ENTRETENIMIENTO

Las confesiones de Santiago Cruz: drogas, tuits y redención

por Avatar GDA | El Tiempo | Colombia

De Santiago Cruz (Ibagué, 1976) se esperan canciones, algunas muy íntimas si se quiere; las más recientes están en el álbum Dale. Por eso sorprende que presente un libro como Diciembre, otra vez, en el que relata hechos que otros esconderían como un secreto.

Por ejemplo, haberse enterado a los 15 años de que su padre, piloto (separado hacía años de su madre), había estado preso en el exterior por trabajar para carteles de la droga. Y el golpe posterior, de haberlo recibido a su regreso, sin saber si odiarlo o quererlo, y oírlo prometer que reharía su vida para saber, cuando murió, que el vuelo en que perdió la vida era su regreso al mundo del narcotráfico.

También está el episodio del tuit sobre Diomedes Díaz, que para muchos solo fue una anécdota y para Cruz, un bajón en su carrera. Había muerto el ídolo vallenato, y en medio del adiós de las redes sociales, Cruz –a punto de estrenar un video– hizo público un saludo solidario a Doris Adriana Niño, la joven por cuya muerte Diomedes había pagado cárcel.

Cruz no midió la reacción enardecida de los fanáticos de Díaz y, encima, se puso a contestarles. Alguien le sacó a la luz su adicción a las drogas, y respondió: «Pero al menos yo no maté a nadie» y eso fue el final.

Fue lapidado en las redes sociales, e incluso tuvo amenazas de muerte, debió encerrarse en su casa y congelar sus lanzamientos musicales, como una medida de prudencia de su disquera.

Muchos de los hechos trascendentales en su vida ocurrieron en diciembre. Y ese es el origen del título de este libro autobiográfico, del que habló con El Tiempo.

-No sabíamos que planeaba escribir…

-Yo tampoco. Pero apareció esta necesidad de profundizar en episodios de mi vida. Inicialmente, como ejercicio terapéutico, porque reconozco ese valor en la escritura. Es lo que procuro hacer con las canciones, pero aquí me dejé ir con cosas que tenía adentro.

-Habla de personas que muchos conocen, sin diplomacias, pero sin echarles culpas…

-Aunque el evento que narro sea afortunado o desafortunado, trato de hacerlo de manera respetuosa o contando la realidad. Hay cosas que pasaron, y cuando pasa el tiempo y estás del otro lado, si, digamos, eres el villano del episodio, vas a decir: ‘¿Yo hice eso? Ni me acuerdo’ o ‘No tuve en cuenta que tuviera ese impacto’, y creo que eso es un ejercicio valioso.

-También recuerda críticas que le dolieron.

-Cuando uno expone su trabajo, esto tiene una retribución. Está claro que para algunos, mi trabajo no tenía valor, pero había maneras de decirlo. Seguramente, si hubiera escrito el libro hace 10 años, cuando estaba en otro lado de mi recorrido emocional, el tono habría sido distinto. Pero cuando has procurado alimentar tu espíritu, tratas de contar las historias quitándoles el elemento de juicio. Gonzalo García, del estudio donde grabé el audiolibro, dijo que le gustó que se hizo sin victimismo y sin heroísmo.

-De alguna manera en el libro se reconcilia con la imagen de su padre…

-Hay un recorrido en busca de ser mejor persona. Eso implica un análisis de los hechos, para ponerles un contexto, no para buscar culpables. Una cosa es revisar para decir: ‘Ahí está el cabrón que me hizo esto’, y otra cosa es buscar el contexto del momento para darle su justo valor y encontrar lo que hay de aprendizaje. No es un camino fácil ni estático. A veces, siento que avanzo un paso y retrocedo tres.

-¿Qué aprendizaje le dejó el trino sobre Diomedes?

