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Sergio Ramírez: “Los regímenes que buscan más poder terminan cavando su propia sepultura”

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Reorganizar su vida es lo más importante ahora para Sergio Ramírez, quien a sus 79 años de edad ha sido forzado a exiliarse una vez más por la persecución de un régimen autoritario como es el nicaragüense. Una opción que le parece atractiva para establecerse es Costa Rica, donde siete expresidentes solicitaron a la Asamblea Legislativa que se le otorgue la ciudadanía honoraria.

Ser uno de los escritores vivos más importantes de Iberoamérica, Premio Cervantes 2017 y figura respetada por políticos, intelectuales y académicos no ha sido suficiente para contener al régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

El mes pasado la fiscalía de ese país, controlada por la familia presidencial, acusó y pidió detener a Ramírez por actos que “incitan al odio” y por “conspirar” contra la soberanía. La entidad también lo acusó de “lavado de dinero, bienes y activos”.

Según la fiscalía, el novelista, que ejerció como vicepresidente con Ortega en el poder entre 1985 y 1990 y renunció en 1995 al Frente Sandinista de Liberación Nacional, recibió fondos de la Fundación Violeta Barrios de Chamorro. Los directivos de la organización también son señalados de lavado de bienes y activos.

Los cargos contra Ramírez son los mismos que la fiscalía ha imputado a opositores y críticos del régimen detenidos entre junio y agosto, siete aspirantes a la presidencia entre ellos.

En Nicaragua hay al menos 130 presos políticos a los que se suman los 37 líderes opositores arrestados recientemente, de acuerdo con un reportaje de La Prensa, el diario de mayor circulación del país, tomado militarmente por el régimen y cuyo gerente general, Juan Lorenzo Holmann, también está detenido.

La novela más reciente de Ramírez, Tongolele no sabía bailar, ambientada en las protestas y la sangrienta represión de 2018, ha sido prohibida en Nicaragua. Aunque ha circulado en el país en una edición en PDF, algo que el escritor ve como una forma de resistencia civil.

Alberto Ortega / Europa Press

—¿Cómo ha sido el exilio desde que el régimen de Ortega emitió la orden de arresto en su contra?

—Eso de sentirse exiliado es algo que cae de golpe. No te acostumbras a la idea de no regresar. Pero yo tenía cierta prevención de que esto podía ocurrir, así que ya me hallaba fuera de Nicaragua, lo que evitó que el exilio se convirtiera en cárcel. Cuando se dio la orden de detención yo ya estaba en Costa Rica, había salido en junio. Ahora lo que más importa es cómo reacomodar mi vida. Ya a estas alturas del campeonato no es tan sencillo. Estamos buscando cómo estabilizarnos en algún lugar. El exilio para un escritor yo diría que es distinto. Una vez que uno logra sentarse en un sitio y acomoda su laptop y comienza a escribir, pues puede hacerlo en cualquier parte. La verdad es que en Nicaragua yo ya tenía un primer exilio dentro de mi casa porque ya yo no volví a mi pueblo, donde teníamos una casita para pasar los fines de semana. La situación ya no lo permitía, la inseguridad. Tenía tiempo sin salir de Managua. Claro que no es lo mismo estar uno en su casa, en su país, que estar en una casa ajena en otro país. Pero hay que enfrentar las circunstancias de la mejor manera posible.

—¿Podría describir los sentimientos que ha tenido como exiliado?

—Aquí en Madrid me he encontrado con muchos exiliados venezolanos. Hemos compartido sentimientos. Las situaciones son muy parecidas. Las diásporas son siempre muy parecidas. Ahora hay nicaragüenses regados por todo el mundo. Hay gente que está pasando un exilio muchísimo más duro que el mío, pues yo me he sentido muy respaldado, con mucha solidaridad. Pero solo hacia Costa Rica, desde mayo, han salido 40.000 personas, sobre todo jóvenes. Solo entre enero y agosto de este año las autoridades de Estados Unidos han interceptado a 41.500 nicaragüenses tratando de entrar ilegalmente. Estas cifras nunca se daban antes.

