataforma de streaming tendrá un impulso a escala global. Incluso se transformará en serie.
Bajo la dirección de Daniel Calparsoro interpreta a Ángel, ladrón que se une a una banda que tiene en vilo a la policía madrileña y en la que rápidamente crecerá a niveles que llevarán su ambición a las nubes. Entre robos, persecuciones y romances, Ángel deberá lidiar con los peligros que vienen cuando los humos de la buena vida hecha con dinero «fácil» se suben a la cabeza.
Lo acompañan el tres veces ganador del Premio Goya Luis Tosar, la también ganadora del Goya Carolina Yuste y Asia Ortega.
Herrán también tiene una de las prestigiosas estatuillas que entrega la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España. La consiguió en 2016, como actor revelación por la ópera prima de Daniel Guzmán, A cambio de nada; tenía 19 y no imaginaba lo que iba a venir.
La casa de papel fue el punto de quiebre y un año después de su estreno, ya en 2018, repetía éxito importante con Élite, otra serie juvenil de Netflix. Ahí duró, por cuestiones de agenda, una temporada y apenas un episodio de la segunda; en La casa de papel hizo el recorrido completo que cierra este año.
”No sé cómo me ve la gente. No sé si soy tan noble como me dicen o parezco tan buena gente. Cuando empecé en esta profesión quise aprender a crecer, a formar una personalidad muy diferente a la que tenía y que odiaba. Tengo claro que quiero que la gente se lleve una buena imagen de mí”, le dijo el año pasado al diario La Vanguardia.
Quizás se relaciona con eso el hecho de que cada vez se muestra más humano en sus redes sociales, donde deja en claro que la sonrisa amplia y el brillo vivo en los ojos son solo una parte de su historia. En enero, confinado por la pandemia del coronavirus, sorprendió a sus millones de seguidores de Instagram al subir unas fotos en las que se lo veía llorando.
«Seis días han sido suficientes para destrozarme. Ya no quiero hablar. Ni comer. Me he parado en mi momento más constructivo y se ha vuelto destructivo. Estoy decepcionado conmigo», escribió.
Días después aclaró sus dichos: «¡Que sí! ¡Que soy famoso, gano mucho dinero y mi vida es la puta hostia! Y me encanta mi vida. Pero no existe una fórmula de la felicidad, no por estar hoy aquí arriba todo va a ser bueno».
En esa línea, la de mostrar la vida detrás de los flashes, utilizó sus redes recientemente para contar cómo su madre lo crió sola. «Mi padre nunca estuvo. No sé ni cómo es físicamente. Solo tengo el recuerdo de un bofetón, un zumo de tomate, un reloj y este quad», escribió en referencia al vehículo de la imagen compartida. Entre esos mundos, el de la sinceridad más cruda y el de las películas y series que le permiten recorrer el mundo al menos desde la pantalla, Miguel Herrán construye una carrera que sube y sube. Quizás, como este thriller, Hasta el cielo.
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