En una camioneta último modelo un hombre de traje y corbata se adentra en el desierto hasta llegar a una casa alejada de la metrópolis. Es Beto (Manuel Trotta) buscando a su papá. Al entrar en la modesta vivienda, todo está desordenado. Su padre (Luigi Sciamanna) tiene hilo de pabilo en los lentes y una sabana rodea su cuerpo como una capa. Habita un mundo fantástico del que no se quiere ir, porque le falta una misión: ir a la Luna, donde su esposa lo está esperando.
Beto le muestra fotos de la que será su nueva casa y su padre, al contrario, le muestra cómo llevara a cabo sus planes: una habitación llena de cálculos e imágenes del espacio exterior. Es la fantasía y la realidad enfrentándose y en el cortometraje El astronauta (2018), del venezolano Manuel Trotta, se funden hasta llegar a un punto medio.
El astronauta (2018)
Manuel Trota
Género cortometraje ficción
20 minutos
Proyección: del 11 al 23 de septiembreEntradas en Trasnocho Cultural
La cinta ha participado en una treintena de festivales, consiguió 12 premios, y entró al short list de los premios Oscar, es decir, que entre unas 40.000 producciones, quedó entre las primeras 150, un filtro que tiene la Academia para seleccionar los nominados. Además, fue adquirida por HBO y está disponible en sus plataformas, como HBO Max, que salió al mercado de streaming este año. Compite en el 16 Festival de cine venezolano, que se realiza en la plataforma de Trasnocho Cultural, en la categoría cortometraje, inédita en esta edición.
“Es una temática universal. Hay una anécdota de la presentación en Miami. Al ser un público hispanohablante no le pusimos subtítulos, pero hubo una persona en la sala de que no hablaba español, pero entendió todo lo que sucedía en pantalla. Al final se me acercó y me comentó lo mucho que le había gustado”, cuenta el director, residenciado en Los Ángeles desde hace nueve años.
La historia de El Astronauta es una mezcla de eventos de la infancia de Trotta. De pequeño siempre iba de visita al pueblo natal de su papá, llamado Reconquista, en la provincia de Santa Fe (Argentina) y le parecía curioso la forma cómo las personas interactuaban con su papá, a quien le dedicó la pieza. “Él salió a los 15 años de edad de ese pueblo y no sólo recorrió el país, sino el mundo. Y para ellos, él era un hombre de mundo. La interacción de los habitantes del pueblo con mi papá era como si fuese de otro planeta. Un hombre moderno que les mostraba cosas que no habían visto, en una época donde no existía Internet”, explica.
Añade: “Yo me basé en eso para hablar del hombre de otro mundo, y poner el punto en la metáfora de lo que significa ser astronauta: dos personas aisladas, ambos están muy desconectados, uno muy arraigado en la fantasía, otro en la realidad. Siempre he pensado que la realidad necesita dosis de fantasía, por eso los personajes están en polos opuestos, para crear un conflicto y una resolución, que es el punto medio”.
El rodaje de El Astronauta fue en el desierto de California, en el Parque Nacional Joshua Tree, pero inicialmente se lo planteó en el estado Apure. “Yo quería filmar en los llanos, quería dar la idea de un paisaje lunar, con mucha sequía, pero luego me di cuenta de que no era el camino. Para mí era importante hacerlo muy venezolano, latinoamericano, con esas texturas. Al final tuve que moverme en otro sentido y eso hizo que el proceso de realización tardara más”, cuenta.
El Centro Autónomo de Cinematografía Nacional (CNAC) seleccionó al corto para recibir financiamiento, pero la burocracia institucional terminó por cansar al director. “Esas son las noticias agridulces del país. Me sentí agradecido porque podía realizar el corto, pero luego se me hizo imposible hacerlo en Venezuela. Ellos deben aprobar todo, las decisiones toman mucho tiempo y entras en cola con otros cineastas. Por ejemplo, si yo quería cambiar el director de fotografía, entro en una cola de meses en las que hay otros cineastas y cuando aprueban el cambio, quizás otra persona del equipo se fue del país, y entras de nuevo, además el dinero se va devaluando. Es un círculo vicioso. Fue una desilusión paulatina”, argumenta.
En ese entonces, el caraqueño Manuel Trotta, estaba por empezar una maestría en cine en el American Film Institute (AFI), realizó otros cursos y talleres sobre el tema y decidió mover todo el proyecto a Estados Unidos. “El mayor problema es reunir los fondos porque sabes que es algo que no te van a devolver. Es una inversión desde el punto de vista artístico, una carta de presentación. Hubo gente que confió en mí, hicimos un presupuesto y trabajamos con las uñas. En el equipo había gente que hizo dos o tres roles, era mínimo y la locación era un alquiler de Airbnb”.
Ahora está en varios proyectos, uno de ellos es convertir El Astronauta en un largometraje. “Quedé muy contento con el resultado y con el recibimiento. Es difícil encontrar proyectos personales que te muevan y hay mucho potencial para indagar en una historia que no pudimos ver, porque no hay tiempo en el cortometraje, como es la historia del pueblo, el comportamiento de la gente. Esa dinámica de cómo el de afuera se encuentra con esas conductas, unas normas y una forma de ser diferente. Ahora está en desarrollo de guion”.
También participa en un largometraje con Joel Novoa, con quien trabajó antes, que se llama A la sombra. “El guion está listo, es como de thriller misterio. Te puedo decir que es un proyecto que está muy avanzado, pero que está buscando el momento ideal para nosotros volver a encontrar el espacio, porque cada uno está ahora en sus proyectos”, dice Trotta.
Previamente a su experiencia como cineasta, Trotta cursó estudios de Comunicación Social en la Universidad Central de Venezuela y estudió entre cinco y siete años de actuación con la directora Elia Schneider. “Ella es mi madre artística. Yo no fuera lo que soy sin ella y sin José Ramón Novoa. Elia desde el punto de vista actoral y José Ramón desde el punto de vista cinematográfico me abrieron la mente”, afirma.
Estuvo en el detrás de cámara en Un lugar lejano (2009), de José Ramón Novoa; Des-autorizados (2010), de Schneider, trabajó en la posproducción de Tamara (2016) y fue el editor de la ópera prima de Joel Novoa, El esclavo de dios (2013). Pero se considera, por encima de todo, actor. “Parte de hacer mis proyectos es porque he tenido el valor de la autogestión. Uno como actor no puede estar esperando que alguien te dé la oportunidad, uno es capaz de estudiar, escribir, dirigir, y la razón principal por la que muevo los proyectos es para poder actuar. Disfruto lo demás, pero mi verdadera pasión y entrega es la actuación”.