La 60 Bienal de Venecia ha abierto este sábado y hasta el 24 de noviembre sus puertas al público para mostrar a través del arte que hay «extranjeros en todas partes» en una edición marcada, además de por la guerra en Palestina, por el arte indígena, los artistas queer y la descolonización.
Muchos artistas de los más de 300 presentes en esta edición presentan por primera vez sus obras en una Bienal que, como ha explicado su comisario, el brasileño Adriano Pedrosa, se centra en los artistas «extranjeros», refugiados e inmigrantes, en los queer —los «extraños» como primer significado de esa palabra ligada a la comunidad LGBTIQ+—, los «outsiders» —al margen del mundo artístico oficial— o los indígenas.
Precisamente una gran muestra de los artistas indígenas da la bienvenida a los visitantes de esta importante cita internacional en una de sus principales sedes, Giardini, donde se encuentran además una treintena de los 88 pabellones nacionales que integran la exposición.
Se trata del colorido mural monumental del colectivo Mahku de Brasil en la fachada principal del pabellón central que describe el mito del paso entre los continentes americano y asiático a través del estrecho de Bering y con el que se originó la separación entre diferentes personas y lugares.
Aunque el arte indígena está presentes en toda la bienal, como el del colectivo Maataho de Aotearoa/Nueva Zelanda, que ha construido también para la bienal una instalación de gran tamaño.
La Bienal presta también especial atención a los textiles, una muestra del interés por lo artesano de Pedrosa, primer comisario latinoamericano de la bienal, y que adquieren protagonismo precisamente por haber sido consideradas extrañas en el ámbito de las bellas artes.
Una sala ocupada por los tapices de arpilleristas chilenas de la colección del Museo del Barrio de Nueva York conviven en las salas con las muestras de las bordadoras de Isla Negra, también en Chile, un grupo de mujeres que entre 1967 y 1980 bordaron brillantes creaciones, entre ellas una para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo de 1972 con personajes como Pablo Neruda y que desapareció durante la dictadura de Pinochet, aunque reapareció en 2019.
El arte queer está presente en el pabellón central con una muestra abstracta pero representado también en artistas como la argentina La Chola Poblete, una artista que trabaja con performance, video arte, fotografía o pintura que, a través del imaginario queer recupera conocimientos ancestrales de los territorios latinoamericana. Su obra denuncia el abuso y los prejuicios hacia las poblaciones indígenas, así como los estereotipos de los pueblos originarios.
«Yo me siento conectado a todas estas áreas, he sido un extranjero viviendo fuera de mi país y me siento privilegiado por ello, soy queer y vengo de un país y una cultura en la que los artistas populares y los indígenas —tanto en Brasil como en Latinoamérica— tienen un papel importante», explicó Pedrosa.
Porque en esta 60 edición de la Bienal, el visitante se encontrará una gran representación de Latinoamérica, Asia, África y Oriente Medio, una selección muy centrada en el hemisferio sur, especialmente en países como México, Colombia, Brasil, Argentina, Chile, Guatemala o Irak.
Hay otras secciones en el llamado Núcleo Histórico como son los Retratos, con obras de 112 de entre 1905 y 1990 que abordan la figura humana desde el punto de vista de los artistas del denominado Sur global. Pero también hay una zona denominada Abstracciones, con 37 artistas entre los que se han incluido creadores de Singapur y Corea, y una tercera dedicada a la diáspora de artistas italiana en el siglo XX.
Despide al visitante en el Arsenale la obra del colectivo Claire Fontaine, una serie de esculturas de neón luminosas suspendidas sobre el agua que traducen a diferentes idiomas el título de la Bienal: Extranjeros en todas partes.
Lo que no podrá contemplar el visitante más que desde fuera es el pabellón de Israel, situado junto al colorista que ha montado Estados Unidos, y que se encuentra cerrado por decisión de la artista Ruth Patir, que decidió no inaugurarlo hasta que haya un alto al fuego en Gaza y la liberación de los rehenes en manos de Hamás.