El consumo cultural de un país es proporcional a la conciencia social de su sociedad. Así lo piensa y siente el actor Mario Sudano. Sin embargo, cada vez son menos los espacios disponibles para presentar obras de teatro; además, en los que se puede, generalmente, las salas no se llenan. Actor, director y escritor, Sudano cree que para el teatro de autor es más difícil conseguir una taquilla exitosa, por ello considera que las ediciones de Microteatro han sido una buena opción para que los creadores puedan presentar sus obras.
En la edición 13 de Microteatro Venezuela, Sudano presentó tres obras: Embrión de pato que es una comedia que discurre en una peluquería; Yo soy la mujer maravilla, una historia sobre la homosexualidad infantil, y Las ratas, un drama que trata sobre la violencia en los barrios con la que obtuvo los premios del Público y del Jurado.
—¿Por qué cree que una obra tan densa como Las ratas alcanzó tanto reconocimiento?
—Porque tiene elementos que conectan con la audiencia. Las ratas muestra una realidad de barrio: prostitución, violencia e incesto, cosas que nadie quiere ver pero que nos pega a todos cuando se multiplica en los diferentes estratos sociales. Los personajes Blanca y Soledad están condicionados a vivir así y eso refleja también cómo a veces nos dejamos llevar por la corriente y no nos damos cuenta de que no estamos haciendo nada. A pesar de que es una historia dramática, tiene humor. Es una especie de trampa que al final se convierte en un anzuelo que mantiene atrapado al espectador. Cuando la gente se acerca a mí luego de percibir el trasfondo de la obra, me dice: “¡Lo volviste a hacer!, ¡Me volviste a engañar para después clavarme el puñal!”.
—Las comedias, generalmente, son las más taquilleras. ¿Pudiera ser un asunto de evasión constante de la realidad?
—Ese es un tema que está instaurado en el país desde hace muchos años. Nosotros no podemos olvidar nuestra historia; no podemos olvidar que en los años setenta y ochenta en Caracas se instauró un teatro absolutamente fresco y comercial, que incluía a las estrellas de televisión. Además, había un movimiento artístico que ocupaba los teatros más importantes a los que asistía un público selecto. Mientras, al teatro comercial y de comedia en el que las tramas de enredo, dinero, amantes y demás eran los objetos de consumo asistía un público menos culto. Eso ha perdurado. Es algo que yo he observado desde que empecé a actuar a los 14 años de edad y desde que me mude a Caracas en 1991.
—¿El Microteatro es consecuencia de los pocos espacios que hay para los actores?
—El fenómeno del Microteatro ha sido una gran alternativa. Pero, sobre todo, porque es una excelente estrategia de los organizadores ya que está montado en un sitio que es accesible, con seguridad y estacionamiento. Es una especie de feria combinada con discoteca en la que se pueden ver obras. Entonces, cumple con la necesidad del caraqueño, al que le gusta rumbear. Pero cuando yo hago una obra de teatro en una sala convencional, me cuesta muchísimo que el público vaya, independientemente de que ya la gente me conozca. Gracias al Microteatro, quienes hacemos teatro convencional tenemos la posibilidad de presentarnos y tener un público asegurado. Es el concepto del Microteatro el que realmente llama a la gente. Pero todavía no podemos decir que la movida teatral venezolana tiene un público cautivo. Ahora vivimos una realidad en la que la gente quiere ver Stand up. Es curioso porque de repente entras a la sala de Las ratas y ves a las mismas personas que estaban en el Stand up maravilladas con la obra. Tenemos un público muy extraño.
—¿La intención de Yo soy la mujer maravilla fue mostrar los prejuicios hacia la homosexualidad infantil?
—Sí, creo que el venezolano es muy prejuicioso con el tema. La homofobia es una cosa terrible y siempre he pensado que a la gente le queda mucho que aprender con respecto a la diversidad sexual. Pero, en este caso, me llamó la atención el tema específicamente en los niños. Investigué con una psicóloga y lo primero que me dijo fue: “No existe la homosexualidad en los niños porque ellos no son capaces de identificar una orientación sexual a esa edad. Un niño puede tener el comportamiento de una niña, igual que una niña puede tener el de un niño, pero eso no es vinculante con la orientación sexual”. De hecho, 90% de los transexuales son heterosexuales. Los prejuicios se ven mucho cuando los niños empiezan a tomar postura ante el otro género. Entonces los padres maltratan a los varones al hallarlos con un labial y realmente lo que están haciendo es imitar a su madre.
—¿Cuál cree que es el rol que debe asumir un actor en esta coyuntura?
