Por Janina Pérez Arias
Aunque parezca mentira, Marion Cotillard (París, 1975) aún duda. Le invade la inseguridad cada vez que se enfrenta a un nuevo rol. “Me pregunto si estaré a la altura”, confesó en rueda de prensa en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián a pocas horas de la gala de apertura de la 69° edición y en la cual se le concedería el Premio Donostia por su carrera.
Pelo recogido, aretes largos, camisa blanca y poco maquillaje. Cotillard no necesita mucho para hacer notar su presencia, es un rostro reconocible y además un talento apreciado alrededor del mundo. Muestra honestidad y sencillez sentada enfrente del micrófono, y es la única en toda la sala que puede quitarse la mascarilla. Voilá!, Marion en todo su esplendor, la que sigue dudando aunque haya ganado el Oscar en 2008 a mejor actriz por su impresionante interpretación de Edith Piaf en La vida en rosa, entre muchos otros reconocimientos.
El Oscar sale a colación en la ronda de preguntas, y de inmediato lo define como un galardón que “me abrió las puertas en la cinematografía estadounidense, pero también internacional”, narró quien creció viendo películas anglosajonas. “Yo no me imaginé nunca que pudiera hacer carrera fuera de Francia por lo que el Oscar amplió mi sueño”.
La lista de sus protagónicos y de roles más pequeños pero significativos fueron creciendo a lo largo de los años. En su haber figuran desde películas con Christopher Nolan (Inception, The Dark Knight Rises), con Jacques Audiart (De óxido y hueso), Woody Allen (Medianoche en París), los hermanos Dardene (Dos días, una noche) o su más reciente filme bajo las órdenes de Leos Carax, Annette.
“Mientras más alejados son los roles de mí, más grande es mi satisfacción”, afirmó quien también se siente en una posición bastante privilegiada. “Me doy el lujo de poder elegir, decidir si trabajo o no con esta o aquella persona”, señaló Cotillard.
Y en eso de elegir, también tomó la decisión de ampliar sus horizontes, asumiendo funciones de productora en el documental Bigger than us (dirigido por Flore Vasseur), presentado en la cita cinematográfica española, y que recoge testigo de la práctica del activismo sobre todo de jóvenes en una buena parte del mundo.
Cotillard duda esta vez entre responsabilidad y necesidad de avocarse a este tema. “Desearía no tener que luchar contra el sistema, contra las desigualdades, pero es algo que siento que tengo que hacer”, indicó quien muy conscientemente y desde la esquina de lo necesario tomó la (sabia) decisión de “usar mi fama para poner luz en estos temas”, se refiere concretamente al medio ambiente, la libertad de expresión, los derechos humanos y la justicia social.
Alzar la voz y ser escuchada también lo ve imperioso en lo concerniente a la condición de la mujer en la sociedad. “Con el movimiento #MeToo se ha liberado la palabra, se trata de una revolución intensa y me alegro de poder vivirla”, aseguró Cottillard, destacando la insostenibilidad del viejo modelo de la mujer subordinadla, como también subrayó la importancia del sentido de una comunidad compuesta tanto de mujeres como de hombres que “está dispuesta a apoyarlas, porque existen cosas que ya no se pueden tolerar como se solía hacer antes”.
La ocasión en San Sebastián también lucía propicia para hacer un inventario de la memoria. Marion Cotillard recordó a sus padres, quienes le dieron «un espacio de libertad para desarrollar la imaginación”. La clave para haber podido interpretar todas esas mujeres tan diferentes revela que está precisamente en la capacidad para imaginar, pero también en la observación y en poder desenvolverse en la cotidianidad.
“Vivimos una época diferente a los 40 o 50, cuando se fabricaban celebridades pero a las mismas se les negaba la vida familiar, y hoy se celebra. Mi vida familiar me proporciona ciertas bases, pero también alimenta el deseo de interpretar personajes diversos, sin esa normalidad creo que no hallaría la inspiración”, reveló.
Se queda un poco más en la infancia y cuenta que de pequeña veía películas de Greta Garbo con su madre. Dice que aprendió a “adorarla”, que era la intérprete favorita de su progenitora, y que pronto se fascinó por la mezcla de lo femenino y masculino que identificaba en la actriz sueca.
“Es un balance que me emociona profundamente, y quizás sea ese equilibrio el camino para lograr la reconciliación entre los hombres y las mujeres”, aseguró la intérprete francesa quien también define como referentes en la profesión a la actriz Stéphane Audran (El festín de Babette) y a Peter Sellers (La Pantera Rosa)
Premio Donostia a Marion Cotillard
Marion Cotillard parece mantener bajo control sus emociones, pero por la noche, cuando se celebraría la gala de inauguración de la 69° edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, no se imaginaba que una sorpresa le haría soltar un torrente de lágrimas. Cuando de repente entró Penélope Cruz para hacerle entrega del Premio Donostia, tras el asombro ambas se fundieron en un largo abrazo que emocionó al público.
Desde que filmaron juntas el musical Nine (Rob Marshall, 2009) han mantenido una estrecha amistad durante todos estos años. Conteniendo el llanto, Penélope terminó su discurso diciendo que a Marion la definen tres palabras: bondad, verdad y magia. “Eres pura magia”, le dijo mirándola con una mezcla de cariño y admiración.
Tras bambalinas, mientras transcurrían los últimos minutos de la gala, una de las presentadoras se salió del guion para contar a viva voz lo que el público en el teatro Kursaal no podía ver: “aún se están abrazando”.