Wes Anderson es uno de los últimos autores criados a la sombra de un Hollywood desaparecido. El director tenía poco más de treinta años y apenas dos filmes cuando encaró su proyecto más ambicioso, una agridulce saga familiar atravesada por frustraciones de todo tipo. Y si bien la película fue un éxito, en su realización él enfrentó una pesadilla que tuvo nombre y apellido: Gene Hackman.
Un proyecto personal
«Deberías escribir algo sobre tu familia», le dijo una tarde Owen Wilson a Anderson. Ellos eran amigos muy cercanos, habían compartido habitación en la universidad y los unía una sensibilidad que los llevó a escribir dos películas: Bottle Rocket y Tres son multitud. La primera giraba sobre un atípico grupo de delincuentes. Ese título le permitió a Wes familiarizarse con el hacer cine, mientras que en su segundo filme, sí desplegó personajes, situaciones y piezas musicales que lo revelaban como el arquitecto de universos de gran riqueza. En Tres son multitud apareció también Bill Murray, símbolo de un Hollywood poco atendido por los académicos, y al que Wes reivindicaba.
Owen conocía la historia de su socio artístico, el divorcio de su madre y su padre, la atípica vida que llevó ella y cómo impactó eso en el imaginario del niño. De ese modo, el tercer largometraje de Anderson no iba a ser sobre su vida, pero esa ruptura alcanzó para prender la mecha, y de golpe ficción y realidad comenzaron a mezclarse. Brian Tenenbaum era un amigo de Wes de la universidad, y ese apellido tenía la sonoridad que buscaba Anderson. Mientras escuchaba el «Cuarteto de cuerda en fa mayor», Wes garabateó un drama familiar que respiraba influencias de Los magníficos Amberson de Orson Welles, con un poco de El fuego fatuo y Un soplo en el corazón de Louis Malle.
Royal Tenenbaum (Gene Hackman) es un hombre que luego de años alejado de su familia, le asegura a su exesposa que le quedaba poco tiempo de vida. Bajo esa mentira, el hombre vuelve a los escombros de una vida que él mismo detonó, con la intención de estropear los planes de casamiento de Etheline (Anjelica Huston) y Henry (Danny Glover). Ese regreso le permitirá a sus hijos Chas (Ben Stiller), Margot (Gwyneth Paltrow) y Richie (Luke Wilson), antiguos niños prodigio convertidos en grises adultos, saldar con su padre deudas del pasado. A Anderson no le interesaban las dinámicas familiares tradicionales (o quizá sí, pero su búsqueda formal lo alejaba del cliché), y desde el comienzo tuvo muy en claro su objetivo: «Entre otras cosas, el eje está puesto en el fracaso, qué efecto tiene eso en las personas y principalmente en lo referido a esta familia y a esos chicos, que alcanzaron la cima demasiado rápido».
Una pesadilla llamada Gene Hackman
El patriarca de los Tenenbaum es la excusa del relato, y Anderson creó a ese protagonista con un nombre en mente: Gene Hackman. «Fue escrito pensando en él, aún en contra de su voluntad», comentó el director en una oportunidad, anticipando que trabajar con el veterano actor iba a ser el desafío más duro de su corta carrera. En una entrevista, el realizador recordó: «Era muy reservado. Me dijo que no le gustaba cuando alguien escribía un rol pensando en él, porque no lo conocían. Y yo le dije que no lo escribí pensando que así era él, sino que lo escribí para que él lo actuara.Pero cuando leyó el guión, no quiso participar». El motivo era que por esos años, el actor pensaba que quizás era momento de retirarse. Ante ese panorama, la producción tentó a Gene Wilder, que también lo rechazó porque estaba alejado de la actuación.
El representante de Hackman no dejaba de insistirle en aceptar el rol, intuyendo que Los excéntricos Tenenbaum prometía ser el broche de oro para una carrera de enorme prestigio. Eventualmente, el intérprete reveló que su rechazo inicial no tenía que ver con su inminente retiro, sino con una verdad mucho más íntima. Hackman confesó que ese personaje le tocaba una fibra muy delicada, porque un poco como Royal, él también había sido poco atento con su familia. Ese rol reflejaba una realidad que lo incomodaba, y por ese motivo sintió el deber de pedir permiso antes de firmar contrato. Sus hijos le dijeron que sí, que debía aceptar, y Hackman oficialmente se convirtió en un Tenenbaum.
El rodaje con Gene Hackman no fue fácil. El actor parecía decidido a incordiar a todos sus compañeros y compañeras de elenco, y Wes fue el que más sufrió sus malos tratos. Ante ese panorama, Bill Murray y Anjelica Huston se convirtieron en el paraguas que protegiera al director frente a las actitudes de Gene. De hecho, Murray solía ir al rodaje en sus días libres con el objetivo de apaciguar el incómodo clima. Gwyneth Paltrow, por su cuenta, directamente lo evitaba. Pero el momento de mayor tensión ocurrió cuando en una de las primeras escenas que debían filmar juntos, Huston le dio una cachetada a Hackman. «Le pegué realmente fuerte. Hasta pude ver la marca de mi mano en su mejilla», dijo ella en una entrevista en la que reconoció el conflicto.
Los excéntricos Tenenbaum no fue el adiós de Hackman de la pantalla grande, le siguieron otras dos títulos mucho menos interesantes. Sin embargo, es indudable que esta pieza fue la última obra maestra de un actor que nació bajo el ala de un Hollywood que aquí se extinguía, un Hollywood en el cual el éxito comercial y la mirada autoral podían ir de la mano.
