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María Gabriela de Faría: “Estoy aprendiendo a no tener expectativas”

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—¿Estas flores como que no tienen olor, verdad? ¿Habrá alguna por aquí que sí tenga?, pregunta María Gabriela de Faría luego de oler las flores de un pequeño jardín de la Plaza Francia de Altamira.

—Quizá hay amapolas.

—Ah, claro.

María Gabriela de Faría luce feliz en su visita en Caracas para la promoción de El exorcismo de Dios, dirigida por Alejandro Hidalgo y que protagoniza junto con el estadounidense Will Beinbrink. La película, que se estrenó el mes pasado en el país, es la producción venezolana que ha logrado mayor distribución internacional.

“Yo amo Caracas. Pasé cuatro años sin venir hasta el año pasado. Le he dicho a mi mamá que quiero estar aquí a cada rato, ojalá pueda venir dos o tres veces al año, pasar un mes, hacer de esto como mi segunda casa. Amo vivir fuera, he hecho una vida, estoy muy agradecida con Estados Unidos, pero al mismo tiempo este es mi hogar y no dejará de serlo así esté 30 años viviendo en otro país”, dice la actriz, que interpreta a un poderoso personaje, Esperanza / Balban, en El exorcismo de Dios. Implicó para ella un gran esfuerzo físico y pasar al menos 12 horas con un incómodo y costoso maquillaje.

Eso sin contar que el maquillaje requería de al menos cuatro horas para ponerlo y de otras dos para retirarlo. Cuenta que los maquilladores Ian Cromer y LaSander Washington fueron un apoyo importante durante el rodaje porque pasaba mucho tiempo con ellos. “Estaban conmigo todo el tiempo, me alimentaban, me daban agua con un pitillito porque yo no podía moverme mucho, eso fue de las cosas más difíciles”.

Pero destaca sobre todo el aprendizaje: “Uno aprende a usar esas dificultades a favor cuando llega la hora de actuar”.

De proyectos no habla por ahora, pero subraya que está haciendo muchos casting en Estados Unidos. Es un mundo, admite, que exige ser perseverante y emocionalmente fuerte.

María Gabriela de Faría interpreta a Esperanza / Balban en El exorcismo de Dios, dirigida por Alejandro Hidalgo | Ramsés Romero

—En Esperanza vemos en un solo cuerpo el bien y el mal, el odio y el amor, el dolor y la serenidad. ¿Cómo fue la creación de este personaje?

—No lo hice sola. Alejandro Hidalgo estuvo conmigo. Él tiene una visión muy parecida a la mía en cuanto a cómo acercarse a los personajes. En Balban la rabia es mucha rabia, el amor es mucho amor, y la tristeza es desbordada. Yo debía conectarme con esas emociones universales. Balban tiene la capacidad de ser muy empático para conectar con tal tragedia. Es lo que hace a lo largo de la película: manipula a otros personajes conectándose con sus propias tragedias personales y haciéndolos sentir una tristeza y una desesperación que él mismo siente. Y yo soy una actriz muy empática, muy disponible emocionalmente. Tengo muchos años de entrenamiento conectándome con esas emociones, que no necesariamente me pertenecen. El objetivo de Balban es llegarle al padre Peter Williams para poder conquistar la Tierra, y además tiene muy buenas razones para hacerlo. Al final del día, como actriz me toca defender al personaje siempre, juzgarlo es lo peor que puedo hacer. Entonces para Balban los humanos son dañinos, se están autodestruyendo, hay más maldad de la que podamos pensar que hay en el infierno. Es como que estoy en control de todo y voy a hacer de este mundo un lugar mejor.

—Siendo una actriz adolescente, ¿pensó en algún momento que interpretaría a una chica endemoniada?

—No, y yo me imagino todo. Pero una película de terror nunca fue algo que me interesara. Creo que le tenía un poco de juicio al género. Claro, luego leí el guion de Alejandro, que es un compatriota al que le fue tan bien con La casa del fin de los tiempos, una película tan inteligente. Leerlo fue muy fácil porque el personaje no era para mí sino originalmente para una niña. Con el tiempo Alejandro me dice que le quiere subir los años al personaje. Pero entonces no sabía si verme ahí, me dio mucho miedo todo lo que representaba, todo lo que tenía que hacer en la película. Son escenas fuertes. No sabía si quería dejarle a la audiencia esa imagen. También de repente esa cosa de ahora hago películas de terror, que no me parecía tan cool. Pero ya eso no está en mi cabeza, por supuesto. El proceso de casting y trabajar con Alejandro me convencieron, me pareció una mega experiencia, una gran oportunidad para explorarme como actriz y de jugar, que al final es lo que venimos a hacer como actores.

