Lo nuevo con lo viejo, lo antiguo y lo moderno comparten el espacio en aparente armonía en la capital de Corea del Sur. Esa fusión que se adivina en las calles entre carteles publicitarios en 3D recortados sobre la entrada de los palacios milenarios distribuidos por sus calles dan cuenta de una forma de vida, de una cultura entre tradicional y futurista que representa a un país que parece tener siempre un pie en el pasado y otro en lo que viene.
El contraste entre una sociedad conservadora y al mismo tiempo hiperconectada a través de las últimas tecnologías se refleja también en las formas y contenidos de sus exitosas ficciones tanto cinematográficas como televisivas. El ejemplo más reciente de ese singular estilo narrativo es El monstruo de la vieja Seúl, la serie de diez episodios recientemente estrenada en Netflix. La ficción, a pocos días de su lanzamiento, se convirtió en el programa más visto de la plataforma a nivel global.
Se trata de un relato ambientado en la Corea del sur de 1945 que vuelve a demostrar la habilidad de los creadores locales para combinar distintos géneros -en este caso el terror, el romance, el drama político y la acción- sin que se les vean las costuras o se resienta la lógica y coherencia de todo el cuento. Que en este caso utiliza los últimos tiempos de la ocupación japonesa instaurada en 1910 como el marco para narrar una historia de ambiciones desmedidas en la que los monstruos son tanto las criaturas de fantasía que se esconden en pasajes subterráneos como los hombres que las crearon. Y tal vez también aquellos que estarán obligados a combatirlas.
Para el ambicioso proyecto, que ya tiene una segunda temporada no solo confirmada sino ya grabada, los productores tuvieron que reconstruir la Seúl de aquellos años de transición en los que la opresión japonesa se manifestaba en el idioma, la arquitectura y la vestimenta y la influencias de occidente empezaban a tallar en la sociedad coreana. Así, cuando se traspasan las puertas de los estudios CJEM, una de las usinas de realización más prolíficas de la industria audiovisual coreana, antes que nada los periodistas de todo el mundo invitados a hacer el recorrido por los elaborados sets de la ficción reciben unas calcomanías diseñadas para tapar las cámaras de sus celulares. Solo así se podrá ingresar a los decorados del complejo de producción ubicado en Paju, a 28 kilómetros del centro de Seúl y a 83 de la frontera entre Corea del Sur y Corea del Norte.
Cerca, desde un observatorio estratégicamente ubicado, se puede ver la zona desmilitarizada que marca el punto exacto en el que termina un país y comienza el otro, pero dentro del estudio de TV esa división todavía no existe.
La serie de Netflix empieza a finales del invierno boreal de 1945, con la vieja Seúl convertida en un polvorín por el inicio de la retirada del ejército japonés que a su paso persigue con violencia a los integrantes de la resistencia independentista coreana, mientras en las sombras desarrolla una destructiva arma secreta. En ese ambiente se mueve Jang Tae-sang, el empresario más rico de la ciudad que desde su casa de antigüedades y empeños maneja los hilos de todo lo que sucede en sus calles. Interpretado por el reconocido actor Park Seo- jun (Itaewon Class, Parasite), el astuto negociante solo está interesado en sobrevivir a los tumultuosos tiempos sin perder su fortuna y, con suerte, tal vez hacerla crecer.
Una escena de El monstruo de la vieja Seúl
“Mi dinero es mi identidad y lo que me mantiene seguro”, dice Jang ante el reclamo de unos amigos para que se sume a la resistencia. “No conozco este país sin los japoneses. Nací sin padre ni patria”, insiste con un pragmatismo que por momentos lo mostrará como el antihéroe del relato que tiene a su paladín de la justicia en Chae-ok, la misteriosa investigadora llegada desde Manchuria decidida a encontrar a su madre, una de las tantas mujeres locales que parecen haber desaparecido sin dejar ningún rastro.
