Mathias Goeritz fue un intelectual y artista alemán, nacido en 1915. Estudió Filosofía e Historia del Arte en la Universidad Humboldt en Berlín, desde 1934 hasta 1940. Mientras asistía a esta universidad, se formó además como artista en la Kustgeberwe-und Handwerkerschule. Una vez completados sus estudios, coincidiendo con el apogeo de la II Guerra Mundial, se marchó de Alemania, asentándose en Marruecos en 1941. Al finalizar la Guerra se mudó junto con su esposa[1] a España, donde vivió primero en Granada y poco tiempo después en Madrid.
Fue precisamente en Madrid donde tuvo su primera exhibición y comenzó a desarrollar su labor como escultor y pintor. En 1949 se asentó definitivamente en México, adonde llegó como profesor de Historia del Arte en la Escuela de Arquitectura de Guadalajara. Nunca más su trabajo se vería separado de la arquitectura, pues en su opinión la integración de las distintas artes a través de la arquitectura era algo fundamental. Su desempeño como teórico de la arquitectura, y su práctica de la misma a través de la colaboración con sus esculturas monumentales, con importantes arquitectos como Luis Barragán, lo convirtieron en uno de los exponentes esenciales del modernismo en el arte y la arquitectura mexicanos. Para él un edificio no solo era un contenedor pasivo, sino un elemento que dialogaba orgánicamente con los demás, inanimados y humanos. Esto fue la base de su manifiesto Arquitectura Emocional, publicado en 1953, y concretado en su Museo Experimental El Eco, en Ciudad de México.
En medio del apogeo internacional de la abstracción, la geometría y el funcionalismo en el arte y la arquitectura, Goeritz se aventuró a reconciliar los conceptos modernistas con el factor emotivo, humano en esencia, y el cultivo de la espiritualidad. En 1958 comenzó su extensa serie de los «mensajes dorados», especie de relieves escultóricos, donde pintura, escultura, abstracción y religiosidad se unían, consolidando así años de búsquedas formales y conceptuales por parte del artista. Las obras de esta serie tienden un puente metafísico y emocional con el arte, que bien podría compararse a un artículo sacro acompañante de la oración. Son todas piezas abstractas únicas, planchas de metal dorado, repletas de horadaciones de diferentes tamaños, y generalmente tituladas a partir de versículos bíblicos.
Entre las obras de la serie de «mensajes dorados», Goeritz realizó algunos muy contados ejemplos a escala mural. Uno de ellos es su Mensaje. Decoración Mural, que sorprendentemente pude adquirir en 2006 a través de Christie’s New York. La oportunidad de adquirir una pieza de esta envergadura es muy improbable para un coleccionista, y obviamente era una preciosa adición al panorama latinoamericano que ya había logrado reunir por aquellos años. La magnitud de la obra está basada en dos elementos: por una parte, sus dimensiones -283 x 458 x 11 cm-, y por otro lado el notable efecto de textura y reflejos dorados que genera visualmente la obra.
Se trata de una superficie de acero inoxidable pintada en dorado, e instalada sobre una plataforma de madera. El metal fue trabajado a partir de diferentes procedimientos. Fue martillado, ocasionando irregularidades casi telúricas, como si se tratara de una maqueta geológica o una alusión escultórica a un paisaje real de llanuras y montañas. También muestra la pieza una serie de horadaciones que continúan por toda la superficie del metal, realizados con martillo y clavos de distintas dimensiones y grosores. Las horadaciones no son caprichosas, ni parece que el artista se hubiese dejado llevar por la espontaneidad durante su ejecución. Más bien aparenta ser un mensaje cifrado, como si se tratase de un medio de comunicación entre una sabiduría divina y un espectador humano. El mensaje es, en este sentido, de inspiración bíblica, donde las palabras e imágenes poéticas son muchas veces difíciles de desentrañar; metáforas sobre las que el lector debe meditar cuidadosamente en la pulimentación de su espiritualidad. La tonalidad dorada ha sido históricamente un símbolo de dioses; y aquí se hace más corpórea debido a los diferentes relieves y agujeros, brilla y produce reflejos según el ángulo desde el que se le mire. Y tal como los mensajes divinos, los códigos de esta obra son inicialmente incomprensibles, pero no por ello menos trascendentes.
Goeritz vivió y trabajó el resto de su vida en México. Como él, otros artistas europeos han sido relevantes para el desarrollo del arte latinoamericano, y particularmente asentados en México, como es Francis Alÿs. Para más información sobre ellos, consulte mi canal de YouTube y mi website.
[1]La fotógrafa alemana Marianne Gast (1910-1958) fue compañera de trabajo y esposa de Goeritz desde 1942 hasta que murió en 1958 a causa de un tumor cerebral. Una parte importante de su carrera la dedicó a la documentación fotográfica del trabajo de Goeritz
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