—¿Sigue el género de terror? ¿Le gusta?

—Me gustaba verlo, pero no tenía interés de participar en él. Ahora que lo pienso tenía como un juicio en cuanto a los actores de películas de terror. Porque pensaba que siempre veíamos a los mismos, actores que se repiten en las películas de terror. No quería hacer eso. Ahora han pasado casi tres años desde que hicimos la película y tengo otro entendimiento en general de la vida y de la carrera. Siento que uno no escoge a los personajes sino que ellos lo escogen a uno. Sin irnos muy lejos, yo me vine a hacer una película hace cuatro años aquí, grabé dos semanas y después no la pude hacer. Y estuve cuatro años trabajando en esa película. Era para alguien más. En ese momento también le dije que no a un proyecto y terminé haciéndolo. Ese era el proyecto que tenía que hacer. Entonces ya no tengo ese juicio, ahora siento una admiración profunda por los actores que hacen estos personajes porque de verdad me puse en la posición. Es súper retador.

—¿Teme encasillarse?

Justamente era un poco eso, que los que hacen películas de terror se quedan haciendo películas de terror. Ya no me pasa. Tengo un entendimiento distinto de la vida. No tenemos control de absolutamente nada. Me han preguntado también qué personaje quisiera hacer después de este: el que me dé la vida. Los personajes lo escogen a uno. A mí Esperanza, o Balban, me escogió. Era lo que me tocaba hacer. No sé si me le mediría a otra película de terror, más por las ganas de explorar otras cosas que por el rechazo, que no hay. Pero sin duda me le mediría a una película de terror si fuese la secuela de esta, si se da.

—¿Qué piensa de que sea de terror la película venezolana más distribuida en el mundo?

—Siento que más que sea de terror es un testimonio de la perseverancia de Alejandro Hidalgo. Él, Will, Eloísa (Maturén), Raquel Rojas y yo, entre otros, vivíamos en una misma casa mientras hacíamos la película. Yo vi a Alejandro Hidalgo mover cielo y tierra para que la película sucediera como él quería. Lo vi llorar de nervios porque no estaba saliendo como deseaba. Lo vi hacer lo que hace mejor. Él es un escritor, un cineasta, pero es un buen empresario también. Siento que él cree tanto en sí mismo y en su proyecto que hace que la gente también crea en él. Es algo súper inspirador.

—¿Cómo llega a El exorcismo de Dios?

—Hicimos primero una lectura en casa de Mimí Lazo y Luis Fernández en Los Ángeles. Era más como para ver qué estaba pasando. Pasaron los meses y Alejandro me dice para audicionar. La verdad es que lo dejé en visto. Me dio mucho miedo. No sabía si quería hacerlo, por todo lo que te decía antes. Ahora que ha pasado el tiempo también veo que era más el miedo de lanzarme a hacerlo. Porque cuando te lanzas con todo te entregas y das todo, si la cosa es medio tibia termina siendo un mamarrachada. Requería de mucha confianza en mí y en el director, en mis compañeros, el equipo, es algo que requiere de mucha valentía. Yo no sabía qué tan fuerte era en ese momento para enfrentar el reto. Mi esposo (Christian McGaffney), que en ese momento era mi novio, se encontró a Alejandro en el gimnasio. Alejandro le dijo que yo no le respondía los mensajes, le preguntó qué pasaba. Christian llegó entonces a la casa y me preguntó qué ocurría. Yo le respondí que tenía miedo por las energías y tal… pero él me dijo que en realidad estaba era cagada por el reto que representaba. Me dijo que me bajara de la nube porque no me estaban ofreciendo el personaje, sino audicionar. “Ve qué pasa, castea, gozátela”, me dijo. Y así fue que hice el casting y quedé en la película.

—¿Puede ser emocionalmente agotador participar en castings?