—¿Ni siquiera en los tiempos de Somoza se veía tal migración?

—¡Esto es masivo! En los récords de migración de Estados Unidos, Nicaragua representaba una cifra marginal. Ahora son 40.000 y otros 40.000 en Costa Rica. No olvides que Nicaragua tiene apenas 6 millones de habitantes, más los que salieron después de 2018. Todo el que representa algún tipo de adversario para el régimen de inmediato es puesto bajo control, asediado, decomisan sus pasaportes, se te meten en la casa para hacerte registros. Esta hostilidad hace que muchos jóvenes, sobre todo ellos porque están contra los jóvenes, busquen la frontera. Familias enteras son las que están saliendo.

—¿En qué difiere este exilio del que vivió durante la dictadura de Somoza?

—Son circunstancias muy distintas. En 1978 yo viví en Costa Rica cuando me incorporé al frente político de la lucha contra Somoza. Se formó el Grupo de los 12, que es el que daba la cara por el Frente Sandinista en el plano internacional. Nosotros íbamos de país en país, México, Venezuela, Panamá, buscando el apoyo de los gobiernos para el derrocamiento de Somoza. Nosotros, el Grupo de los 12, donde había sacerdotes, intelectuales, empresarios, gente muy conocida y muy reputada en Nicaragua, publicamos un manifiesto en respaldo a la lucha armada. Fue el motivo por el que Somoza nos enjuició por terrorismo y asociación ilícita para delinquir, pero la respuesta nuestra fue regresar al país. El 8 de agosto de 1978 volvimos para desafiar la orden de prisión de Somoza. No se atrevió a meternos presos. Pero la distancia entre una cosa y otra es que entonces se trataba de una lucha armada. Hoy no hay una lucha armada en Nicaragua. Lo que hay es una represión unilateral contra todos aquellos que de manera cívica salieron a protestar a partir de abril de 2018. Fueron masacrados. A esta causa es a la que me he sumado como escritor: solidarizarme con los jóvenes asesinados, perseguidos. Eso lo hice desde que subí al Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares para recibir el Premio Cervantes. Yo comencé mi discurso denunciando estos hechos y solidarizándome con los jóvenes. Mi acumulación de delitos para esta dictadura no viene del hecho de que yo esté participando en un movimiento armado que quiera derrocar a Daniel Ortega y a su mujer. Es una represión contra mi posición cívica y contra mi posición de escritor. El hecho de que haya sido prohibida mi última novela en Nicaragua, y después se haya decretado una represión contra mí, yo lo vinculo al rencor y al resentimiento que provoca en ellos esta novela, porque trata de los acontecimientos de 2018. Para un novelista son completamente irreprimibles las ganas de meterse con un régimen que tiene estas características esotéricas, con árboles de la vida sembrados por todo el país porque protegen contra el mal de ojo, con el Ojo de Fátima, que es su símbolo, su escudo, un régimen que está basado en las enseñanzas de Sai Baba. Es una mezcla de marxismo y Sai Baba.

—¿Por qué dejó Costa Rica y se fue a Madrid?

—Yo vine a España para presentar mi novela. Me he quedado porque tenía muchos compromisos. Estaré aquí hasta el 30 de octubre. La verdad es que no he decidido todavía dónde nos vamos a quedar, aunque Costa Rica me parece muy atractiva porque siete expresidentes del país firmaron una petición dirigida a la Asamblea Nacional para que se me otorgue la ciudadanía honoraria. Yo ya tengo la ciudadanía española. Entonces estas son las opciones que tenemos para vivir en tiempos de incertidumbre. No es fácil decidir. Pero si nos dan la ciudadanía costarricense obviamente esa sería una opción.

—¿Cómo es su día a día en Madrid?