Un elenco perfecto
Uno de los mayores atractivos de la película es su imponente elenco. Estrellas veteranas junto a una nueva camada de nombres en ascenso se encontraban en el marco de esta gran historia, y de ese modo Anderson era el corazón de un filme multigeneracional. Aparte del ya mencionado Hackman, Anjelica Huston, Bill Murray y Danny Glover (con quien el director estaba fascinado luego de verlo en Testigo en peligro) constituían la vieja guardia.
Más allá de su rol de coguionista, Owen Wilson se integró al elenco, al igual que su hermano Luke. El compromiso y entusiasmo por actuar en la película, los llevó a ellos y a Danny Glover a rechazar La gran estafa, de Steven Soderbergh. Ben Stiller y Gwyneth Paltrow, que grabaron sus escenas en menos de quince días por cuestiones de agenda, fueron otros de los gustos que pudo darse el realizador. Kumar Pallana, y el enorme Seymour Cassel, dos nombres muy vinculados a Anderson, también encontraron su lugar en la enorme familia de intérpretes de la obra.
Vida y obra unidas
En sus obras Anderson confunde realidad y ficción, y rasgos de su pasado se convierten en la materia prima no para hacer biografías, sino como disparador para contar esas ficciones que tanto lo movilizan a él, y a su público. Cuando Wes le contó a Anjelica Huston cómo debía interpretar a Etheline Tenenbaum, lo primero que hizo fue hablarle sobre su madre, Ann Burroughs. Sobre ese proceso, Anjelica recordó: «Wes me mandó fotos de su madre en excavaciones arqueológicas, utilizando camperas de aviador, y hasta me insistió con que usara un medallón determinado y unos anteojos que eran de ella. Entonces un día simplemente le pregunté si yo estaba interprendo a su mamá, pero él me dijo que no, que eso no era así».
https://youtu.be/yCSBFTSfvS8
De esa manera, los Tenenbaum son pero no son, se trata de personajes anclados a una realidad que obsesiona al director, y que evolucionaron para gozar de personalidad propia. Siguiendo esa lógica, Danny Glover es una mezcla entre un casero que el realizador conoció, y cuyo nombre también era Henry Sherman, con Kofi Annan. Richie Tenenbaum es una variante de Bjorn Borg, el prestigioso tenista que se retiró a una temprana edad, a la vez que la salvaje impronta de Eli se basó en Cormac McCarthy, autor de Sin lugar para los débiles.
Por último, Raleigh St. Clair, el psiquiatra interpretado por Bill Murray, está inspirado en Oliver Sacks, un reconocido neurólogo que fascinó al realizador: «Puede que antes de escuchar sobre él, muchos hayan leído su perfil en el New Yorker, en la época en que esa revista publicaba artículos sobre personas de las que nadie había oído hablar. Yo sentía que él estaba vinculado a la Nueva York que tenía que ver con mi película».
La música, la estrella más importante
Aunque Quentin Tarantino es un autor que hizo de las bandas sonoras parte de su firma, dentro de esa categoría Wes Anderson es igual de importante. Con un conocimiento abrumador en la historia del rock y el pop, en este largometraje encontró las canciones perfectas para sonorizar el ecléctico mundo de sus protagonistas. Y el realizador buscó piezas que expresaran eso que atravesaba a un grupo de protagonistas atrapado en sus angustias.
En muchos casos, los Tenenbaum sienten las canciones junto al espectador, y así se logran entrañables momentos como el de Margot y Richie, refugiados en esa carpa infantil al ritmo de «She Smiled Sweetly». El realizador pone en juego un mundo en el que conviven la nostalgia de Elliot Smith, Nick Drake y Nico, junto a la visceralidad Ramonera o la energía de los Rolling Stones. El punto final de esa gran colección de temas está a cargo de Vince Guaraldi, mítico jazzista que encontró en las composiciones para los films de Snoopy su mejor registro, y un músico al que Wes rescata para subrayar el tono melancólico de su historia.
Impriman la leyenda
Los excéntricos Tenenbaum se estrenó en Estados Unidos el 14 de diciembre de 2001. Con una inversión de veinte millones, el filme recaudó setenta a nivel mundial, y hasta 2014 (con la llegada de El gran hotel Budapest) fue su pieza más taquillera. Pero el logro de este largometraje no estuvo en sus números, sino en la consolidación de Anderson como autor.
A través de una saga familiar, el director expuso su universo emocional de forma contundente. El filme dura poco menos de dos horas, pero la historia de ese clan se prolonga a lo largo de décadas, con protagonistas que no saben completarse, y a quienes los define su relación con el dolor, si lo esconden, lo lloran o simplemente lo desconocen.
En esencia, Los excéntricos Tenenbaum tiene que ver con restarle importancia al apellido como puente para construir afectos. Todos los personajes (a excepción de Etheline, el único cable a tierra de ese cosmos caótico) evolucionan en su forma de aceptarse mutuamente, y ensamblan nuevas dinámicas para aprender quizá no a quererse, sino al menos a aceptarse. Y que la película termine con una frase falsa, es la confirmación sobre eso con lo que Anderson tanto insiste en su obra, y es que una persona se define alrededor de sus deseos, y no de sus verdades.
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