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Leonardo da Vinci, el genio renacentista que unió ciencia, técnica y arte

El 2 de mayo de 1519, en Francia, murió a los 67 años un hombre adelantado a su tiempo que fue mucho más que un gran pintor

Por EFE
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Muy pocos artistas dibujaron tanto y pintaron tan poco como Leonardo da Vinci, de cuya muerte se cumplen 500 años. Existen unos 30.000 dibujos de sus numerosos cuadernos de estudios sobre fenómenos naturales, inventos, lugares o ideas, pero de sus pinturas no han sobrevivido más de 15 y un mural.

Da Vinci, prototipo que encarnó mejor el ideal renacentista del hombre como medida de todas las cosas, representado en el Hombre de Vitruvio o en el estudio de las proporciones ideales del cuerpo humano, fue no sólo una de las personalidades más polifacéticas de la historia, sino el que unió como ninguno ciencia, técnica y arte.

Y es que, tal y como le describió el historiador vienés Ernst Gombrich, Leonardo tenía un “apetito voraz de detalles” y una visión de conjunto, dominaba y admiraba la geometría y el dinamismo, elementos esencial de su ciencia. “Cuántos más se leen sus páginas, menos puede comprenderse cómo un ser humano podía sobresalir en todas esos dominios diferentes y realizar importantes aportaciones a casi todos ellos”, decía Gombrich para referirse a su mente insaciable, de extraordinarias dotes para la ciencia.

Da Vinci describió y dibujó a fondo los mecanismos del cuerpo humano y dejó claro que era mucho más que una máquina e incluso integró principios orgánicos y metabólicos en sus diseños arquitectónicos y urbanísticos; encontró ritmos ondulatorios del agua, la tierra, el aire, la luz o el sonido. Aún así, Leonardo no fue un intelectual. Fue hijo ilegítimo de un notario, por lo que no recibió la educación que le hubiera correspondido, probablemente supo poco latín y griego, pero no obstante sobresalió por su alta capacidad de estudio y experimentación.

Para el historiador del arte y académico español Víctor Nieto Alcaide, Leonardo fue el artista que llevó hasta sus últimas consecuencias la experimentación de un sistema regular basado en la observación de la Naturaleza como expresión ideal de una belleza suprema, y desarrolló un nuevo clasicismo, monumental y estético. Un carácter interdisciplinar que le convirtió en el verdadero arquetipo del hombre universal del renacimiento. Idea que desarrolla el biógrafo Walter Isaacson, que lo califica como hombre para el que la ciencia y el arte están absolutamente conectados, con una capacidad visionaria llevada a la práctica y adelantada a su tiempo, tanto por el estudio de la anatomía, como de la astronomía, la geología, la óptica, la perspectiva, la geometría, las matemáticas… para confluir en dos terrenos en los que era imbatible: la ingeniería y el arte. Según el caso, Da Vinci daba prioridad a una u otra. Aquellos biógrafos que se desesperan con la supuesta dispersión en tantos campos de Leonardo, se equivocan: todo confluye en su arte. Pero si su genio ha sido objeto de admiración y estudios científicos y artísticos, también lo ha sido de todo tipo de especulaciones e incluso invenciones. No se ha librado de ser objeto, al margen de su obra artística, descontextualizada de la historia de la ciencia, del arte, de su época, con unas teorías que llenan las páginas de la literatura sensacionalista con fantásticas historias que han terminado por desfigurar al artista.

La polémica sobre la autoría de la llamada Tavola Lucana, presunto autorretrato de Leonardo, es autógrafo únicamente -matiza el historiador de Arte Benito Navarrete-, para su descubridor, el profesor de Historia Medieval Nicola Barbatelli, quien lo localizó en una colección privada al sur de Italia en 2009.

Tal y como explica el historiador español, la imagen de la Tavola Lucana se inspira en otro falso retrato de Leonardo conservado en los Uffizi, probablemente ya del siglo XVII, que ninguno de los grandes estudiosos del artista reconoce como original. Niegan su autoría o simplemente la ignoran una larga lista de expertos, entre los que se encuentran Mauro Natale, Marco Tanzi, Frangi, Alessandro Ballarin, Cecilia Frosinini, Alessandro Cecchi, Marani o Martin Kemp, entre otros. Se advierte sobre todo en la traza de los cabellos del personaje, en la pincelada floja y en la ausencia de la variedad técnica de Leonardo. Muy extraña es su firma -dice- en latín, pinxit mea, pues ni existe tradición de una firma así en la historia precedente ni Leonardo solía escribir en latín, una lengua que prácticamente desconocía y no leía bien, como ha defendido Kemp en un estudio de 2011: “No hace falta ser experto en Leonardo para acercarse y darse cuenta de que ni siquiera se trata de una pintura del siglo XVI”.

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