Hace más de cinco años la actriz y directora de teatro Lupe Gehrenbeck se enfrentó a uno de los momentos más emotivos de su carrera: tras más de 40 años de trayectoria, por primera vez como dramaturga no sabía qué decirle a Venezuela. Corría el año 2017, una época complicada para el país. En las calles los estudiantes protestaban por la difícil situación política, económica y social, mientras que, en las tablas, se estrenaba su último texto para ese entonces, El hijo del presidente. Circo familiar. Dirigida por Gabriel Agüero, Gehrenbeck estaba al tanto de todo lo que sucedía desde el exterior. Fue un montaje particularmente difícil y doloroso por la realidad que se vivía en el país, una que la llevó a explorar cómo desde el teatro podía contar lo que sucedía.
Se dio cuenta, entonces, que sería más útil para Venezuela si se dedicaba a explorar las maneras en las que se puede hacer teatro asumiendo y contando la crisis sin precedentes en la que estaba -y está- sumido el país. Para ella, en las tablas siempre han faltado más dramaturgos que asuman esa labor. «En ese momento noté que había demasiados dramaturgos extranjeros montados, no había venezolanos, y se adaptaban los textos al contexto. Tenemos una realidad que clama por ser contada, una realidad urgente, que está ahí esperando que la contemos», comentó la graduada de Artes Plásticas de la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde también estudió Antropología.
Comenzó un largo proceso de madurez y crecimiento en el que inventó varias metodologías para disparar ese gatillo creativo en relación con la realidad. Comenzó a dar talleres mensuales a los que acudían alumnos de todo tipo, expertos, jóvenes y novatos. Poco a poco, en los talleres sobre la memoria colectiva y los distintos métodos que utilizó (artes plásticas, fotografía, teatro), comenzó a curarse de lo que sentía que era su responsabilidad con el país. Cambió y con el cambio llegó la inspiración para una nueva historia, La casa rota.
«Venía de vivir ese momento que, como dramaturga, no sabía qué más podía decirle a Venezuela que valiera la pena que le dijera. Después de esos talleres me quedé tranquila. Hay una aceptación de muchas cosas del venezolano; tenemos, en mi percepción, una tendencia a taparear, a tapar el sol con un dedo y decir que todo se arregló. En base a eso me fui por una historia muy pequeña, íntima, personal, no grandilocuente, pero que aborda cosas sociales importantes desde otro lugar».
El jueves 11 de abril se estrenó en la Sala Plural del Trasnocho Cultural el último texto escrito por Lupe Gehrenbeck, La casa rota. Por tan solo tres funciones a las 7:00 pm el 11, 18 y 25 de abril la pieza contará la historia de Adelaida (interpretada por Julie Restifo), una mujer de 70 años y Carmen (Claudia Rojas), una joven pintora quienes, juntas, se atreverán a jugar un juego lúdico en el que sus soledades podrán acompañarse.
Antes de esta obra, estuvo el proceso de madurez de su dramaturga, quien ahora reconoce y asume su necesidad de expresarse con más libertad y con responsabilidad social. Lo que le dice ahora al país es un mensaje que transita por lo humano y no por la noción personal que pueda tener de los hechos a nivel racional.
«Paso por lo emocional, lo humano, por lo espeso, hondo que es donde nos podemos encontrar en este país. No es en la mente, es en el corazón. Hablar de las cosas que nos pueden pasar a todos, tanto a chavistas como opositores. Hay que tocar esa fibra, hay que emprender ese camino, dar esos pasos. No hablar desde la perspectiva de quien se anuncia como el que tiene la razón, no. Creo que la narrativa que necesita Venezuela tiene que ver con lo que nos atañe a todos y no a una parte de la población», reflexionó la egresada del Master of Arts in Media Studies en The New School for Social Research.
Navegar en el juego dramático
La inspiración para escribir La casa rota surgió en una conversación. Lupe Gehrenbeck coincidió con una amiga actriz, de la edad de Adelaida, que estaba pasando por un momento muy triste. En esa conversación surgió la idea de hacer algo juntas.
«Se me ocurrió escribir el encuentro entre una mujer de 73 años y una joven de 30, cómo dos generaciones tan distantes pueden encontrarse en un mismo campo de juego y a partir de allí surgió. También me inspiré en cosas que he leído. Esta obra transita por temas muy espesos, dolorosos y difíciles de conversar como la violencia doméstica, el abuso, la pedofilia. Todas esas cosas se reflejan en la obra. Sin embargo, es una obra que no es pesada; por el contrario, es un juego dramático; un juego entre dos soledades que tratan de acompañarse y aunque no lo logran, sí logran llenar mucho de sus expectativas, preguntas, dudas y miedos también».
El proceso creativo comenzó en octubre-noviembre de 2023, pero no fue sino hasta cuando llegó al país en diciembre pasado y realizó la primera lectura del texto con las actrices que Gehrenbeck logró terminarlo. Solo cuando escuchó a sus actrices, Julie Restifo y Claudia Rojas, leer su texto con tal compromiso y entrega fue que se dio cuenta de que a la historia le hacía falta una escena final.
