Un grupo de personas sale de una función que forma parte del Festival de Cine Alemán en Trasnocho Cultural, en Paseo Las Mercedes. En la Asociación Cultural Humboldt esperan por entrar al teatro para escuchar la Orquesta Gran Mariscal de Ayacucho. En los espacios comunes del Centro Cultural BOD una pareja observa la oferta para adquirir las entradas.
A pocos metros de la plaza Bolívar de Caracas, un grupo de amigos comparte un café y un ponqué de zanahoria en la cafetería Artesano. La galería Espacio Monitor del Centro Arte Los Galpones abre al público. En La Poeteca está por comenzar un homenaje; en la Concha Acústica de Bello Monte miran una obra de teatro y en el Centro de Acción Social por la Música, sede del sistema de orquestas en Quebrada Honda, el director asociado de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles toma la batuta para dirigir Leningrado de Shostakóvich.
Todo esto sucede en la misma ciudad, en un mismo fin de semana.
Una urbe que, en medio de la peor crisis política, económica y social de su historia, celebra 452 años de fundada. Santiago León de Caracas se ha reinventado durante los últimos años para seguir ofreciendo esparcimiento, reflexión y encuentro.
Ante la transformación que sufrió el campo cultural por la llamada “revolución cultural”, que ideologizó las instituciones que incentivaban la creación en el arte, el teatro, la literatura, el cine, la música y la danza; el declive de una economía dependiente de la producción petrolera y el número de homicidios por cada 100.000 habitantes que ubicó la capital como una de las ciudades más peligrosas del mundo, los hacedores de cultura convirtieron los problemas en una oportunidad.
En 2016, el gestor cultural Luisra Bergolla creó el programa CCSen365, en el que se reinterpreta el patrimonio cultural a través de recorridos urbanos, peatonales y colectivos para abrir un proceso de reconciliación con la ciudad. “El caraqueño ha cambiado sus hábitos de socialización. Tiende a quedarse en casa y desocupa la calle. Hay una problemática de transporte, que es coyuntural, y un temor a la ciudad. No solo son las estadísticas de inseguridad, sino también la percepción urbana, que es más elevada que los números de siniestros y muertes violentas. Eso incide en el comportamiento, porque se van a movilizar, interactuar y ocupar el espacio público, basado en unas cartografías del miedo”, explica Bergolla.
Durante estos tres años han utilizado los recorridos como una estrategia para resemantizar -a través de la creación de memorias positivas- aquellos recuerdos de la ciudad con el objetivo de cambiar la percepción que el caraqueño tiene de la ciudad. Sobre este enfoque también han trabajado organizaciones como Ciudad Laboratorio, que incentiva la apropiación de espacios públicos en la noche con actividades, y la Sampablera por CCS, que hacen turismo por la ciudad en bicicleta.
Las visitas a grandes museos como fue el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Ímber, que contiene una colección de más de 4.000 piezas en la que figuran obras de Picasso, Claude Monet, Fernand Léger y Henri Matisse, entre otros; la Galería de Arte Nacional, que resguarda el patrimonio artístico del país, y el Museo de Bellas Artes, el más antiguo de Venezuela, que posee una colección de arte egipcio comprada al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York y grabados del artista español Francisco de Goya, han disminuido. La desatención a la infraestructura y la falta de propuestas innovadoras en el arte, al ofrecer exposiciones con sesgo ideológico como Camarada Picasso, en la que se destaca más el carácter político que el genio artístico del español en una sala húmeda y sin aire acondicionado, alejaron poco a poco al público que frecuentaba las exhibiciones.
Lorena González, crítica e investigadora de arte, lamenta el deterioro y abandono de la infraestructura de los museos de Caracas. “El museo venezolano fue un museo academia y toda esa labor se aniquiló. La situación actual es como una especie de isla al borde del embargo completo. No tienen ni la posibilidad de resguardar su propia infraestructura ni garantizar el acondicionamiento para proteger las obras de arte”, explicó.
Pero, a falta de museos, llegaron las galerías para mostrar el trabajo de artistas plásticos venezolanos que no encontraban lugar en las instituciones del Estado por su posición políticas, así como para mostrar el talento de noveles creadores y recuperar el legado de grandes maestros del arte.
González destaca la creación de una fuerza de resistencia que se generó en espacios de autogestión como el Centro de Arte Los Galpones, GBG Arts, Parque Cultural Hacienda La Trinidad, Carmen Araujo Arte, El Hatelier y Cerquone Projects, entre muchas otras. “El venezolano sigue dando muchos ejemplos y movimientos para la cultura nacional. Estamos debilitados, como todo el país, pero hay una gran fuerza, que hace su resiliencia. Cada vez se crean más lugares de proyectos no oficiales, que no tienen patrocinio del Estado, con una política de apertura que no tienen los museos (…) Lo realizan desde la autogestión con procesos de sustentabilidad que garantizan su permanencia en el tiempo”, indicó.
Las grandes producciones del Ballet Teresa Carreño, dirigido por el coreógrafo Vicente Nebrada, desaparecieron. Las salas Ríos Reyna y José Félix Ribas dejaron de recibir a artistas como Kenny G, B. B. King, Joaquín Sabina, Rubén Blades, Juan Luis Guerra y Miguel Bosé, para ser espacios de encuentros políticos como el Foro de Sao Paulo, que se inició este jueves en las instalaciones de uno de los complejos culturales más importantes de América Latina. El Teatro Municipal de Caracas y el Teatro Nacional se convirtieron en lugares en los que no caben todos.
El movimiento teatral caraqueño cambió la forma de ver los espacios disponibles para ofrecer catarsis, reflexión y entretenimiento. “Puede que a veces no se tengan las condiciones, pero se está haciendo un teatro de altísima calidad. El uso de las salas múltiples, por ejemplo, la Sala Plural de Trasnocho Cultural, que también sirve como un salón de reuniones. En el pent-house de BOD se construye una tarima en las terrazas techadas de la torre y funcionan como sala de teatros. Nos hemos ido reinventando los espacios para que las cosas ocurran. No tenemos los teatros que hay en Madrid o Buenos Aires, pero nos mantenemos”, cuenta el actor Sócrates Serrano, quien apuesta por un teatro que hace catarsis y que llama a la reflexión de una sociedad sumida en la barbarie y que aspira a la libertad.
Desde la nostalgia, se observan las carencias y lo que, culturalmente, perdió Caracas. “Hay días en los que me cuestiono qué pasó con la capital. Pero son más en los que me aferro a mis convicciones de que juntos podemos mejorar esta ciudad. Caracas sigue latiendo debajo de una capa muy gruesa y oscura de barbarie. Hay propuestas y creadores emergentes que mantienen activa a la ciudad y que cada vez son interdisciplinarios: es el arquitecto con el ciclista, el gastrónomo y el poeta”, dice la gestora cultural Albe Pérez, conductora del programa Ser Voz.
Y agrega: “En vez de extrañar lo que ya no tenemos, es el momento preciso para organizarnos y plantear cuál es la fórmula de ahora en adelante. Es más fértil proyectar cómo será la gestión cultural de esa Caracas, en la que el hecho creativo sea democrático, inclusivo y responda a las necesidades de las comunidades. Es un buen momento para la industria cultural y estoy segura de que será uno de los grandes activos que tenemos los venezolanos para la reconstrucción del país”.
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