Armando Rojas Guardia solía decir que Venezuela acoge una de las tradiciones poéticas más importantes de la lengua española, y, sin embargo, en el país no se propician, “como paisaje existencial y cotidiano, estados profundos de conciencia donde aparezca la experiencia poética”.
“Joaquín Marta Sosa dice que el siglo XX fue el Siglo de Oro de la poesía venezolana, y lo sigue siendo en el siglo XXI”, aseguraba el poeta fallecido en julio a los 70 años de edad.
La afirmación no es solo de Rojas Guardia, que además de haber sido un colosal intelectual era formador de poetas: existe un consenso sobre la altísima calidad de la poesía venezolana, que cuenta con tantos autores, editores y promotores que es difícil no perderse entre ellos.
A la cabeza están Rafael Cadenas y Yolanda Pantin, los autores más reconocidos, ganadores de importantes premios internacionales. El larense de 90 años ha obtenido, entre otros, el FIL de Literatura en Lenguas Romances, el Federico García Lorca y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, y anualmente suele aparecer como favorito del Cervantes. Mientras que la caraqueña de 66 años ganó la última edición del Federico García Lorca y en 2017 obtuvo el Casa de América de Poesía Americana.
Pero junto a ellos hay numerosos autores, dentro y fuera del país, y de distintas generaciones, así como editoriales, promotores y diseñadores de diferentes niveles.
Antonio López Ortega, escritor, crítico, editor y promotor cultural, es un profundo conocedor de la literatura venezolana. Él, Miguel Gomes y Gina Saraceni fueron los encargados de la edición y compilación del enorme título Rasgos comunes. Antología de la poesía venezolana del siglo XX (Pre-Textos, 2019), una selección de la obra de 87 poetas, de Francisco Lazo Martí (1869-1909) a Luis Enrique Belmonte (1971).
López Ortega sintetiza en cinco puntos el desarrollo de la poesía venezolana en los últimos 20 años.
El primero es la internacionalización de autores que se han dado a conocer gracias a empeños editoriales. El escritor menciona dos sellos: Pre-Textos, que a finales del siglo XX ya publicaba a autores como Rafael Cadenas, Eugenio Montejo, Juan Liscano o Vicente Gerbasi, y Visor, que junto a la Fundación para la Cultura Urbana y bajo la coordinación de la investigadora Marina Gasparini Lagrange engendró un proyecto para publicar a dos poetas venezolanos (una mujer y un hombre) al año durante una década; de este plan de envergadura ya han aparecido los títulos Antología poética de Juan Sánchez Peláez, De la metáfora, fluida de Verónica Jaffé y El cangrejo ermitaño de Arturo Gutiérrez Plaza. En falso de Gabriela Kizer debió salir en septiembre, pero la pandemia obligó a posponer la fecha, mientras que para el año próximo están pautados Higiene privada de Luis Enrique Belmonte y una antología por ahora sin título de Hanni Ossott.
Entre los títulos publicados por Pre-Textos se encuentran, además del mencionado Rasgos comunes, El campo / El ascensor de Ígor Barreto; En torno a Basho y otros asuntos, Sobre abierto y Obra entera de Rafael Cadenas; Los espacios cálidos y otros poemas de Vicente Gerbasi; El cuaderno de Blas Coll, Papirosos amorosos, Partitura de la cigarra y Fábula del escriba de Eugenio Montejo —cuya obra completa será lanzada pronto por el sello con la edición de López Ortega, Graciela Yáñez Vicentini y Miguel Gomes—; Espacios de fuga de Alejandro Oliveros; País. Poesía reunida (1981-2011) de Yolanda Pantin; La dulce astilla de Luis Pérez Oramas y La segunda versión de Guillermo Sucre.
“Todos esos esfuerzos editoriales, de Pre-Textos sobre todo, hablan de la necesidad de llenar ese vacío de proyectar la literatura, y más específicamente la poesía venezolana, hacia otros lectores y hacia otras realidades”, explicó López Ortega.
El siguiente punto sería el de los reconocimientos y las invitaciones internacionales: “Creo que los más descollantes en ese caso han sido los dos premios que ha obtenido en los últimos años Yolanda Pantin, previamente el Casa de América y recientemente el García Lorca, un premio de referencia importante; y en paralelo está posiblemente la distinción más importante que ha recibido la poesía venezolana en los últimos tiempos, que es el Reina Sofía para Cadenas, nuestro gran poeta”.
Otro factor significativo es esa generación de autores nacidos en los años 80 que han publicado en las dos primeras décadas del siglo XXI. Son, explica el editor, los escritores que están produciendo la nueva poesía venezolana. Entre ellos menciona a Willy Mckey, Graciela Yáñez Vicentini, Jairo Rojas Rojas, José Delpino, Natasha Tiniacos, Alejandro Sebastiani Verlezza, Santiago Acosta, Franklin Hurtado, Néstor Mendoza, Alejandro Castro, Adalber Salas Hernández, Camila Ríos y Raquel Abend van Dalen.
