Joanna Cristina Nelson creció entre Estados Unidos y Venezuela. Iba y venía con frecuencia. Pasaba largos períodos en ambos países. Una de sus visitas coincidió con la ola de protestas antigubernamentales de 2014, año en el que la crisis económica y social también se agudizó. La escasez de medicamentos, las largas colas para comprar comida, el deterioro de los servicios básicos y las personas comiendo de la basura en la calle la sorprendieron. Nunca había visto así al país. Comenzó a escribir sobre lo que veía. No sabía qué haría luego con eso ni qué forma le daría. El papel y el lápiz era su forma de lidiar con esa tristeza tan profunda que le producía Venezuela.
Sin darse cuenta, tenía escritas varias historias. Todas relacionadas con uno de los alimentos que escaseaba en ese entonces. La primera fue Harina, su primer cortometraje profesional que presentó en 2018. Su intención era hacer una serie de varios cortos, pero se dio cuenta de que detrás de esas historias había algo más profundo, que afectaba, de una u otra manera, a todos los venezolanos. “Era algo que le estaba pasando a una sociedad completa, que veía sus valores afectados, que se confrontaba con preguntas difíciles a diario y eso en realidad era el fondo de estos cortos”, dice la cineasta de 32 años de edad.
Ya con una idea un poco más clara de lo que quería hacer, Joanna Nelson, también es guionista y productora, le presentó el proyecto a productores fuera de Venezuela y participó en laboratorios de guion, donde sometió su idea al escrutinio y críticas de otros guionistas hasta darle forma a lo que, un par de años más tarde, se convertiría en Hambre, su ópera prima, una coproducción entre Venezuela, Italia y Chile que este lunes estrena en el Festival de Cine Venezolano, que celebra su edición número 20 en Margarita.
Más allá de abordar la crisis que ha afectado al país en los últimos diez años, Hambre presenta la historia de dos jóvenes, Roberto y Celina, dos excompañeros de colegio, quienes desde distintas circunstancias se enfrentan a las dificultades que supone tratar de mantener una “vida normal” en Venezuela y a la disyuntiva de emigrar para tener una vida mejor o quedarse en el país para tratar de propiciar un cambio. El filme también presenta las distintas realidades que se viven en el país. Desde la situación de los adultos mayores, a quienes la pensión no les alcanza para comer, hasta una “falsa clase alta” que obtuvo su riqueza a través de la corrupción.
“Es una película multitrama porque tenemos a dos protagonistas, pero también seguimos las historias de los vecinos y los padres. Nos adentramos en sus mundos. Sabía que quería hacer una película que no se enfocara en una sola historia. Yo quería explorar a una Venezuela completa con todos los personajes que viven dentro de esta economía tan volátil y cambiante, en una sociedad que se ve abatida por la anarquía, donde los mismos ciudadanos son los que hacen justicia, juzgan o ayudan al vecino”, dice Nelson.
A diferencia de la serie de cortometrajes, en la película las historias no están relacionadas con un alimento; sin embargo, la directora decidió representar cada uno de los alimentos a través de la paleta de colores que le asignó a cada familia. “Fue a nivel simbólico y a nivel de arte. Es decir, tomé los alimentos como base para la dirección de arte y para la paleta de colores. Me quedé con arroz, leche, harina y carne, a los que representé con los colores amarillo, azul, rojo y blanco. Por ejemplo, en el apartamento de Roberto y Teresa, que es la clase media, todo está infusionado con el color amarillo. A la leche le asigné el color azul, es un alimento que lo considero relacionado con esa hipocresía de una clase alta que dentro de una sociedad tan convulsionada con tantos problemas se sigue aprovechando… lo manejé de esa forma por los personajes que planteó, algunos corruptos. En esas escenas hay una paleta de colores más fría con colores del azul al magenta”.
Sobre la decisión de incorporar el tema de la migración desde dos puntos de vista, los que regresan y los que no quieren irse, dice que era algo inevitable. Fue algo que se dio de forma natural mientras iba escribiendo el guion. “Yo no estaba buscando esta historia, ella me envolvió. Era mi historia, la de toda mi generación y la de mi país. Todos mis amigos del colegio se habían ido y todas las conversaciones cuando me mudé a España eran sobre Venezuela, sobre la nostalgia. Era un tema tan fuerte que no podía creer que cuando nos reuníamos lo único que hacíamos era hablar de Venezuela toda la noche. Era algo que seguía viviendo intensamente”, recuerda la cineasta venezolana, que tuvo la oportunidad de experimentar la migración desde distintos puntos de vista, desde dentro y desde afuera.