—Horrible. En Estados Unidos estoy audicionando para proyectos de distintos lugares. Yo llegué a ese país y tuve mucha suerte porque en las primeras cosas en que audicioné quedé como protagonista. Yo pensé que iba por un camino súper fijo, creía que lo que quedaba era irse labrando el camino, como que vamos pa’allá. Resulta que no ha sido tan pa’allá, sino un poco más lento de lo que pensé. De igual manera, cada vez que miro para atrás digo que todos esos castings en los que uno no queda, que obviamente son la mayoría porque si no estaría en todas las producciones, me han hecho mejor actriz, me hacen más perseverante. Me cuestionan sobre si de verdad quiero hacer esto: ¿de verdad quieres vivir en Los Ángeles y echarle ganas aquí? Porque es duro, lloras todos los días, te cuestionas, no sabes si eres tan buena como pensaste que eras. Me hace pensar que tengo que ser mejor. ¿Sabes qué pasa? Que la industria es diferente, la cultura es diferente, la manera de trabajar es diferente. Es muy probable que todavía no esté al nivel de esas producciones. Eso está perfecto porque me hace querer ser mejor. Esa fue la razón por la que me fui a Estados Unidos. Sentía que había hecho tantas cosas ya en mi país, en América Latina, que pensaba que estaba lista para otro reto. Claro, no sabía lo que representaba, que iba ser tan duro emocionalmente. Pero estoy aprendiendo a no tener expectativas, aunque lo digo de la boca para afuera, porque uno hace un casting y se imagina haciendo eso, uno se ve filmando en el sitio, hace planes. Ya después no pasa. Pero aprendo. Hago castings. Actúo en general por el simple hecho del amor al arte, por querer crear algo. Eso es lo que pasó con El exorcismo de Dios también. No sabía si iba a salir bien o mal, pero es lo que hice en ese momento. No por el estreno, las críticas, estoy aprendiendo. Es un proceso.

—¿Cómo es moverse en grandes ligas como Netflix, con el streaming?

—Creo que todo es streaming. Fíjate que la película se va a estrenar en cines selectos y la mayoría será plataformas de streaming, que es maravilloso, te acerca a audiencias de todo el mundo. Es lo mismo, solo que el medio es diferente, es más masivo. Que tu serie salga en Netflix hace que te conozcan en todo el mundo. Son un poco más piquis a la hora de escoger. Me ha pasado un par de veces que he hecho casting para plataformas tipo Hulu, Netflix o Amazon y cuando ya estoy en la cabeza del casting, que quedan dos o tres, me gana la misma actriz que ya ha trabajado con ellos. Ya la conocen y saben que es buena, que da la talla, entonces van a la fija. Me toca darle al ego (se palmea el pecho) y decir que no pasa nada. Está bien. Ya llegará el momento en que alguien me contrate y quiera trabajar conmigo. Es parte del crecimiento y del golpe al ego, que es tan importante. Porque en mi país me conocen desde que soy muy chiquita, entonces uno se puede meter en la nube siete y decir “yo soy más arrecha que Dios”. Eso no es bueno para nadie, ni para mí, ni para mi carrera, ni para el arte, ni para nada.

—¿Qué piensa luego de haber dejado atrás una película como Dirección opuesta?