“Esos autores, todos nacidos en los 80, están en pleno despliegue de su obra. Son de alguna manera la generación pujante, la generación que va en primera línea. El campo de proyección de esa generación nacida en los 80 se ha dado en estas décadas”, dice López Ortega.
Después nombra a autores nacidos en los 50 que empezaron a publicar en los 80 y 90 y que en las últimas décadas han estado en un período de madurez, con una obra sólida. Menciona acá a Ígor Barreto, Edda Armas, Yolanda Pantin, Ana Nuño, Laura Cracco, Maritza Jiménez y Rafael Castillo Zapata. Representan, señala, a la generación posterior a la del 58, integrada por autores como Rafael Cadenas, Eugenio Montejo, Alfredo Silva Estrada o Francisco Pérez Perdomo.
En el cuarto eje, López Ortega recuerda a autores nacidos en los 60 como Patricia Guzmán, María Antonieta Flores, Luis Pérez Oramas, Alfredo Herrera, Arturo Gutiérrez Plaza, Sonia Chocrón, Jacqueline Goldberg, Luis Moreno Villamediana, Carmen Verde Arocha, Eleonora Requena y Luis Enrique Belmonte.
“Esa generación del 60, un poco más tardía que la de los 50, también está viendo en este momento un período de legitimación y consagración de su obra, obras ya maduras”, dice.
El último punto tiene que ver con el surgimiento de sellos nacionales, impresos y digitales, que no han dejado de difundir la poesía venezolana. Algunos de ellos son Eclepsidra, una editorial que ya tiene más de 25 años; Oscar Todtmann Editores, con una tradición de casi cinco décadas; Dcir Ediciones, fundada en 2015 por Edda Armas, el maestro Carlos Cruz-Diez y Annella Armas; Letra Muerta, una editorial exquisita dirigida por Faride Mereb y especializada en libros de archivo; o El Taller Blanco Ediciones, dirigida desde Colombia por los venezolanos Néstor Mendoza y Geraudí González.
“Gracias a ese esfuerzo mancomunado podemos decir que mantenemos un buen momento poético. Dentro de cuatro o cinco décadas, cuando nos preguntemos qué se hacía en estos primeros 20 años del siglo XXI, no sentiremos un vacío”, dice López Ortega.
Graciela Yáñez Vicentini, quien además de poeta es gerente cultural de Letra Muerta, menciona otras editoriales como “Libros del Fuego, que acaba de publicar el primer poemario inédito de Alejandro Castro, como hizo Letra Muerta con Pavesa de Gabriela Kizer, que llevaba 30 años sin editarse; el sello de Fundación La Poeteca, que este año editó Cartas de renuncia de Gutiérrez Plaza y Cosmonauta de Enza García Arreaza; la Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro, que el año pasado presentó Marea tardía de Rowena Hill; Team Poetero, que publicó hace tres años la antología de poesía joven Amanecimos sobre la palabra; así como Kalathos, La Laguna de Campoma; la artesanal y recién nacida Tuqueque, que acaba de reeditar Poética de Ida Gramcko, Sudaquia, La Diosa Blanca y Gisela Cappellin Ediciones”.
Pero las editoriales nacionales también se han proyectado en el exterior. Yáñez Vicentini, por ejemplo, señala que el poemario Los ausentes de Rubén Ackerman (Dcir) recibió la Mención Ilustre de la Municipalidad de Cuenca en el VI Certamen de Poesía Hispanoamericana Festival de la Lira, en Ecuador; Tuétano (La Poeteca) de Andrea Crespo Madrid cuenta con una traducción al inglés circulando en España editada por Ojos de Sol; El Taller Blanco y Libros del Fuego han estado presentes en ferias internacionales como la de Bogotá o la de Frankfurt, respectivamente; mientras que Letra Muerta ofreció en 2017 la primera edición bilingüe del primer poemario publicado por Hanni Ossott, Espacios para decir lo mismo / Spaces to Say the Same [Thing], con la traducción de Luis Miguel Isava; presentó el año pasado en Nueva York Pavesa de Gabriela Kizer y A Love Supreme de Adalber Salas Hernández, que también se presentó en España; y ha promovido la poesía de autores como Miyó Vestrini fuera del país con ediciones en inglés y francés, y este año una versión en inglés de La vida privada de las muñecas de trapo de Aquiles Nazoa.
Un espacio que ha permitido conocer nuevos poetas ha sido el Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas, que ya cuenta con cinco ediciones que a su vez han producido cinco antologías de poesía joven disponibles en la página web de La Poeteca. Los ganadores de este premio, Willy Mckey, Cristina Gutiérrez Leal, Carlos Iván Padilla, Lenny Pinto Suárez y Kaira Vanessa Gámez, son una muestra de la calidad literaria de las nuevas generaciones.
La constancia
La investigadora Marina Gasparini Lagrange recuerda que en Venezuela siempre han existido publicaciones de poesía, y destaca sellos como Pequeña Venecia, Mandorla y Angria, así como los buenos tiempos de Fundarte y Monte Ávila. Lo más notorio recientemente, explica, ha sido la proyección internacional, con libros como la antología que hizo Ana Nuño para Visor en los 90 de Cadenas o la edición para Siruela que hizo Katyna Henríquez de Las formas del fuego de José Antonio Ramos Sucre.