“Cuando me fui a Alemania en 2013 no había esa migración masiva que hubo luego. Yo era una cosa rara allá, nadie había conocido a un venezolano. Yo era como exótica porque había muy pocos venezolanos y de repente comenzamos a llegar a Europa. Ahí es donde se incorporan esas perspectivas de cómo era vivir desde Venezuela la crisis, pero también como era vivirla desde afuera porque estuve en momentos específicos viviendo afuera y dentro. Vi las dos caras de la moneda y, evidentemente, me estaba afectando e impactando esta migración masiva”.
Para la cineasta lo más retador de la película fue desarrollar el guion, porque mientras escribía la historia ocurrían cosas que quería incluir. Aunque Hambre no se desarrolla en un año específico, la historia abarca varios momentos clave de la crisis venezolana. Desde la escasez, pasando por los apagones hasta la dolarización. “Tomé la decisión de comprimir. Tracé mi timeline y dije ‘bueno, en mi guión al principio el país no está dolarizado y hacia el final el país va a estar dolarizado, habrá una crisis energética hacia el tercer acto y colas para la gasolina todo el tiempo’. Como es una película de ficción me podía dar el lujo de incorporar todos esos elementos, pero para mí sí era importante hacer una película contemporánea que mostrara lo que ha pasado en los últimos años”, asegura Nelson, a quién le interesaba retratar en el cine un momento histórico pero a través de la ficción. “Me parece que esto en algún momento se expresaría en pantalla y hemos comenzado a verlo más. Desde hace tres años hemos visto películas que reflejan la situación del país, los contrastes, las opiniones, y las divisiones. Hay documentales y ficciones que tocan el tema desde distintos puntos de vista. Yo siempre digo que mi película no es una película política. Yo hice un filme en el que planteo situaciones que hemos vivido millones de personas, no estoy planteando ni haciendo un recuento de la historia. Puse en pantalla la situación de muchas personas en el país para que cada quien saque su propia conclusión, empatice, viva emociones, se vea reflejado y, de repente, pueda pensar ‘qué bolas que eso es lo que estamos viviendo’. Que haya una reflexión porque pienso que para eso contamos historias y para eso se hace cine”.
Sobre el casting de la película, integrado por Gabriel Agüero, Claudia Rojas, Rolando Padilla, Claudia La Gatta, Luis Gerónimo Abreu, Francis Romero, Grecia Augusta Rodríguez y Rafael Gil, la directora asegura que es el elenco que imaginó para su película. “Creo que el cast superó mis expectativas porque trabajé con unos actores excelentes. Ya sabía que iba a trabajar con Gabriel, quien protagonizó mi corto Harina, y ya tenía algunos actores seleccionados también. Yo vengo también de la actuación, tuve la oportunidad de compartir con actores y actrices increíbles. Algunos de los actores los seleccioné yo y otros los elegí con Nani Castellanos, la directora de casting. El proceso fue maravilloso porque nos tomamos el tiempo de conocer personalmente a los actores y sus motivaciones. Fue un casting que se realizó con mucha coherencia y mucha sensibilidad”.
Rodó entre Venezuela e Italia. Comenzó en Venezuela en octubre de 2021 y terminó en Italia en abril de 2022. “El grueso de la película se hizo en Caracas y en algunas zonas del litoral. Fue un rodaje grande con un equipo internacional. Como estoy trabajando con fondos públicos supranacionales me traje a gente de Chile. Después grabamos una semana en Italia, luego de una pausa obligada por el covid que nos atrasó unos meses”, detalla la cineasta, quien explica que tuvo que eliminar algunas de las escenas que filmó en Italia. “Tenía muchas más escenas allí sobre cómo es la vida del migrante afuera que decidimos suprimir. Planteaba la situación de los migrantes venezolanos que están afuera, pero no me pude explayar”.
Aunque la película se desarrolla en un contexto venezolano, Joanna Nelson considera que cualquier persona puede identificarse con la historia de Hambre. “Vivimos en una época en que la migración afecta a todo el mundo, estamos hablando de un mundo en el que hay una guerra en Ucrania o situaciones como las de Siria o Gaza. Situaciones como las de un continente entero como África, donde la gente huye por barco, o como las de Perú, Ecuador o El Salvador, que viven una violencia horrible y tienen migrantes que se esparcen por toda Latinoamérica, y ahora agregamos a Venezuela. Todo ciudadano de cualquier país del mundo ha sido afectado, de alguna u otra forma, por la migración. Creo que la audiencia internacional va a empatizar, nos pasó en el Festival de Cine Latino de Chicago, donde presentamos la película. Muchos nos decían que les encantó porque pudieron entender por qué había tantos venezolanos en Estados Unidos”.
