ENTRETENIMIENTO

La larga sombra del comunismo

por Luis Alfonso Herrera Orellana Luis Alfonso Herrera Orellana

Estoy harto de la gente que muere por una idea (…) he llegado a convencerme que el fondo es criminal. Lo que me interesa es que uno viva o muere por lo que ama (…) el hombre no es una idea

Albert Camus

La peste, 1947

Se cumplen 100 años del día en que la facción bolchevique, liderada por V. I. Lenin, se apartó de las demandas de libertad y civilidad de la población rusa en contra de la monarquía zarista, y comenzó el proceso de instauración del primer Estado socialista en el mundo, a través de la creación de instituciones, políticas, acciones militares y propaganda, inéditas hasta entonces, que siguen, todavía hoy, siendo una importante referencia, aquí y allá, para los que aspiran a “liberar” a los oprimidos del mundo, y juzgan necesario, debido a la naturaleza superior de ese fin, aplastar toda forma de crítica y “reacción” a su proyecto.

En efecto, tal y como lo argumenta Richard Pipes en La Revolución rusa, lo que inició el 23 febrero de 1918 como una potencial revolución, en el sentido que Arendt dio en su obra a ese evento político −la ruptura con un régimen autoritario para garantizar la libertad política con igualdad ante la ley−, muy pronto se convirtió por la acción de los bolcheviques en su opuesto, en un proceso de eliminación de toda forma de libertad según lo previsto en un plan central, tal y como ya había sucedido en la Revolución francesa, solo que en el caso ruso, con un saldo muchísimo más trágico.

Las nuevas instituciones para aplastar a la disidencia

Para consolidar el golpe de Estado dado tanto al régimen zarista como a los anhelos de libertad de los rusos, la facción bolchevique necesitó crear una vez asumido el poder un cúmulo de nuevas instituciones −entre ellas, el Sovnarkom, la Gosplan, la Vesenka, la Cheka o policía política, el Ejército y la Armada Roja− para asegurar la estabilidad del proyecto socialista, y más allá, del futuro Estado soviético, las cuales no tendrían por finalidad nada de lo expresado en público por los líderes comunistas −justicia social, libertad, mejora de las condiciones de vida−, sino la conservación y expansión del control sobre el Estado durante la guerra civil rusa, que librarían en contra de los bolcheviques otras facciones de ese país y algunos agentes de los países que actuaron durante la Primera Guerra Mundial, así como la aplicación de una serie de medidas de extrema injusticia bajo la excusa de estar resguardando al proletariado de sus enemigos internos y externos. En ese proceso se gestó también la expansión comunista a los países vecinos de Rusia.

La abolición de la propiedad privada

Tal y como lo expresa Toranzo en Principios filosófico-políticos del sistema soviético de Derecho, si hay una idea que hermana a los socialistas del mundo, y en especial a los comunistas, es su desprecio por la propiedad privada sobre los bienes de producción y su deseo de abolir esa forma de propiedad. Por ello tal medida se aplicó tras el golpe bolchevique, aunque de forma gradual, entre octubre de 1917 y enero de 1918, y no fue hasta 1922, luego de terminada la guerra civil, de millares de muertos por hambruna y de agotado el “comunismo de guerra”, que se toleró un muy precario restablecimiento de la misma.

Es curioso que los socialistas de nuestra época atribuyan más esa idea a los “marxistas” que a Marx, cuando la misma está literalmente expresada en El manifiesto comunista, en el que se califica de “robo” la ganancia que obtiene el propietario al emplear bienes propios para la obtención de esa ganancia. Lo que comenzó como una medida para liberar e igualar, se reveló como un método para esclavizar y discriminar, para ejercer control político sobre campesinos, obreros, trabajadores y disidentes, al erigirse el Estado soviético y el partido comunista como los únicos verdaderos propietarios, bajo la eufemística etapa de “la dictadura del proletariado”.