Pero fueron publicaciones que quedaron aisladas, por eso para Gasparini lo importante es la constancia, que haya proyectos rigurosos y de calidad como el de Visor y la Fundación para la Cultura Urbana o las persistentes ediciones de Pre-Textos.
“Eso no es un título individual que salió y quedó ahí, sino que hay una regularidad en la aparición de los libros. Eso ha generado expectativa en los lectores. Yo como coordinadora del proyecto de la FCU y Visor lo he visto. A mí las personas me preguntan cuándo sale el próximo libro, porque saben que viene”, cuenta.
En España, subraya la ensayista, han descubierto que la poesía venezolana es una mina de oro, que tiene una enorme riqueza y que es diversa.
“Tenemos que dar a conocer a nuestros poetas, eso es parte de la finalidad del proyecto de la FCU con Visor. La poesía venezolana es maravillosa, la de los maestros, los viejos poetas, la que está escribiéndose, la de los jóvenes. Es de altísima calidad la poesía venezolana”.
En los tiempos oscuros que corren, la investigadora valora que la poesía demuestra que los venezolanos son algo más que crisis: “Como decía Álvaro Mutis sobre Juan Sánchez Peláez: la poesía venezolana es el secreto mejor guardado de América Latina”.
El escritor Luis Barrera Linares, individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua y actualmente profesor de la Universidad Católica Silva Henríquez, en Santiago de Chile, considera que “los últimos años han sido más que relevantes para el auge y la consolidación de nuestra poesía”.
Dejando de lado el Reina Sofía para Cadenas, pues, recuerda, es el summum de lo que hasta ahora ha logrado la literatura nacional, señala que detrás del autor de Falsas maniobras hay “una interesantísima escuela de seguidores materializada en importantes voces algo más jóvenes, pero con igual empuje y futuro promisorio”.
Y aunque no es partidario de las listas, “porque algunos no incluidos se enojan”, sí mencionó sus preferencias como lector: Armando Rojas Guardia, Yolanda Pantin, María Antonieta Flores, Jacqueline Goldberg, Edda Armas, Kira Kariakin, Belkys Arredondo, entre otros.
“Entre otros caballeros, me merece mención muy especial ese hilar fino que caracteriza la poesía de Eugenio Montejo y sus atmósferas mágicas. Aparte de eso, he visto desde hace años el crecimiento, la constancia y el cuidadoso trabajo de filigrana que han venido realizando Ígor Barreto, Arturo Gutiérrez Plaza y Miguel Marcotrigiano, a quienes percibo como practicantes de una escritura limpia, sin estridencias, sosegada, cuidadosa, de verdadero oficio”, agrega Barrera Linares, quien se considera fanático también de Hesnor Rivera y lector consecuente de Harry Almela, ambos fallecidos y recientemente publicados de forma póstuma por La Poeteca, y de dos poetas que considera casi olvidados: Ramón Ordaz y José Luis Ochoa.
Imaginación y musicalidad
El poeta Joaquín Marta Sosa, encargado de la selección del volumen Navegación de tres siglos. Antología básica de la poesía venezolana (1826-2013), considera que la calidad de la poesía venezolana probablemente tiene que ver con el Caribe, que es muy musical y colorido.
“Tanto el arte cinético como la poesía beben mucho del colorido, de la luz. Quizás eso tiene que ver. Y luego nosotros tuvimos la suerte de pertenecer a un área cultural latinoamericana donde las músicas nacionales y vecinas llegaron a ser muy importantes, la ranchera, el bambuco, el bolero. Creo que eso ayudó a crear un oído musical, que es importante en la poesía, juega un papel de primer orden”, dice.
Para él, los reconocimientos internacionales actuales son un poco tardíos, “porque la calidad de la poesía venezolana ha sido de siempre”.
“Más allá de los premios, que desde luego han sido decisivos, la poesía venezolana ha sido muy leída. La antología que me fue encargada se agotó el mismo año de su publicación. Luego Rafael Arráiz Lucca editó una para Visor (Antología. La poesía del siglo XX en Venezuela) que también se agotó”, recordó Marta Sosa.
“Curiosamente, cuando hablaba con poetas españoles acerca de la poesía venezolana, no la conocían, pero no les era ajena. Sabían de Montejo, Cadenas, Yolanda. Quizás, hablando de premios, el que inaugura esa tradición de una poesía premiada es Luis Enrique Belmonte, que ganó el Adonais (en 1998 por Inútil registro)”, agregó el poeta, que hoy día sostiene, como señaló en su antología Navegación de tres siglos, que un fenómeno muy importante que observó en la poesía contemporánea fue la escritura de las mujeres, que a su juicio ha persistido. “Tiene una calidad verdaderamente asombrosa”.
Lo decía hace un año Antonio López Ortega en el discurso que ofreció durante el acto de presentación de Rasgos comunes en Ciudad Banesco: la poesía y el cuento son dos géneros “que han marcado y siguen marcando la literatura venezolana”.
@IsaacGMendoza