El papel de la valiente detective en la serie de Netflix está en manos de Han Soo-hee, la intérprete de otros éxitos de la plataforma como Aún así y Su nombre. Desde el primer encuentro de los personajes durante el primer episodio de la serie, queda claro que la acción y la intriga impulsarán la trama, pero que el romance también se asomará cuando haga falta y se alimentará de las diferencias entre ambos personajes; algo que está representado por los trajes que el equipo de vestuario creó para ellos.
Al entrar en el set en el que está montada la escenografía de la oficina del protagonista, un espacio decorado en madera que pretende demostrar su riqueza y poder, la jefa de arte de la producción, Choi Gi-ho describe cómo cada pieza de vestuario habla de la historia de los personajes y de su tiempo. “Era una época de renacimiento cultural, de mezcla de estilos que tenían influencias asiáticas y occidentales. Para Jang Tae-sang creamos trajes de tres piezas, con telas y estampados europeos.
Su elegancia funciona como una de las barreras que pone entre él y el resto del mundo. Y como contamos con Seo-jun para interpretarlo, todo le queda impecable. Casi demasiado. De hecho, tuvimos que “arreglar” los trajes para que no fueran tan perfectos”, cuenta la diseñadora entre risas, sabiendo que gran parte de lo que hace que el público se haya fanatizado con los dramas coreanos tiene que ver con sus bellas estrellas que, en este caso, además se mueven en un mundo especialmente creado para ellos.
El negocio del personaje central de la serie de Netflix tiene cada centímetro ocupado por pequeñas y grandes objetos para vender o intercambiar. Hay joyas, vasijas de cerámica y hasta una vieja edición de Los cuentos de los hermanos Grimm que aparecerán, si es que lo hacen, por menos de cinco segundos en pantalla pero que aportan texturas y realismo a lo que su director, Jung Dong-yoon, describe como “un cuento de monstruos que muestra cómo vivía la gente en aquella época”.
“Me interesaba retratar con verosimilitud sus experiencias, sentimientos y las dificultades que atravesaban en esos tiempos en los que la codicia crecía a la sombra de la confusión y la inestabilidad política y social. Eran meses en que les tocaba decidir de qué lado de la historia, colonia o independencia, iban a estar”, explica el realizador al abrir las puertas del bar de la ficción, uno de los decorados donde esos dilemas se pondrán a debate en los episodios de la primera temporada, siete de los cuales ya están disponibles en la plataforma; a partir del 5 de enero, en tanto, se estrenarán los tres restantes.
Bajo la tierra
Si lo que se ve en la superficie de los exteriores se asemeja a una calle principal, en la que los autos importados de Japón se mezclan con los puestos que venden farolas de papel, y los nuevos edificios de arquitectura occidental comparten el espacio con rudimentarias casas de techos de paja, bajo la superficie del cuadro, como corresponde a una historia con elementos de terror en su versión más perturbadora, impacta. Los decorados grises, de paredes descascaradas y que parecen húmedas aunque no lo estén, tienen pisos con manchas rojas al tono con los crímenes que se llevarán a cabo allí. En los episodios de la serie de Netflix se revelará que se trata de una instalación secreta escondida en un hospital donde los jerarcas nipones experimentan con seres humanos a los que transforman en sanguinarias criaturas que apenas pueden controlar.
Al clima de horror, además de los efectos visuales creados en postproducción, contribuye con la serie de Netflix la utilería estratégicamente distribuida por el estudio: por allí hay una barricada coronada por alambres de púa, grilletes oxidados y un lanzallamas que, aún fuera de uso, resulta amenazante. Del terror a la acción y el romance, de los kimonos y los coloridos hanbok -la vestimenta coreana tradicional-, a los trajes y sombreros al estilo de los que se usaban occidente en los años cuarenta, la combinación de estilos visuales y tonos narrativos de El monstruo de la vieja Seúl son la marca de fábrica de la producción audiovisual hecha en Corea del Sur, que gracias a sus originales y exitosas ficciones nos quedan cada vez más cerca.
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