«Ellas, desde la primera lectura, asumieron un compromiso existencial con una profundidad que a mí me impresionó mucho. He trabajado con actores extraordinarios, pero desde el primer momento sentí que podíamos navegar bien hondo con ellas y ha sido así». A 24 horas de haberles enviado el texto, ambas aceptaron y se entregaron al proyecto con un compromiso profundo. No es un texto sencillo de llevar a las tablas, la historia toca temas muy sensibles y aunque reconoce que el amor por el proyecto la ciega un poco, está muy satisfecha con el resultado.
Sus expectativas, además, son bastante altas. «Cada vez que uno está haciendo un proyecto, uno está enamorado de ese proyecto. Uno se vuelve un poco ciego, capaz por eso siento que esta obra es mejor que cualquier otra que haya escrito. Pero me ha dado la satisfacción de encontrar esa facilidad de la gente a comprometerse cada vez que la leen. Cuando escuché a las actrices leyéndola decidí escribir una última escena», contó.
El final que escribió es una carta que recita Carmen dirigida a su madre, un monólogo a cargo de Rojas que, en palabras de Gehrenbeck, es una redención, una especie de cura que cierra el ciclo. Solo en Venezuela, aseguró la autora, podía escribir ese monólogo porque para ella no sería posible hacerlo en ningún otro sitio que no fuera su casa. «Yo me recargo en Venezuela de lo que yo soy, de la luz que soy, de la manera que tengo de interactuar, todo».
Esas casas que somos
Lupe Gehrenbeck no sabe, en realidad, cómo fue que llegó al título de La casa rota. Está consciente de que muchos dicen que es mala con los título. Sin embargo, esta historia en particular le recordaba eso, una casa. «Son tantas casas la casa de uno. La primera casa es la de los padres, después es la casa que haces con tu pareja y tus hijos, después cuando se van tus hijos es otra casa o cuando te divorcias es otra casa, cuando envejeces es otra. ¿Cuál de todas esas casas eres tú? Y todas esas casas se rompen. Llega un momento que se rompen y esa casa rota también tiene que ver con los malos recuerdos que uno taparea».
La historia, al igual que la vida, se trata de esas pequeñas roturas que se van acumulando y que, en muchas oportunidades, se intentan disimular: se le pone yeso a la fisura o tirro al papel que se rompió. Pero, continuó la dramaturga, cuando un dibujo se rompe, aunque le pongas teipe atrás se ve que estuvo roto. Sin embargo, no considera que esta nueva pieza sea una obra triste, dramática o trágica. «Creo que eso es una de las cosas más bellas que tiene la obra: habla de cosas complejas de la humanidad que somos todos pero al mismo tiempo lo hace con la vitalidad que nos hace curarnos, seguir e incluso olvidar. Está escrita desde el amor a la vida».
Tras años de ausencia, sin ningún texto propio estrenado en las tablas venezolanas, Gehrenbeck asegura que no hubo una razón particular para volver en este momento. Tras culminar la escritura del texto, en enero de 2024 tomó la decisión de estrenarla. Quería hacerlo antes de volver a dejar el país. «Pasó la mitad del tiempo aquí y la otra mitad del tiempo en otras partes del mundo por trabajo, oportunidades y por mi familia que está afuera».
Trasnocho Cultural le abrió las puertas a su propuesta, generoso ante su solicitud a pesar de que ya tenían una amplia programación. «Tuve que pedirles un huequito para poder estrenar. Uno no hace carrera en un país en balde, eso se cosecha y da sus frutos». El casting lo escogió pensando. Restifo siempre le ha parecido una actriz de una elegancia increíble y a Claudia Rojas la define como un portento de talento, de gran vitalidad, alegría y disposición.
«Con Julie nos conocemos desde el teatro que hacemos de toda la vida, pero nunca habíamos trabajado juntas. Me sorprende lo fácil que es querer a Julie como persona y admirarla como actriz. Claudia Rojas es un portento de talento. Ambas me han seguido y han estado conmigo sin dudarlo un segundo, sin cuestionar nada. Me han dado una entrega y un compromiso que les estoy profundamente agradecida. Hemos llegado a un producto maravilloso», aseguró la actriz que en 1980 estuvo en el seminario de actuación Nuevo Grupo con José Ignacio Cabrujas y en 1981 comenzó el Taller del Actor en el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT).
El resto de su equipo lo conforman Felipe Delmont, escenógrafo, arquitecto y su esposo. Las obras de arte que se incluyen en la historia son de Lucía Vera Gehrenbeck, su hija pintora que vive en Londres. Leyó la obra, le fascinó y a partir de allí produjo la propuesta plástica. Como la protagonista es una pintora, toda la historia sucede en su estudio. La dramaturga comenta que tuvo la idea después de que una amiga pintora le mostrara una serie de casas que había pintado. Eso le llamó profundamente la atención y disparó su creatividad.
«A mí me comenzaron a dar vueltas en la cabeza esas casa. Yo tengo de eso, estudié artes plásticas, soy muy visual, eso me importa mucho. Le pedí a Lucía que hiciera las obras específicamente para la obra. Quedó encantada. Pasó un mes y no me esperaba que ella me fuera a mandar esta propuesta en blanco y negro. Me dejó impactada y fascinada».