—Lleno de compromisos porque tengo muchas reuniones culturales. La semana pasada recibí un homenaje en el Ateneo de Madrid, con un diálogo con Rosa Montero y Pilar Reyes, la directora de Alfaguara. El día 15, el Círculo de Bellas Artes me va a otorgar la Medalla de Oro, una distinción muy grande para mí. Tengo un encuentro con la Fundación Mario Vargas Llosa que se va a celebrar en El Escorial. En fin, lleno de compromisos culturales, viendo a muchísimos amigos y dando entrevistas de prensa, así que son tiempos muy ocupados en los cuales ni siquiera se me ha ocurrido ponerme a escribir más que mis artículos de prensa.

Alberto Ortega / Europa Press

—Su familia sigue en Nicaragua. ¿Le preocupa esta situación? ¿Han recibido alguna amenaza?

—No, no. En ese sentido no.

—¿Qué significa ser el orador principal este año en la Asamblea General de la Sociedad Interamericana de la Prensa justo cuando en su país la libertad de expresión es perseguida por todos los flancos?

—Es muy importante que pueda alzar mi voz en una asamblea como esta en defensa de la libertad de prensa en Nicaragua. De todos los hechos trágicos que han ocurrido en mi país, entre muertes, persecuciones y exilios, uno de ellos, que a veces no parece tangible, es el de la represión contra la libertad de expresión. Dentro del éxodo del que te hablaba al principio hay decenas de periodistas que han huido a Costa Rica, México, Estados Unidos. La técnica digital permite hoy en día que los medios de comunicación se hagan desde fuera de Nicaragua. No se han cerrado porque los medios ahora son digitales. El último periódico escrito que quedaba en Nicaragua se acabó porque se le acabó el papel, quedó retenido en la aduana, igual que mi novela, y el diario La Prensa fue ocupado militarmente. De manera que muchos de los redactores de La Prensa están fuera del país o trabajan semiclandestinos en Nicaragua para hacer la edición digital. Pero, ¿qué ha pasado? Que La Prensa tiene el doble de suscriptores digitales. Juan Lorenzo Holmann, su gerente, está detenido, acusado del absurdo delito de lavado de dinero, que es uno de los delitos que me atribuyen a mí. Él va a recibir un premio en la misma ceremonia y eso es lo que quiero saldar: la lucha de lo que yo llamaría el periodismo de las catacumbas de Nicaragua, el que hace Carlos Fernando Chamorro en su exilio en Costa Rica, también acusado de todos estos delitos, pero se libró de la cárcel; así como la lucha de otros muchos medios digitales, que son los que realmente están informando a la población en Nicaragua.

—Persecución de periodistas y políticos y ahora un escritor. Ni siquiera permiten el ingreso de su novela al país. ¿Cuál es su evaluación de toda esta situación en pleno siglo XXI?

—Lo que pasa es que las dictaduras no tienen tiempo y en eso las novelas siempre han acertado. Creo que las mejores historias de las dictaduras en América Latina y las tiranías han sido escritas en las novelas. Todas estas características tan singulares, tan extravagantes de los dictadores, se revelan mejor que nada en las novelas. Quizás por eso mi última novela está siendo leída de manera clandestina en Nicaragua. Porque lo que circula en el país es una versión en PDF, que ha tenido miles de lectores.

—También está circulando en Venezuela.

—Eso en detrimento de mis derechos de autor (se ríe), pero yo lo veo como una resistencia civil. Leer lo prohibido, ¿no? No hay cosa más atractiva que a uno le prohíban un libro para buscarlo y leerlo, eso me pasaba a mí desde niño. Este tipo de imposiciones resultan absurdas porque multiplican la influencia de un libro entre personas que a lo mejor no son lectores habituales de novelas. Pero al leer esta novela verán una imagen de lo que ha ocurrido recientemente en el país porque es una novela que narra hechos contemporáneos. Ahora, las prohibiciones de los libros no han sido raras en las dictaduras de América Latina. Curiosamente Somoza nunca prohibió un libro. Quizás porque le parecía que los libros pertenecían a una cultura marginal que no influenciaba a la gente. Claro, perseguían los libros marxistas, como se perseguían en toda América Latina. Eso está establecido. Pero a Somoza nunca se le ocurrió prohibir una novela.

—¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela? ¿Fue duro escribir sobre las protestas?