—Sería una respuesta muy amplia a nivel de opinión y crítica. Yo creo que los actores deberíamos servir para confrontar al público desde lo reflexivo. Solo que el actor tiene una parte muy débil que es el lado farandulero, que lo alimenta la fama. Muy pocos quieren preguntarle sobre sus opiniones, su visión del país. Lamentablemente, por el hecho de ser figuras públicas no la tenemos fácil porque a veces a los espectadores no les interesa lo que pensamos, pero yo creo que deberíamos tener un contacto más profundo con la audiencia. Los conversatorios son una modalidad que siempre ha existido pero que se usa poco, y yo creo que se debería promover más.
—Los actores están entrenados para manejar las emociones y los miedos. ¿Cree que eso los prepara para afrontar los conflictos del país?
—Es un plus, pero también un arma de doble filo. De alguna manera los coloca en un nivel que a veces tiene ventajas, pero muchos actores que no saben manejar el mundo del espectáculo pueden terminar muy mal, incluida la posibilidad de que se suiciden. Yo siempre he pensado que uno no se debe dejar absorber por el personaje, es preciso identificar la situación del personaje y a partir de allí abrir canales para que fluya la actuación.
—Actor, director, productor, escritor, dramaturgo, ¿con cuál rol se siente más identificado?
—Yo soy un actor que escribe y dirige también. Pienso que nunca voy a dejar de actuar porque es algo que a mí me hace falta y la interacción con el público me mantiene. Amo profundamente dirigir y creo que si sigo escribiendo voy a terminar siendo un escritor. Pero nunca he establecido un escalafón entre las tres disciplinas que visito constantemente. De lo que sí estoy seguro es de que no me gusta producir porque no tengo la mente organizada que se necesita para eso.
—Como escritor, ¿cómo se deslinda para pasar de una obra densa a una comedia?
—Siempre hay un hilo entre ambos tipos de textos, lo que pasa es que ese hilo se intensifica en algunas propuestas y en otras se disipa. Eso depende de la motivación o del encargo. Por ejemplo, La ratas no podía ser de otra manera porque la obra está escrita para que la actúe mi esposa, a quien no le gustan las comedias ligeras, sino personajes que le exijan. Igual sucedió con Yo soy la mujer maravilla, que también fue un encargo de ella en el que quería que se hablara de la homosexualidad infantil. Embrión de pato fue una obra sobre una peluquería que tenía engavetada y lo que hice fue convertirla en un monólogo e involucrar al público. Sí, es muy difícil que lo que escriba sea muy serio porque siempre involucro sarcasmo y humor. En mi escritura se refleja mi manera de ser, yo soy así.
—¿El consumo cultural de un país es proporcional a la conciencia social de su sociedad?
—Estoy totalmente de acuerdo con ese paralelismo. Solo que pienso que la producción artística a veces se desvincula de la necesidad que tiene el espectador. Es decir, los creadores hacen cosas para satisfacerse a sí mismos sin pensar en que también deben hacer cosas para enganchar y promover los deseos de las personas que van a las salas.
—¿Cuáles son sus planes para el futuro?
—Actualmente, soy jurado en la decimocuarta temporada de Microteatro, que tiene la particularidad de ofrecer solo 20 obras. A partir del 15 de mayo, las piezas más exitosas de las últimas ediciones se presentarán en otras 10 salas. Dentro de los trabajos seleccionados está Métete, en la que actuaré, y La mamá, huevo, que dirigiré. Ya estoy afinando algunas ideas para la próxima temporada, pero no puedo revelar los detalles todavía. Por ahora puedo decir que se basa en la pregunta que a veces surge cuando un padre está muy anciano: “¿No será mejor que mi mamá se muera?” Es un tema duro sobre el que siempre he querido escribir. Por otro lado, estoy trabajando en El Show de la Máscara en el Canal i, y también tengo ideas para proyectos internacionales. Ya algunos de mis textos se han presentado en España y Argentina, y hay planes que los llevarán a Perú y Colombia. Además, tengo una propuesta para irme a trabajar por un tiempo a Costa Rica. Al mal tiempo, buena cara. Yo creo que toda la situación que enfrentamos a mí se me está presentando como una muy buena temporada. Mi nombre ha sonado siempre, pero últimamente ha hecho más ruido y eso es muy paradójico.
Y también profesor
Mario Sudano nació hace 47 años en Maracaibo, pero no se considera regionalista. Es hijo de una familia ítalo venezolana integrada por siete hermanos.
En 1991 se mudó a Caracas y comenzó a estudiar Artes en la Universidad Central de Venezuela. Trabajó durante 12 años con la agrupación Teatro del Contrajuego en la que tuvo como mentor a Orlando Arocha. Luego fundó su propia escuela, el Teatro de Conavaccio, en la que imparte clases y con la que constantemente realiza producciones.
En televisión ha participado en telenovelas como Cosita rica, ¿Vieja yo? y Voltea pa’ que te enamores, entre otras.
De los trabajos que realiza y entre los que más disfruta están los que dedica al público infantil actuando como mimo, payaso y animador de fiestas infantiles.