—Eso me dio durísimo. Recuerdo que la decisión la tomé un 3 de enero y casi me mata. Lloré todos los días por dos o tres meses. Era muy curioso porque sentía que había muerto alguien. Me había comprometido con algo, con un personaje, un equipo de trabajo, había vuelto a mi país a trabajar después de varios años, y hacer esta película de este libro tan maravilloso, ese personaje tan espectacular… me sentía tan en casa. Esas dos semanas de rodaje que tuvimos me hicieron reconectarme con la actriz que soy, me dieron confianza como actriz. No es un personaje sencillo. Saber que estábamos creando algo tan precioso me tenía contenta. Me dio muy duro, pero es como te decía, ese personaje era para Claudia. Siempre fue para Claudia. Y el personaje de Deadly Class era para mí. Le dije tres veces que no a esa serie. Mi agente me llamaba y me decía que tenía que ir, que me querían ver. Yo respondía que no porque estaba con mi película. A la semana siguiente me pidieron un tape, que me podían esperar, luego me querían ver otra vez, y yo decía que no. Me volvieron a llamar y al final del día era mi sueño también hacer eso. Hablé con el equipo de producción y pedí un chance para hacer el piloto, pues solo era el primer capítulo. “Un mes y en enero retomamos y cubro con los gastos”. Pensaba que esto era importante para la película también, que es muy cool que la protagonista sea también protagonista de una serie americana. Fue un golpe para la producción, pero todos me apoyaron. Les encantó y estaban felices por mí. En enero los tiempos no dieron. Hubo problemas de acuerdos entre una parte y la otra. Fue súper doloroso para todo el mundo. Alejandro Bellame y yo llorábamos por teléfono. Creo que lo más duro fueron los comentarios en redes sociales. La gente no sabía que era un problema de trabajo, de burocracia, como de organización entre equipos, y pensaban que me habían echado del proyecto porque no daba la talla. Defenderme era peor. Era un montón de gente de la industria, muchachos jóvenes como de teatro, que se metían en la cuenta de Dirección opuesta y decían “sí, claro, menos mal que la echaron porque esa es una actriz de mierda de Nickelodeon”. Yo leía eso y lloraba en mi casa acabando de hacer una serie de Hollywood. Mi esposo se metía y peleaba con la gente. Yo no sabía qué era peor. Me preguntaba por qué la gente de uno le desea mal. No entendía. Me dolió mucho. Eso fue la cereza del pastel, ya venía triste de no haber podido estar en la película. Fue muy triste. Y este golpe de la gente me terminó de desbaratar.

Estamos en tiempos donde es complejo no exponer la vida privada. ¿Cómo es su relación con las redes sociales? ¿Cómo maneja el odio?

—Va variando siempre. Tengo momentos en los que soy más abierta y otros en los que le tengo pánico al odio y decido no compartir realmente lo que pienso, sino lo que siento que la gente quiere ver, con honestidad. Esas partes de mi vida que de repente no son tan polémicas o que la gente acepta con más facilidad. Pero con el tiempo me he dado cuenta de que esto no le hace bien a nadie. Porque me gusta esa dinámica de las redes hasta cierto punto. He encontrado grandes amigos en las redes, amigos que no conocía, que comenzamos a escribirnos y nos convertimos en hermanos. Sé que es un lugar muy fértil en cuanto al amor, a conectar con tu tribu. He aprendido mucho también, por el tema de mi veganismo, de tratar de vivir una vida lo más amable posible con el planeta. Es la misma magia del streaming, de las plataformas de podcast, las páginas web. Pero me cuesta. A veces borro la aplicación una semana y no la abro. Tengo esta cosa de usarla y que no me use. De saber que eso no es verdad. Que comparto cosas que no necesariamente son verdad. De repente comparto una foto aquí en el Obelisco y me veo guapa con tacones, pero en realidad me estaba haciendo pipí, me dolía la panza, cosas que de repente no digo. Entonces las otras personas tampoco dicen las cosas que son verdad y uno es mucho más lanzado.

A veces me da miedo. Por ejemplo, en 2019 fui jurado del Festival de Viña del Mar y había un participante al que tenía que calificar (Mr. Saik, nacido en República Dominicana y residente en Panamá). Él tenía una canción que a mí no me gustó, hablaba de que las venezolanas eran putas. Yo de 1 a 10 le di 3. Panamá entera me cayó encima a insultarme. Salía en todos los periódicos de Panamá, en todos los canales. Y claro, me daba miedo hacer escala en Panamá. Al final del día eso son las redes sociales, no es verdad. Yo después he ido a Panamá y nadie se me ha acercado. Uno se esconde detrás de una pantalla porque no lo tocan, pero la vida real es diferente.

María Gabriela de Faría es una ferviente defensora del ambiente, aunque reconoce que ha dejado de enseñar al respecto abiertamente para hacerlo de manera más personalizada | Ramsés Romero

—En sus redes, sin embargo, ha formado toda una comunidad que, por ejemplo, siguen sus posts sobre el veganismo, el cuidado del ambiente, la comida sustentable. Ese es el lado positivo, ¿no?

—También. Y además me he movido hacia dejar de predicar para todo el público, sino que como puedo estoy pendiente de mis DM si me hacen preguntas por ahí cuando comparto una historia. Por ejemplo, si es un jugo que estoy tomando y alguien me pregunta qué es, yo mando notas de voz. Es más personalizado. No es que quiero que todo el mundo sepa esto, sino que si a ti te interesa y me preguntas, yo te voy a responder. Ya no quiero predicar más nada porque no tengo ni puta idea de lo que estoy haciendo, entonces imagínate decir lo que es mejor para los demás. Yo hago lo mejor que puedo con lo que tengo.