-La reflexión está clara. Fue un tuit incompleto, innecesario e inoportuno. A veces, pecamos de querer opinar de todo para mantener el círculo de la vigencia y la tendencia, sin pensar en el impacto de las palabras. No me planteo el ejercicio de ‘qué hubiese pasado sí…’

Termina siendo inútil, salvo que estuviéramos en una película y pudiéramos ver qué hubiese pasado si Fanny Mikey no me dice: ábrele a Fito Páez, o si yo sigo trabajando en la oficina en lugar de dedicarme a la música, o si no hubiera probado el trago o el perico, o si no hubiera escrito ese tuit, o si mi padre se hubiera dedicado a cuidar las tierras de mi abuelo en lugar de buscar otras cosas.

-¿Qué otras diferencias hay en este salto de la canción a las letras?

-Un autor australiano decía que más que un músico se es un creador, y propone darse la oportunidad de no circunscribir la creatividad solo a la canción. Y he dicho muchas veces que más que músico, soy un contador de historias. Ahora, está bueno que la historia propia, y personal, salga de los 3 minutos de una canción.

No sé si seguiré escribiendo. En pandemia estudié escritura de guion, y estoy escribiendo una película que no sé si se hará. Sigo explorando otras formas de comunicación. En el libro hay muchas visitas (códigos QR) que llevan a canciones. Ahora viene un EP de 4 temas que se llama Epílogo.

-¿Le asusta diciembre?

-Me genera expectativa porque ya se acerca. Es curioso que tantos acontecimientos hubieran ocurrido en diciembre. Escribía el libro y me dije: “¿Diciembre otra vez? ¿Qué pasa con ese mes?”. El 3 de diciembre del 99, fue lo de Fito; en el 2006 empezó mi rehabilitación; en 2002, murió mi padre; en 2013, lo de Diomedes; en el 2019 me dan la carta de libertad en Sony.

-Dice que con el libro liberó ciertas cosas. ¿Qué conclusiones hay?

-Me parece interesante que se han valorado la honestidad y la vulnerabilidad del libro. Acostumbramos a que un libro autobiográfico se parezca a una selfi, en la que uno busca verse lo más guapo posible.

Este libro es un relato de acontecimientos, y muchos muestran la parte oscura de un ser humano. A veces uno dice: “No cuento esto porque me deja mal parado”. Pero es interesante hacerlo porque hay aprendizaje. Le leí el libro a mi mamá. Fue una catarsis maravillosa.

Ella estaba nerviosa, y yo le decía: “Si mi vida fuera la de hace 10 o 15 años, el libro no tendría sentido. Pero esta crónica al final muestra la transformación de un ser humano a partir de sortear los hechos de su vida”.

-¿Qué fue lo mejor de haber escrito el libro?

-Haberlo terminado, porque suelo empezar muchas cosas y terminar pocas. El hecho de haber generado conversaciones en mi familia, que antes no se tenían, me parece valioso. Cumplió con un proceso de sanación que no sé si de otra forma se hubiera dado.

-¿Hasta qué punto es positivo publicar cosas tan privadas?

-Parte de lo que nos tiene jodidos como sociedad son los secretos. El asunto de que ‘de eso no se habla’ y el famoso ‘la ropa sucia se lava en casa’ son conceptos dañinos. ¿A dónde nos ha llevado eso de que ‘en la mesa no se habla de política’? No sabemos hablar de política. Solo sabemos discutirla. Eso que creemos oculto realmente no lo está, porque influye en cada acción. Entonces es bueno sacarlo.

Mis hijos son pequeños. Pero creo que cuando tengan una capacidad de discernir distinta lo puedan leer y, a partir de estas revelaciones, estoy seguro de que su vida tendrá otro tinte. La manera de perpetuar lo que no nos gusta de nuestra vida y nuestra historia familiar es manteniéndolo en secreto. Al final, se trata de superar preconceptos como el ‘de eso no se habla’ o esa sobrevaloración del esfuerzo y el sacrificio como vehículo para conseguir cosas.

-O que el artista necesita drogas para crear…

-Exacto, o eso de que ‘si no cuesta no vale’, toda esa construcción espantosa del purgatorio como paso previo obligatorio para el paraíso nos ha contaminado en todos los ámbitos, incluso en el amor, y eso nos lleva a relaciones tóxicas.