La farsa constitucional y judicial

Los bolcheviques, ya al frente del poder, confirmaron su enorme desventaja para competir por el apoyo popular ante las instituciones que en Occidente han garantizado y promovido la libertad y la prosperidad. Una de ellas es la Constitución, propia del Estado de derecho, fuente jurídica de limitación del poder y garantía de los derechos fundamentales. Otra es la independencia de los jueces, el que estos sentencien sin estar subordinados al Gobierno o al partido oficial. En la URSS se aprobaron Constituciones y se proclamó la independencia de los jueces, tal y como hoy día ocurre en Cuba, Corea del Norte y Venezuela. Pero jurídicamente no existió Constitución en el Estado soviético, ni los jueces eran independientes. En la URSS y en los países bajo el telón de acero fueron solo parte de una escenografía de terror, dirigida a erradicar toda forma de disidencia o estorbo para la aplicación del plan “liberador”.

Los comunistas aprendieron con la experiencia soviética que para alcanzar el poder y mantenerlo deben ocultarse y al mismo tiempo apoyarse entre sí de forma incondicional. Esto explica los acuerdos de Chávez con Cuba a inicios de la pasada década, así como el reciente convenido firmado entre quienes usurpan el TSJ de Venezuela y el Poder Judicial de la China comunista (ver: https://goo.gl/SQ9zG8). Es insensato analizar, desde una perspectiva occidental de imperio de la ley y seguridad jurídica, las fuentes “normativas” y la estructura judicial que surgió luego de la fallida Revolución rusa y el ascenso bolchevique al poder, como lo es hacerlo con la legislación en los países mencionados. En ellos rige la voluntad irrestricta de quienes detentan el poder por las armas y el control de los bienes de producción.

La sombra que se agita en oriente

Tiene sus razones la postura que sostiene que el comunismo, como amenaza a la libertad, la democracia y la economía abierta, ha quedado en el pasado, y que son otras ideologías o tendencias políticas, como el fundamentalismo islámico, los nacionalismos y las variadas formas de populismo −que combinan elementos de las anteriores− las que constituyen las mayores amenazas a la civilización occidental y sus valores. Sin embargo, esa postura optimista subestima una condición esencial en quienes abrazan pública o íntimamente la utopía comunista, a la que con astucia y deshonestidad llaman de cualquier otro modo. Esa condición es “una fanática convicción en su propósito”, como la denomina Milosevich, al identificar las causas por las que fueron los bolcheviques, teniendo tanto en contra, los que se alzaron la victoria tras la guerra civil rusa. Valdría la pena revisar esa postura a la luz de lo explicado por Applebaum en El telón de acero. La destrucción de Europa del Este 1944-1956 y Aleksiévich en El fin del ‘homo soviéticus’, en los que se muestra cómo las personas se vuelven masa en la utopía comunista, y terminan por acostumbrarse a esa condición, como millones de Winston Smith.

El control total sobre la sociedad y el individuo, al que aspiraron quienes levantaron el Estado socialista soviético “para hacer justicia”, está presente en todos los partidos comunistas actuales, y en otros partidos que siguen en Europa, América, Asia y demás continentes el mismo programa. En Rusia, China y otros países en que floreció el sistema socialista, este cambió de nombres, métodos y propaganda, pero sigue vivo, como la sombra que, en la tierra media de Tolkien, se agita en Oriente y amenaza a los pueblos libres del mundo. En el siglo XX, la URSS cayó no solo por sus contradicciones internas, sino por la acción audaz y sostenida de líderes del mundo libre, que a tiempo detectaron cómo ese imperio fallido podía, sin embargo, imponer su terror en buena parte del mundo si no se actuaba para ponerle políticamente fin.

El caso de Venezuela debería servir para nunca más subestimar en las sociedades abiertas a la ideología comunista, que oculta bajo formas “democráticas” de socialismo, espera su momento para asaltar el poder y revivir el terror, la propaganda y legalidad socialista, o lo que es igual, acabar con la libertad de los individuos y atarlos a las tinieblas de su falsa justicia.