Fue un 15 de agosto de 1976 que «Dancing Queen» de ABBA fue lanzada oficialmente al mundo. Pero antes de ello, había sido presentada solo tres veces al público: una en la televisión australiana, otra en Japón, y una tercera en la víspera de la boda entre el rey Carlos Gustavo de Suecia y Silvia Sommerlath. La canción no fue compuesta para ella, pero el título –”la reina del baile”– se prestaba para la ocasión. Eso sí: la futura monarca ni siquiera se paró a bailar (protocolos mandan), sino que se limitó a mirar el espectáculo con elegante sonrisa.
Fue una gala peculiar aquella, celebrada en la Ópera Real de Estocolmo: los miembros de ABBA –Frida Lyngstad, Agnetha Fältskog, Benny Andersson y Björn Ulvaeus– aparecieron con trajes y sombreros pomposos, como en una ceremonia del siglo XVIII pero con guitarras eléctricas. Detrás de ellos, los músicos de la orquesta descansaban sus violas y violines, y de a poco los iba invadiendo el asombro: algunos ponían cara de desconcierto y otros se rendían al pegajoso ritmo del tema. Era el pop venciendo al clasicismo otra vez.
Hoy, 45 años después, es simplemente imposible negar el éxito y la brillantez de un tema como «Dancing Queen». Agnetha Fältskog, una de las dos cantantes de ABBA, confesó que cuando escuchó la composición por primera vez supo que se encontraba frente a algo mayor. «Es difícil prever qué canción puede convertirse en un hit, pero esta fue una excepción.Todos sabíamos que sería enorme», dijo. Y su predicción no falló.
Clásico instantáneo
En un principio se iba a llamar «Boogaloo», vaya uno a saber por qué. El cambio de nombre respondió también a que su composición no fue sencilla, sino que duró varios meses. Ese mismo año, «Dancing Queen» apareció como la segunda pista del cuarto álbum «Arrival» de la agrupación, junto a otros temas como «Money, Money, Money» y «Knowing Me, Knowing You».
El emblemático ‘glissando’ con que arranca la canción da paso a otro de sus rasgos particulares: empezar directamente con aquel «you can dance/ you can jive» entonado por las perfectamente complementadas voces de Lyngstad y Fältskog. «Es una canción con tanta confianza en su propia estructura que comienza desde la mitad de su coro», escribió el crítico Cameron Crook de la revista Pitchfork.
«Dancing Queen» puede parecer sencilla en su primera escucha pero, como muchas de las grandes canciones convertidas en clásicos, es también ambigua. Trata sobre una muchacha de 17 años que busca alguna pista de baile, pero está cantada desde el punto de vista de alguien que la mira disfrutar. Por eso ha sido interpretada como un tema profundamente nostálgico, casi una referencia a la juventud que se diluye en el tiempo y sobrevive apenas como un recuerdo. «En ella radica la tragedia», según Vice.
La pista infinita
Clásico infaltable en la mayoría de bodas, himno apropiado por la comunidad LGTB, joya pop que han versionado Cher, U2 y hasta Metallica. «Dancing Queen» también fue cantada y bailada por Meryl Streep y Amanda Seyfried en las dos entregas del musical Mamma Mia!, y en la película Los dos papas se la escucha cuando Jonathan Pryce, en el papel del papa Francisco, la silba alegremente al lado de un confundido Benedicto XVI (Anthony Hopkins).
¿Cómo logra mantenerse vigente la más famosa creación de ABBA? ¿Dónde radica su imperecedera magia? «Hay gente que aún cree que la mejor canción de todos los tiempos debería ser ‘profunda’, como ‘Bridge Over Troubled’ o ‘Imagine’ –señalaba en una de sus columnas la escritora británica Caitlin Moran, autora del libro Cómo ser mujer–. Pero ‘Dancing Queen’ lo consigue bailando en botas de tacón […] Es la canción alegre más triste del mundo». Y es verdad que ese parece ser su secreto: hacer de la melancolía una razón para no dejar de bailar.
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