La mujer más vilipendiada de Gran Bretaña a mediados de los 90, la villana del cuento y pieza tóxica de ese «éramos tres en este matrimonio» mirará desde el trono a sus súbditos con su testa coronada como Reina. Camila consuma con éxito una transición, en la que el tiempo acabó por poner a cada uno en su lugar, y con la que se resarce de la persecución de los tabloides patrios y el hostigamiento al que le condenó el pueblo británico.
Durante años circuló una falsa de leyenda de que en 1993, después de que se filtraran los detalles de su aventura amorosa con el Príncipe Carlos, los partidarios de Diana arrojaron a Camila unos panecillos en un supermercado. Nunca sucedió, ni Camila se esforzó en desmentirlo, porque antes de formar parte de la Casa Real ella ya observaba esa acertada máxima de «nunca te quejes, nunca des explicaciones».
Nacida en Londres en 1947, hija del comandante Bruce Shand, un oficial del Ejército condecorado y reconvertido en comerciante de vino, y su esposa, Rosalind, Camila vivió con sus dos hermanos, Mark y Annabel, una infancia feliz en la campiña de East Sussex. «Bajo los mágicos South Downs, mi hermana, mi hermano y yo galopamos sobre las colinas en nuestros amados ponis», escribió en un artículo para Country Life el año pasado.
Se formó en un colegio en South Kensington, antes de partir a Suiza y Francia para completar su formación. Estudió Francés y Literatura francesa en el Instituto de la Universidad de Londres de París. También se convirtió en una avezada amazona y participó en cazas de zorros. De joven, arrastró fama de juerguista y la despidieron de su primer trabajo en la exclusiva compañía de decoración Colefax and Fowler, en Mayfair, por llegar tarde tras pasar la noche de jarana. «El horario de nueve de la mañana a cinco de la tarde le importaba mucho menos que las animadas veladas sociales o los fines de semana de caza y fiestas», explicaba una amiga al Daily Mail.
Camila nunca se ajustó al canon de belleza dictado en aquella época, pero lo compensó con su carácter extrovertido, ocurrente y gracioso. En 1970, conoció al Príncipe Carlos en un partido de polo en Windsor Great Park. Le entró sin demasiados rodeos. «¿Sabía que su tatarabuelo, el rey Eduardo VII, fue amante de mi bisabuela, Alice Keppel?». Mantuvieron un breve noviazgo, antes de que ella regresara a brazos de su exnovio, el oficial de caballería Andrew Parker-Bowles, con el que se casó en 1973, mientras que Carlos estaba sirviendo a la Royal Navy. Cuando se enteró de la boda de su amiga Camila sintió un gran vacío.
El matrimonio tuvo dos hijos, Tom y Laura Parker-Bowles, que la convirtieron en abuela de cinco nietos, a los que adora. Camila y Andrew vivieron una etapa dulce hasta el que distanciamiento les empujó al divorcio en 1994.
A Carlos tampoco le fue mejor. A los 30 años se dio cuenta de que estaba enamorado de una mujer casada y no le quedó más remedio que proponerle matrimonio a Diana Spencer, por la que realmente no sintió un amor verdadero. El cuento de hadas que nos vendieron devino en pesadilla y acabó con sonadas infidelidades por parte de ambos, aunque el foco siempre recayó en la malvada Camila.
Un amigo de la pareja recuerda: «Camila era jovial y divertida, pero la última persona que esperaría años más tarde que saliera de un Bentley con un sombrero de piel sintética, la última persona que esperaría que fuera reina».
Camila permaneció durante años en la sombra, incapaz de viajar en el mismo automóvil que su pareja o asistir a compromisos oficiales. Ante la compleja situación, el Príncipe Carlos contrató a Mark Bolland, quien orquestó una acertada campaña de marketing para lavar la imagen de su novia. En 1999, asistían juntos a un acto en el Ritz de Londres con presencia de toda la prensa mundial. El Príncipe Carlos, con este movimiento, señalaba tanto a la opinión pública como a la Familia Real que Camila era una parte «no negociable» de su vida.
Relación con Isabel II
Una fiesta en la finca Highgrove sirvió de escenario para el primer encuentro entre Isabel II y Camila, en junio de 2000. No le costó demasiado lograr el visto bueno de la Reina, quien se dio cuenta de su capacidad no solo para saber llevar a su hijo, sino también de hacerlo feliz. Además, Isabel II no derramó ni una lágrima por Lady Di y con la nueva pareja de su hijo compartía el amor por los caballos y los perros. Ambas se sentían cómodas en botas de agua. «Siempre me impresionó la calidez que existía entre ellas», dice Julian Payne, exsecretario de comunicaciones de Carlos y Camilla, en conversación con The Times. «Lejos de las cámaras, las veía hablando animadamente, poniéndose al día con las últimas noticias, compartiendo una broma o discutiendo asuntos equinos».
Antes de morir, la Reina recompensó el «servicio leal» de Camila con un importante gesto. Durante la celebración de su Jubileo de Platino, en 2022, afirmó que era su «deseo sincero» que a Camila se la conociera como Reina Consorte, cuando Carlos ascendiese al trono. El espaldarazo definitivo a su nuera.
El impecable papel de Camila durante sus 18 años de matrimonio con Carlos, más el apoyo manifiesto de la Reina, unido al paso del tiempo, provocó un cambio en el sentir popular. En 2006, una encuesta de The Times sostenía que solo el 21% del público británico estaría feliz con Camila como reina. Una encuesta de YouGov publicada cinco días después de la muerte de la Reina Isabel II mostró que 53% pensaba que Camila haría un buen trabajo en su nuevo cargo.
El matrimonio forma un tándem perfecto. Camila atempera el genio y los prontos de Carlos, como en aquel incidente en el que acabó manchado de tinta. Le apoya y lo principal, nunca le ha robado el protagonismo. En su primera visita de estado al extranjero, a Alemania, acudieron a un compromiso en la Puerta de Brandemburgo en Berlín. La pareja se separó y saludó a los allí congregados en dos lados opuestos de la plaza, el grupo de fotógrafos siguió sin titubear los pasos del Rey. ¿Hubiera ocurrido lo mismo de ser Diana la consorte? No parece probable, puesto que durante su matrimonio Diana le robó el foco con regularidad.
Quienes ven a Camila en acción a puerta cerrada admiten que, tras su cálida imagen pública, hay una estratega que se desenvuelve en la corte real como si hubiera nacido para ella. De puertas para adentro la conocen como «la jefa» y, cuidado, porque puede ser muy dura.
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