Sobre su experiencia en el Festival de Cine Latino de Chicago, la cineasta cuenta que recibió muchos comentarios positivos sobre su película, pues dice que sorprendió a muchos en la audiencia, quienes imaginaban que el filme retrataría la situación del país desde una perspectiva triste y desgarradora, que la tiene su ópera primera, pero también hay escenas divertidas y alegres. “Yo no estoy presentando una porno miseria. Tampoco estoy poniendo a Venezuela cómo ese pobre país miserable. Eso causó algo de impacto en algunos programadores de Europa. Sí, hay escenas muy tristes, muestro también a nuestra tercera edad y el tema de los pensionados, que a mí me parece trágico porque hay personas que trabajaron toda su vida para tener una pensión digna y hoy mueren de hambre, como los personajes Dolores y Eugenio. Pero también hay una escena en la que muestro una cena con champagne importada y con un lechón el 24 de diciembre a todo dar porque eso también se ve en Venezuela. Esos contrastes fueron interesantes para ciertas personas en la audiencia”.
Hambre es una coproducción entre Venezuela, Chile e Italia que se desarrolló con financiamiento del programa Intermedia, con el que Venezuela mantiene una deuda desde 2015 y que el actual presidente del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC), Carlos Azpúrua, prometió saldar durante su gestión. Sobre la decisión de desarrollar el filme en régimen de coproducción, Joanna Nelson dice que, en su caso, su película lo requería por la temática; sin embargo, considera que las coproducciones tienen que darse de forma orgánica porque la historia lo requiera y no solo por buscar financiamiento. “Tiene que tener un sentido y una razón de ser. Muchas veces algunos estudiantes de cine me dicen que tienen una idea y quieren hacerla en coproducción y ahí es cuando les digo: ‘Ya va, un momentico, vamos a ver de qué va la idea, por qué hay otro país involucrado’ porque eso es importante. Mi idea era la migración venezolana, por supuesto que quería coproducir porque quería grabar en otros países (…) Coproducir es algo muy complejo, tienes que conocer las leyes de cine, conocer el tratado de coproducción iberoamericano, cuál es el tratado entre todos los países de la coproducción”.
Una de las metas de Joanna para sus próximos proyectos es desarrollar más películas en coproducción. “Una de mis misiones como productora, cineasta y guionista es crear contenido venezolano para exportación, que puede estar hecho en coproducción, pero definitivamente incorporando otros idiomas y culturas. Creo que ese deseo viene por cómo crecí porque tengo un ángulo de la vida diferente. Yo me siento también de varios lugares y por eso para mí es muy natural pensar de esa forma”.
Joanna Nelson aún no sabe cuándo llegará Hambre a los cines venezolanos, espera que sea a finales de año. Antes de que se estrene en el país, quiere que la película recorra algunos festivales en Europa. “La idea es patear un poquito de calle, como digo yo”, dice la cineasta, quien asegura que no puede elegir su rol favorito entre dirigir, producir o escribir. Todos satisfacen un aspecto muy personal. “Siempre mi forma de acercarme a la creación ha sido con estas tres responsabilidades o sombreros. Me parece que la parte de escribir abre una parte mía muy introvertida, muy interna, muy intelectual, mientras que la dirección es esa parte que amo de trabajar con actores, de ser, incluso, también actriz, de poder jugar y darle vida a un personaje que escribí. Finalmente, la producción siento que es natural en mí por mi personalidad, que siempre estoy con los números en la cabeza y voy sumando, pensando en los horarios, en qué es más productivo… No escojo una sobre otra”.
La cineasta asegura que los personajes de su película tienen un pedacito de ella, de lo que ha vivido y ha visto. Todo lo que la ha marcado. “Mi perspectiva sobre la migración ha venido cambiando y por eso me encanta plantearlo así en mis personajes. Por eso, hay un final un poco abierto con uno de ellos. Hay una imagen muy simbólica de Celina con una caja, no sabemos a dónde va esa venezolana con su caja y es un poco así como me siento. Yo tengo mi caja y de repente paso periodos en Venezuela y de repente me voy con mi caja a otro lugar, trabajo unos meses, ahorro y regreso con mi caja”.