—Cuando regresé de España en 2018 yo pensé inicialmente en un libro de crónicas sobre los hechos más relevantes de la represión, algunos de los cuales están dentro de la novela, como el incendio de la fábrica de colchones donde muere toda una familia abrasada, el asalto a la iglesia de la Divina Misericordia, los jóvenes muertos por las balas de francotiradores. Se trata de casi 500 víctimas mortales. Pensé que esto había que rescatarlo de manera individual porque si no se convierte en una simple estadística, por muy bien documentada que esté por las comisiones de derechos humanos. Pensé en este libro de crónicas, pero de pronto me di cuenta de que estaba escribiendo un libro de crónicas de segunda mano, porque estaba basándome en testimonios de otras personas y en reportajes de periodistas que habían investigado estos hechos. Ya había escrito un buen número de crónicas cuando decidí que esto cabría mejor en una novela, donde no hay fuentes de segunda mano. La novela toma de donde quiere y transforma los materiales de la manera que la imaginación lo dicta. En esta novela el inspector Dolores Morales, mi personaje de las novelas negras (El cielo llora por mí y Ya nadie llora por mí), decide regresar a Nicaragua luego de haber sido enviado al exilio en Honduras por Tongolele, el jefe de la represión. Este es un personaje que va siguiendo la cronología de los hechos contemporáneos de Nicaragua. Es un antiguo guerrillero que entra en la policía antinarcóticos, después pasa a retiro, abre una oficina de investigaciones en Managua y cronológicamente llega el momento justo en que viene abril de 2018. A través de la trama de la novela es que inserto estos acontecimientos de factura muy reciente.

—Siempre se ha considerado un escritor comprometido. ¿Es una posición que ahora es más importante que nunca?

—Yo creo que sí porque hoy tengo un compromiso claro con la democracia. Me parece que, más allá de las ideologías, que no han desaparecido y no van a desaparecer, lo importante hoy en día es elegir entre tiranía o democracia. Eso para mí es fundamental. No podemos hablar de otras cosas mientras sigamos enfrentando tiranías que niegan el derecho de la gente a elegir, que cortan las libertades públicas, que cierran los espacios de la prensa independiente. Eso es lo que hay que restablecer. Abrir la arena política legítima, donde la alternancia en el poder sea posible. Ese es el compromiso que yo asumo como escritor en este momento, lo voy a defender con la palabra. No necesariamente en mi novela porque un escritor debe tener mucho cuidado con no convertirse en un propagandista de causas. Pero sí, yo no separo: tengo un compromiso como escritor con la buena literatura, la literatura que no hace concesiones, y en la otra cara de la moneda está mi compromiso ciudadano. Soy consciente de que si tengo una voz de escritor, una voz que es escuchada porque soy un escritor, no debo callarme. Esto no va en detrimento de los buenos escritores que se callan. No digo que a la fuerza un escritor tiene que pronunciarse. Pero en estos momentos en América Latina me parece que sí, que hay una escogencia clarísima no entre izquierda y derecha. La izquierda que acepta la alternancia en el poder, como el Frente Amplio de Uruguay, no es la misma que la izquierda que se quiere quedar para siempre en el poder.

—¿Siente que los escritores, los artistas en general, tienen un deber con sus países si estos atraviesan crisis como la de Nicaragua?

—Yo creo que eso es una escogencia personal. Eso no va en detrimento de la obra de arte. Yo no confundiría las dos cosas ni censuraría a un escritor por callarse. Para mí la calidad de la obra literaria es una cosa y el compromiso ciudadano es otra. Yo prefiero el compromiso ciudadano, pero esa es mi propia escogencia.

—Ya antes había sido crítico. ¿Por qué la orden de detención llega ahora?

—Creo que es la culminación. Seguramente yo estaba en la lista del régimen, pero no se atrevían a proceder contra mí, quizás por temor al escándalo internacional. Pero una vez que ellos decidieron echar todo por la borda, echaron a la cárcel a todos los candidatos presidenciales, y junto con ellos a dirigentes políticos de organizaciones juveniles, dirigentes campesinos, al tener 140 presos políticos, muchos de ellos de relevancia, que han sido cancilleres, que han sido ministros, embajadores, pues esa línea tan débil se cortó. Al echarlo todo por la borda, ya no creo que a ellos les importe el inmenso escándalo que se ha desatado por la orden de detención en mi contra y por haber prohibido la entrada de mi libro a Nicaragua. Creo que ya rompieron todas las barreras.

