Mercedes Pardo (1921-2005) fue una artista venezolana de una trayectoria relevante a partir de los años 1960 y en adelante. Desde muy pequeña demostró tener inclinación y aptitudes para el dibujo y la pintura, por lo que tomó clases de pintura siendo aún una adolescente. En el año 1941 matriculó formalmente en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas, de donde se graduó en el año 1944. Posteriormente, 1947 se radicó en Chile por un breve periodo, donde continuó sus estudios a la par de una práctica artística. En 1949 recibió una beca que le permitió irse a estudiar a París, lo cual sería determinante en su carrera entonces emergente. En París conoció a Alejandro Otero, con quien comenzó una relación sentimental y profesional que duró por el resto de su vida. Se casaron en 1951 en Londres, un año antes de regresar a Venezuela, comenzando una familia unida en torno al amor, al arte y la cultura.
La obra de Otero, sus experimentaciones ópticas, sus máquinas cinéticas y una gran parte de sus proyectos artísticos más notorios, fueron no solo asistidos, sino cocreados por Mercedes Pardo. No obstante, Mercedes como artista transitó por sus propios senderos de experimentación y transformación de su obra. Durante los años 1950 trabajó con una abstracción geométrica, que al final de la década derivó gradualmente hacia un informalismo elegante y texturado. Entre 1960 y 1964 vivió nuevamente en París, siendo este un periodo de irrefrenables búsquedas y encuentros formales dentro de la abstracción informalista, tendiendo hacia lo lírico, dinámico y espontáneo que ese lenguaje le proporcionaba, en técnicas tan diversas como la acuarela, la monotipia, el metal barnizado, el collage… Durante su vida trabajaría también en pinturas para escenografías teatrales, vitrales y la serigrafía, que recibieron en su momento muy buenas críticas.
En mi opinión, sin embargo, el aspecto más extraordinario de su carrera fue el relacionado con la integración arte-arquitectura, hacia el año 1967, con diferentes exponentes concretos en distintos espacios de Venezuela. Las obras de este periodo le conferían un papel preponderante al diseño en todas sus escalas, ya que se trataba de obras que debían acoplarse orgánicamente, como si de un único elemento se tratase, a la arquitectura o espacio urbano donde se instalaba. Considero que su movilidad y versatilidad en la acogida de diferentes técnicas y materiales para la creación, le permitieron alcanzar a un concepto del arte como una totalidad inseparable y siempre sorprendente, que puso además de manifiesto como profesora, labor que llevó a la par de su propia carrera artística.
En 1978 recibió un muy merecido Premio Nacional de Artes Plásticas en Venezuela, y fue precisamente el año en el que pintó esta bella pieza titulada Otra versión de la noche. Es una tela de 100 cm x 200 cm, en un delicado y sin embargo sólido lenguaje geométrico. La escala cromática exquisita revela la maestría de una artista experimentada, capaz de solidificar un lenguaje propio que condensara influencias muy diversas. El título ofrece un lirismo poético y refrescante, que invita a observar la obra a partir de un vínculo emocional con ella, como si contara una anécdota ocurrida una noche otoñal en algún sitio del mundo. Las leves gradaciones de colores cálidos y fríos revelan distintas facetas de la noche, sugerentes y sutiles. La obra es una invitación abierta a que cada cual se deje llevar por ella. A mí particularmente me hace recordar el frescor en el rostro del aire nocturno en Caracas, y me traslada de inmediato a momentos entrañables de mi vida.
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