—Esta semana salió un informe de la ONU que advertía del aumento de los incendios forestales. ¿Qué implica ser, en este contexto, vegana y defensora de la naturaleza y de la comida sustentable?

—Pensé que ser vegana me salvaba de cometer actos atroces con mi alimentación porque gran parte de la deforestación es para crear tierras para el ganado, pero no es del todo cierto. Estos incendios también son para crear tierras para el cultivo de soya, de vegetales, que son generalmente alimentos rociados de insecticidas, pesticidas, herbicidas, que están modificados genéticamente, que dañan el suelo. Lo más importante del planeta es el suelo. No hay nada como el suelo. El suelo coge más CO2 que los árboles, lo guarda por años y años, lo usa como alimento para árboles y plantas. La tala, el arado, el uso de químicos para promover un crecimiento de comida que no es natural, y que al final del día vas a necesitar más y más químicos para producir alimentos, nos está jodiendo. Nos queda un porcentaje muy pequeño de tierra fértil en el planeta, de resto está muerta. Cuando la tierra se muere, recuperarla requiere muchos años. No digo que es imposible, porque para mí la naturaleza es sabia, milagrosa y se regenera a sí misma. Pero soy de las personas que siente que uno cambia al mundo con su propio dinero.

—¿Es decir, individualmente?

—Individuamente: con los productos que compramos, con nuestro comportamiento como consumidores. El aceite de palma, que está en la mayoría de los productos que consumimos, no solo destruye ecosistemas sino que asesina especies, acaba con especies. Es algo que no pensamos, que compramos por la comodidad. Está acabando con el sistema y con nosotros mismos porque el aceite de palma y todos esos productos químicos que nos facilitan la vida, hasta cierto punto, nos están envenenando. Varios tipos de cáncer, el alzhéimer, el autismo, una cantidad de enfermedades se han disparado en los últimos años y es por estar llenos de toxinas, de cosas que no tenemos ni idea porque no nos cuestionamos y porque no se cultiva el cuestionamiento en nosotros. A la narrativa convencional, la industria farmacéutica, la industria del petróleo, los medios de comunicación no les interesa que el público se cuestione. Que diga “ya va, tú me estás diciendo que esa pastilla es buena, que este herbicida es bueno, pero déjame ver que lo investigo por mi cuenta a ver qué me hace, cómo lo sacaste, cuál es la materia prima, qué le está haciendo al planeta”.

—Hace poco compartió su propio cultivo en su apartamento.

—Yo siento que hay que volver a lo básico, a lo natural. Estamos viviendo actualmente la sexta extinción masiva. Y si hay que volver a las raíces ahí tenemos la tecnología para usarla a favor de la humanidad. Yo vivo en un apartamento al que no le entra luz, tengo un pequeño patio, pero no le llega luz. Entonces tengo la posibilidad de cultivar alimentos con la tecnología y ser autosuficiente, alimentos orgánicos, no me estoy metiendo cosas que mi cuerpo después no es capaz de eliminar. Creo que es un tema de crear el mundo que queremos con nuestro dinero, como consumidores, lo digo como vegana. Cuando empecé a ser vegana no había muchas opciones ni restaurantes. Ahora de un momento para otro hay opciones para todo el mundo. Desde los veganos más naturales, como yo, que trato en la medida de lo posible de no comer nada falso, hasta los veganos más gozones. Hay para todo, antes no lo había. Eso es por la demanda del consumidor. Como consumidores, como ciudadanos, tenemos un poder tan grande de cambiar las cosas sin alzar la voz, sino escogiendo, diciendo esto lo compro y esto no y ya está. No abrumarnos, porque eso no nos va a llevar a ningún sitio, pero ir pasito a pasito.

—¿Cuáles son las ventajas de vivir en una ciudad como Los Ángeles?

—Bueno esas posibilidades como del primer mundo, que pueden ser bastante banales, pero ayudan un montón. La infraestructura sirve, es maravillosa, las cosas las están arreglando cada tres minutos, eso no se daña. He encontrado una comunidad de amigos que se han vuelto mi familia en Estados Unidos y que hacen que las cosas sean más fáciles. Vivo en California y la naturaleza es preciosa, pero en comparación con esta naturaleza la verdad es que no le llega ni a los tobillos a Venezuela.