—Con todo este panorama, ¿qué se puede esperar entonces de las elecciones?

—Nada. Nada. Esas elecciones ya pasaron para mí. Esas elecciones son una farsa completa. De ahí no resultará más que la confirmación de Ortega y su esposa en el poder. Con todos los candidatos presos, sin observación internacional, y con candidatos falsos. Lo que veo es a Nicaragua caminando hacia el partido único. Es lo que va a pasar ahorita. La confirmación de un partido único en el poder o de una familia única. Eso ya lo vivimos en el pasado. Es una repetición del pasado.

—¿Tiene esperanza de que lo van a superar?

—Claro, claro. No tengo la menor duda. Más temprano que tarde. Yo no sé cuándo porque no tengo una bola de cristal. Los regímenes que siempre buscan más poder, que se sienten inseguros porque no tienen todo el poder que quieren, a pesar de que lo tienen todo, terminan cavando su propia sepultura. No hay régimen que dure 100 años ni cuerpo que lo resista. Vendrá una solución en Nicaragua. Mi esperanza es que no sea otra vez a través de una lucha armada. Porque entonces volvemos a insistir en el pasado: la lucha armada, derriban a un caudillo, a un tirano, y el que encabeza la lucha armada entonces se vuelve a convertir otra vez en tirano. Mi esperanza es que encontremos una salida democrática. Una salida pacífica.

—A pesar de que es evidente el carácter represivo de las dictaduras de Nicaragua, Venezuela y Cuba, se critica que siga existiendo una izquierda que es complaciente con ellas.

—Ahora que se produjo la represión contra mí, me encontré un ejemplo muy esperanzador. En México, Elena Poniatowska se dedicó a reunir firmas para respaldarme y para protestar contra el atropello. El documento que presentó lo firmaron tirios y troyanos. Sabes que en México hay mucha polarización. Pero firmaron todos. Yo creo que sí hay esperanza de que la izquierda tradicional, o digamos izquierda populista o la izquierda-izquierda, se junte con la centroderecha o con la derecha cuando se trata de hablar de democracia, cuando se habla de defender la democracia, de defender las libertades. Yo creo que aquellos que se refugian en la vieja idea de que Daniel Ortega es un revolucionario y que hay que defenderlo porque siempre está luchando contra el imperialismo yanqui, un lenguaje de los años 60 y 70, no solo es una posición trasnochada, sino que me parece muchas veces oportunista. Se trata de una izquierda que vive en el pasado y cierra los ojos. Si cierra los ojos es porque tiene un velo ideológico demasiado espeso enfrente o porque sabe lo que está haciendo.

—¿Qué opina del caso de Bukele?

—Ese es un caso muy distinto. Creo que el presidente Bukele está perdiendo una gran oportunidad de asentar las bases institucionales y democráticas, de transformar a El Salvador sin prescindir de la democracia. Ojalá rectifique este camino. Porque tiene un gran respaldo popular, tiene mucho carisma. Estas armas debería usarlas para cimentar la democracia. Él es un hombre muy joven. Una vez que salga del poder no va a poder sostener toda esta armazón de concentración de poder que está haciendo y restablecer la estabilidad política de El Salvador.

Ramírez que

Jesús Hellín / Europa Press

—Le ha pedido a la comunidad internacional que no legitime las elecciones en su país. En Venezuela hay elecciones regionales también en noviembre y después de 15 años la Unión Europea decidió enviar una misión de observación, algo que muchos cuestionan por considerar que legitiman al régimen de Nicolás Maduro. ¿Siente realmente que lo que sucede en nuestros países es importante para el mundo más allá, por ejemplo en el caso de Venezuela, del éxodo?

