Ayer se estrenó en Venezuela la película Maracaibo del cineasta argentino Miguel Ángel Rocca, un filme sobre una familia armoniosa cuyos vínculos se ven resquebrajados cuando uno de sus integrantes es asesinado.
Se trata del tercer largometraje del director. Lo protagonizan Jorge Marrale y Mercedes Morán; además, el elenco cuenta con la participación del venezolano José Joaquín Araujo, quien está residenciado en Argentina. El filme es una coproducción con Venezuela, país que tiene cierta relevancia en la trama y en el desenlace del film.
“La idea inicial fue trabajar la historia de un padre que no puede aceptar las decisiones de su hijo. Más aún, un hijo que no responde al imaginario de ese padre. Ese es el dilema inicial. Un hombre que aparentemente tiene los recursos para aceptar la decisión de su hijo, pero en lo más íntimo y ajeno a la razón, no puede hacerlo. Al darle forma a la elección sexual del hijo se activaba también lo más primario de ese padre. En definitiva, su drama está en no poder aceptar la propia singularidad de su hijo”, afirma el realizador. “Espero que Maracaibo llegue al público a través de la emoción. Y después, cuando termine la proyección, pueda pensarse y quizás, mucho mejor aún, genere en el espectador alguna pregunta propia”, añade. Rocca ha dirigido los largometrajes Arizona sur (2007) y La mala verdad (2011).
—Pero luego la historia se convierte en reproches y venganza.
—La muerte del hijo provoca una ruptura en Gustavo. El dilema y la pregunta inicial ya no tienen sentido. También se pone de manifiesto algo fallido que de alguna manera lo impulsa a una búsqueda interna. Podría ser la venganza, pero yo entiendo que es un recorrido de expiación. Es un profundo dolor y la culpa lo lleva a cumplir un trayecto necesario para poder después ingresar en un proceso de duelo.
—¿Cómo surgió la coproducción con Venezuela?
—Por un contacto con el productor venezolano Gil Molina, quien leyó el guión y me propuso participar. A partir de allí comenzamos a trabajar en conjunto. Conocí a Gil a través del director de fotografía de la película, Sebastián Gallo, que es argentino pero durante muchos años ha trabajado en publicidad en Venezuela y Gil ha producido algo de ello.
—¿A qué se debe la alusión al país en la historia de la película?
—Inicialmente era un vínculo con un compañero latinoamericano. En Argentina desde hace años hay estudiantes de Venezuela, Colombia, Perú, Chile en un número muy significativo. Me interesó esta idea de reflejar esa situación que es cotidiana y me pareció importante trabajar a ese personaje como un extranjero porque le da un condimento más a la mirada de Gustavo hacia lo diferente.
—¿Ha visto películas venezolanas?
—Sinceramente, muy pocas. Tengo mucho más conocimiento de cortometrajes de realizadores venezolanos que viven en Argentina. Trabajo actualmente con varios técnicos venezolanos allá.