¡Madre! es una cinta sobre la soledad. Una pareja asume que vive su idilio en una casa grande en medio del bosque que da la impresión de ser el paraíso de un escritor que busca recobrar la inspiración para un próximo éxito. Mientras, su muy joven esposa intenta restaurar los daños en la vivienda, de la que no se sabe muy bien la razón por la cual parece que ha sobrevivido a debacles pasadas.
Y es en la incertidumbre de la trama de la película de Darren Aronofsky, que se estrenó la semana pasada, donde se encuentra uno de sus aciertos. En esa duda subyace parte del atractivo de la historia: el desconocer las razones de tantas preguntas que surgen a medida que se descubre a los protagonistas, interpretados por Jennifer Lawrence y Javier Bardem.
Los misterios brotan repentinamente. La mujer empieza a tolerar ciertas actitudes que no se corresponden del todo con sus sentimientos de esposa abnegada, que admira todo lo relacionado con él, el escritor que no encuentra la musa para expresar lo que tanto ansía.
La soledad súbitamente es quebrantada por unos extraños visitantes. Primero llega un hombre, interpretado por Ed Harris, que tiene aspecto de enfermo. Luego se le une su esposa, Michelle Pfeiffer. Pero ambos, en principio prestos a la colaboración que se espera de todo huésped, se convierten en una gran molestia para la esposa, no para el novelista, que encuentra en los extraños un estímulo para su vida rutinaria y desacertada en lo profesional.
Es el momento en el que la película de Aronofsky, de la que también es guionista, se vuelve cada vez más tensa, especialmente en la relación de la pareja, que pasa de la comprensión inicial a la intriga y el desasosiego porque ella no comprende las razones de su esposo para ser tan permisivo.
El director no solo bebe de influencias como El ángel exterminador de Luis Buñuel, como tanto se ha dicho ya, sino que también recuerda referencias de la literatura como «Casa tomada» de Julio Cortázar, aunque con sus claras diferencias.
En el cuento del autor argentino, el peligro parece no provenir del exterior, sino que el lector percibe que surge, sin razón, del interior de la vivienda, lo que obliga a la pareja de hermanos que la habita a escapar.
Además, ninguno de los personajes descritos por Cortázar consienten la misteriosa invasión, tampoco la enfrentan. Solo buscan huir.
En el personaje de Lawrence en ¡Madre! no solo se muestra ese instinto de protección maternal sobre el que se ha escrito en demasía, sino que además Aronofsky, aplaudido por películas como Pi, el orden del caos, Réquiem por un sueño y El cisne negro, presenta un argumento sobre la necesidad de aclamación, que es tal vez su postura frente a la sociedad del espectáculo y el afán de reconocimiento en el que cada día hay una mayor competencia por la notoriedad en tiempos de exhibición inmediata en redes sociales. El permiso de la invasión a la privacidad como mecanismo de aceptación.
También ¡Madre! posee una serie de guiños a la convivencia y las concesiones que pretenden establecer cierta armonía en medio de las dificultades; esas decisiones de no indagar demasiado en lo misterioso, de fingir demencia ante ciertos asuntos para no adentrarse en lo espinoso. Hay sumisión en la relación de los protagonistas que conviven en una casa que parece representar a un ser vivo, y donde paradójicamente la destrucción suele ser el punto de partida para la reconstrucción de la vida.
El largometraje tiene problemas cuando se acerca al final, ese momento en el que el autor no resuelve convincentemente buena parte de su desenlace y lo sobrenatural es exacerbado para recalcar ese ciclo pernicioso de destrucción y renacimiento.