—Yo creo que si un régimen autoritario negocia con la oposición una forma de crear condiciones para que haya una verdadera alternancia en el poder, y al sentarse en esa mesa de negociaciones ese régimen acepta la posibilidad de ser derrotado en unas elecciones, me parece que esas negociaciones son legítimas. Porque es la salida que a mí me gustaría encontrar para Nicaragua. Una salida negociada con el régimen autoritario para darle paso a un régimen democrático. Ahora, si esas negociaciones son usadas bajo el principio de que no voy a ceder nada de poder, y que lo que quiero es legitimidad internacional, ganar tiempo, me parece que eso es una pérdida de tiempo. Si alguien no quiere ceder nada de poder y lo que quiere es reafirmarse en el poder, las negociaciones no van a ningún lado. Te lo digo porque me parece que este camino es el que quiere seguir Ortega una vez que se vea confirmado en el poder. Después de tomar posesión, con seguridad, él va a llamar a Noruega, Dinamarca, Holanda, lo que sea, a mediar en unas negociaciones, pero no para ceder poder ni para aceptar la alternancia y la posibilidad de salir del poder por la vía electoral, sino para confirmar su poder y para buscar cómo quedarse siempre ahí. Eso me parece inaceptable. ¿Qué es lo que va a hacer Ortega en febrero, en marzo del año que viene? Llamar a negociar y poner sobre la mesa a los rehenes que tiene. Buscar cómo decir ‘bueno, yo voy entregando estos rehenes en la medida que me den concesiones’. La posición es que lo legitimen. Eso sería completamente contraproducente. Si la comunidad internacional está viendo que en Nicaragua lo que hay es un fraude gigantesco, y una supresión de la oportunidad de la gente de elegir, aun por medios violentos, encarcelando a los candidatos presidenciales, ¿qué legitimidad puede tener un gobierno como este?

—Líderes como Bolsonaro, Maduro, Ortega, Díaz-Canel, Bukele: ¿le preocupa la fragilidad de las democracias latinoamericanas?

—Yo te vuelvo a replantear lo que dije al principio. Creo que la izquierda y la derecha siempre van a existir en América Latina. Eso es inevitable. Por lo tanto, siempre va a haber una disputa entre izquierda y derecha, como la hay en Europa. Pero siempre que ambas fuerzas acepten dilucidar el asunto del poder en elecciones libres, y que las dos partes respeten el resultado de esas elecciones, y acepten la alternancia que significa que si gano ahora puedo perder mañana, ese es el camino que América Latina debe seguir. Es distinta esa izquierda dispuesta a aceptar las reglas del juego electoral, como el Frente Amplio en Uruguay, o como el Partido de los Trabajadores en Brasil, que entregó el poder a Bolsonaro, o en Chile, donde una Constituyente decidió por medio del voto y ahora se va a decidir también por medio del voto quién es el que va a gobernar, o en Perú, donde apenas, por tan pocos votos, y yo no entro a calificar al candidato ganador, Pedro Castillo ganó las elecciones y se entregó legítimamente el poder. Pero está la otra que se llama izquierda que se aferra en el poder. Ahí es donde no distingo entre Bolsonaro y Maduro, entre Ortega y Bolsonaro. No hay diferencias. Porque los identifica la voluntad autoritaria, la voluntad populista, la voluntad de quedarse, no importa a qué costo.

—¿Está escribiendo?  

—Todavía no, pero pienso hacerlo muy pronto. No escribir para mí es como el pez fuera del agua. Yo necesito volver a sentarme a escribir. Espero que pase toda esta ola de incertidumbre a la que estoy sometido y sentarme a escribir. Sobre qué no te podría decir ahora. No necesariamente voy a escribir otra novela como Tongolele no sabía bailar, puede ser que me aparte hacia otro tema que nada tiene que ver. Porque yo conservo mi libertad de escritor. Lo más importante para un escritor es escoger sus propios temas. No sentirse obligado a usar sus novelas como arma política, por un lado, ni tampoco sentirse acobardado y entonces entrar en la autocensura. Esa es la verdadera libertad del escritor.

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