“Yo amo Caracas. Pasé cuatro años sin venir hasta el año pasado”, dice la actriz, a quien le gustaría pasar mucho más tiempo en esta ciudad | Ramsés Romero

—¿Cuál ha sido su mayor fracaso y cuál su mayor logro?

—Más que un fracaso esto fue un gran aprendizaje. Esto no se lo he dicho a nadie. A mis amigos cercanos, pero estoy como parlanchina hoy. Yo estuve preseleccionada para el nuevo superhéroe de El escuadrón suicida. Me tocó hacer el casting con James Gunn, lo hice muy bien. Él estaba contento conmigo, me decía cosas preciosas y me comentó que el personaje era “a brat”, así que quería ver eso. Yo no tenía idea de qué era brat. No le pregunté porque no quería que pensara que no estaba capacitada para hacer el personaje. Entonces, como no sabía qué era brat hice exactamente lo mismo que antes, él no vio lo que quería del personaje. El brat es como rebelde sin causa, yo le estaba mostrando otra cara del personaje. Salí de ahí y me fue muy bien, pero sabía que debí haberle preguntado. Pensé: “Por querértelas dar de gringa. Ellos saben que tú no eres gringa. Están casteando puras extranjeras”. No quedé, se lo dieron a otra chica,  una portuguesa, que seguramente preguntó qué es brat. Casi me muero. Eso fue un gran aprendizaje. Fue un gran pelón de mi parte porque era como un tema de ego al no preguntar. No me vuelve a pasar, ahora pregunto todo.

Y logro: creo que cada día que me acuesto en la cama con mi esposo es un logro. Ese señor, nuestra relación, nuestra familia, nuestros gatos son mi mayor logro, mi mayor felicidad. Mi mayor riqueza. No hay nada en la vida que se compare a vivir con ese señor.

—¿Cómo es la vida en pareja cuando los dos son actores? ¿El trabajo está siempre presente?

—A mí me parece muy cool. Hay mucha gente que considera que puede haber competencia en las relaciones entre actores o personas que hacen lo mismo. Puede ser. En mi caso es todo lo contrario. Christian y yo amamos lo que hacemos y nos apoyamos un montón. Por ejemplo, si no estoy muy clara de cuál es el objetivo de una escena, le pido que me la lea en voz alta, que me diga qué piensa. Él, que me conoce más que nadie, me dice qué parte de mi vida pudiera funcionar. Es muy chévere, es un apoyo. Nos entendemos perfecto. Si tenemos que irnos meses a trabajar fuera, el otro sabe perfectamente cómo es la vuelta y ahí no hay ningún problema.

—¿El personaje con el que sueña María Gabriela?

—Es más un tema de aceptación, que no controlo nada, pero me encantaría hacer algo de acción tipo Tomb Raider.

—¿Le sigue el pulso al cine nacional? ¿Qué película le ha llamado la atención?

—No mucho, la verdad. Dirección opuesta, conozco al equipo, a todo el mundo, es un gran libro, un gran director, una gran directora de fotografía, grandes actores, conozco de primera mano la situación. Entonces creo que esa. Pero no estoy muy empapada.

—¿Se siente profesional y personalmente realizada?

—Sí. Aunque generalmente no, porque uno es muy inconforme. El otro día le escribía a mi esposo para decirle “por favor, no me dejes olvidar nunca que soy muy feliz, que tengo todo en la vida”. He experimentado todo, cine nacional, Hollywood, México, Colombia, Argentina. El ego siempre quiere hacerlo sentir a uno minimizado y querer más, que no está mal, pero la verdad es que me siento súper realizada. He sido muy afortunada.

—¿Qué es para usted la felicidad?

—Acostarme en la noche y saber que hice lo mejor que pude, que dije la verdad en la medida de lo posible, aunque no siempre es posible, que experimenté, que pasé menos tiempo en redes sociales. Que estuve como afuera. Me encantan las redes y las uso, me divierto, pero me quitan vida. Entonces, un día que no pase en las redes es porque estuve hablando con gente, abrazando a mis amigos, jugando con mis gatos.

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