Por ello, al principio de la obra, además, se incluye un video que muestra la producción de los bocetos y pinturas que realizó su hija para el montaje. «Ella registró capa a capa ese proceso. Tengo la asistencia de Sam Malavé y María Molina, dos maravillas. Producción de Humberto Viteri, en coproducción con El teatro de la comarca que somos nosotros. En luces está José Manuel Rueda, que ha hecho un trabajo muy delicado. Todo ha funcionado de una manera tan suave, tan poética y entregada. Por supuesto que siempre hay estrés de última hora pero todo ha sido muy bonito».
La percepción de Lupe Gehrenbeck
En todos los textos que ha escrito hay un poco de lo que es Lupe Gehrenbeck como persona. Sin embargo, es muy firme al asegurar que no es su historia la que está narrando. Eso sí: cada texto tiene su percepción sobre temas que le llaman la atención. Para este último la autora leyó diferentes artículos y libros. Por ejemplo, menciona una biografía de James Rhodes, pianista inglés que ha hecho que la música clásica vuelva a interesarle a los jóvenes.
«Él tiene una historia de abuso, leí el artículo en The Guardian y no lo podía creer. Fue víctima de un abuso durante siete años por parte del profesor de gimnasia, que le produjo unas consecuencias espeluznantes. Luego conseguí un libro que la autora no quiso firmar, Un libro gris. Lo conseguí en Nueva York y allí ella cuenta el abuso de su padre, pero ella lo disfrutaba. No firmó el libro por no enfrentarse a eso», ejemplifica.
El tema del abuso, al que define como complejo y delicado, es parte de La casa rota y contiene elementos que trascienden porque conectan con el público, como el complejo de Edipo o la paternidad responsable. «El peso mayor lo suelen tener las madres y sin embargo en esta obra se trata de una madre ausente. Es una pieza que busca darle la vuelta a las cosas, para ponerte ese espejo al frente. Es una invitación a que tú pienses en tus pequeños rotos».
Lupe Gehrenbeck comenzó a hacer teatro hace más de 45 años y, en ese tiempo, reconoce que tanto el gremio teatral como el público han cambiado mucho. Desde el exterior se ha mantenido al tanto de esos cambios a través del trabajo de sus colegas y por los talleres que realizó. Sigue conociendo a los jóvenes por medio de estos últimos, algo que para ella es una bendición. Aunque está consciente de los cambios, mantiene sus expectativas intactas.
«Como uno ama el último trabajo que está haciendo, yo tengo muchas expectativas con este trabajo. Lo quiero traducir al inglés y al francés y llevarlo de paseo también. Por primera vez no busqué que el texto fuera universal porque como yo soy tan local en mis trabajos, es tan venezolano siempre lo que escribo que entonces me problematizo cuando monto algo afuera porque es demasiado venezolano y allá los códigos son otros. Esta vez no intenté ser universal y creo que es una de mis obras más universales porque aborda esos temas que tocan a todos».
La situación que vive el teatro venezolano no es la misma que cuando fue actriz de la Compañía Nacional de Teatro entre 1987 y 1993. En ese entonces el público no se sabía comportar durante las funciones. La intérprete recordó, incluso, que en una ocasión le pegaron una pepa de ciruela en la frente en el Teatro Nacional durante una función. «Se portaban malísimo. Pero ese mismo público llegó a asistir a Moliere, Shakespeare, algo increíble, a portarse bien y agradecer esos montajes. La compañía en ese momento hizo una labor entrañable. Íbamos a varios sitios».
Fue una labor que tomó años y tiempo pero, al final, lograron ganarse el agradecimiento del público que los iba a ver en sus recorridos nacionales. Ahora la situación es otra: Caracas pasó de tener hasta 30 teatros a solo tener, como mucho, 5.
«Estamos viviendo otra situación porque el público que venía antes o está muerto o se ha ido del país, ahora tenemos otro público con el que tenemos que volver a comenzar», señala. Algo que la enternece y conmueve mucho es que la audiencia se muestra dispuesta a comentar lo que sucede en las obras, algo que considera que hay que darle la bienvenida. «Es conmovedor ese entusiasmo, esas ganas de meterse en la historia, de creérsela, es bellísimo. Claro, molesta si abren un caramelo, si les suena el celular, pero esas son pequeñeces a la hora de saber que son capaces de venir a llenar el teatro. Eso de que comentan lo que pasa en la obra me conmueve mucho».
Sin embargo, insiste en que para que las salas se llenen y haya una buena taquilla se debe dar un proceso que atañe a las dos partes: a los que hacen teatro y a los que van a verlo. «No es nada más que el público se porte mal o sea inculto, no es tan sencillo como eso. Hay que darles el teatro que los pueda cautivar y llevarlos al silencio. Haz el silencio, haz el teatro que lo invite a pensar más allá del simple comentario que puede producir el melodrama evidente. Es una responsabilidad que atañe a las dos partes, no se puede simplemente echarle la culpa al público».
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