Juvenal Ravelo está a 10 meses de cumplir 90 años y lo que tiene en mente son proyectos y más proyectos. Recientemente inauguró la exposición Reflejos cromáticos: homenaje a Soto, Cruz-Diez y Otero en el Centro Cultural de Arte Moderno, viajará pronto a Chile para participar en la Feria Ch.ACO y representará a Venezuela en la 60° edición de la Bienal de Venecia, que se realizará del 20 de abril al 24 de noviembre de 2024.
Curada por el brasileño Adriano Pedrosa, la edición de este año de la exposición de arte más importante del mundo se titulará Extranjeros por todas partes. Será una celebración de “lo extranjero, lo lejano, lo outsider, lo queer y lo indígena”, explicó Pedrosa el año pasado en una conferencia de prensa reseñada por el diario argentino La Nación.
“En primer lugar, significa que vayas donde vayas y estés donde estés, siempre te encontrarás con extranjeros: están/estamos en todas partes. En segundo lugar, que independientemente de la ubicación de uno, en el fondo uno siempre es un extranjero”, dijo.
La muestra de Ravelo en el Pabellón de Venezuela en la Bienal de Venecia no consistirá en las grandes piezas que caracterizan su obra, que tiene un vínculo especial con los ciudadanos con murales como Módulos Cromáticos, ubicado en la avenida Libertador y restaurado hace tres años.
Esta vez la experiencia será inmersiva y participativa, explicó el artista en una conversación en la Fundación Daniel Suárez, donde trabaja en su obra. En el Pabellón de Venezuela se instalará una ambientación cromática, una experiencia que Ravelo ya tuvo con una muestra virtual en el Centro Venezolano Americano, y se dispondrá de una pared grande para que la gente participe realizando la obra. Además, con cascos y lentes el público podrá vivir otra experiencia con piezas que no estarán proyectadas en sala.
“Esos extranjeros en todas partes van a hacer presencia en el Pabellón, así como los venezolanos. Yo, para buscarle alguna relación directa, cuando escribí el texto que irá en el catálogo de Venezuela comencé dedicándoselo a los extranjeros de todas partes y también se lo dedico a mis coterráneos venezolanos migrantes. Así comienza el texto”, indicó el artista.
Procurando tener una posición conciliadora en cuanto al tema político, Ravelo señaló que para participar en la Bienal de Venecia debe haber una relación con el gobierno, pues al evento, subrayó, invitan al Estado y el Estado escoge su artista. “Eso es en todos los países. Se ha hecho siempre así, desde que era estudiante, así fue con los que fueron mis maestros y los invitó el Estado a la Bienal de Venecia, el acontecimiento más importante del mundo en artes plásticas”, explicó.
Ravelo, a sus 89 años de edad, no siente prejuicios ni por la tecnología ni por las obras en formato virtual. Considera que no hay que tenerle miedo a la tecnología y al desarrollo. Sin embargo, afirmó que, con todas las ventajas que puede ofrecer, la inteligencia artificial jamás podrá realizar una obra de arte.
La obra debe tener, dijo, la magia que le imprime el artista. Sin ese ingrediente la pieza, por muy trabajada que esté, se convertirá en un cartel o afiche. “Si no se imprime esa magia, la obra está muerta. Tiene que tener la magia plástica. La inteligencia artificial jamás podrá hacerlo. La máquina no lo va a hacer”.
—¿Usted está utilizando la inteligencia artificial como herramienta?
—No. Estoy justo en lo que te dije: usando la inmersión a través de los lentes y los cascos. Ya lo hicieron con Van Gogh en Europa. A mí me lo propuso el Centro Venezolano Americano, que hizo una exposición conmigo utilizando realidad virtual. Se tomó todo el CVA y la fachada, todo con obras mías, tanto las grandes como las pequeñas, que las pusieron grandes. El profesor Humberto Valdivieso, de la Universidad Católica Andrés Bello, fue uno de los promotores y el texto lo escribió él, como también escribió para la exposición que tengo en el Centro Cultural de Arte Moderno en La Castellana.
—Hay un auge en Venezuela del arte en la calle. Un nombre ya conocido es Óscar Olivares, por ejemplo. Parte de su obra ha estado en las calles. ¿Usted cree que cambia el concepto de la obra al estar fuera de un museo?
—Todos esos trabajos que están haciendo son muy interesantes y extraordinarios. Lo que yo propongo es una participación del ente humano. En el texto lo digo: que con mucha sabiduría, con mucho talento, han realizado en la calle muchas obras. Digo ahí que han tomado las murallas de contención de plazas con talento y sabiduría. Pero señalo que se queda en lo íntimo, en lo individual. Es solo el artista el que lo hace. En mi caso, cuando se me ocurrió la idea de arte con participación en la calle fue porque hice un estudio antes. Organicé un equipo con un arquitecto, una psicóloga, yo me encargué de la parte de Sociología por mis estudios en París y a veces tuve un sociólogo directo también. Cuando estructuré esto quise que se hiciera de manera pedagógica. Con una sociedad olvidada que, según una terminología fea, ponen como marginales, una palabra un poco fea, no pienso que sean marginales. Dentro de ese vocabulario que se inventa, prefiero decir “los pobres de la tierra”. Hice una experiencia en un primer barrio, de regalo, a Caripito, mi pueblo, y en el sector donde me crié. La gente se había identificado conmigo, me vieron, se dieron cuenta de que me vine a Caracas a estudiar pintura. Los que eran mayores eran una generación que estaba intacta. Eso fue en 1975. Todo esto lo estructuré en París y lo trasladé acá. Pero por qué la presencia de una psicóloga y la Sociología. Porque quise que fuera pedagógico. Por las noches los invitamos y les dimos una inducción con estos criterios psicológicos, sociológicos y los motivamos a emprender el trabajo. Una cosa bien planificada y organizada. Yo mismo me quedaba abismado, estupefacto, viendo a la gente pintar. Me di cuenta, estando en Caracas, de que cuando iba a las exposiciones, hoy día es así también, no veo gente del pueblo en las exposiciones, del sector obrero, de los barrios, no veo a nadie, eso me preocupó. Cuando llegué a París fue lo mismo: la asistencia a exposiciones en galerías y museos era de clase media hacia arriba. En los estudios que hice me fui con la psicóloga a un barrio de Caracas para hacer dos preguntas: uno, ¿por qué no asisten a exposiciones de pintura que se hacen en galerías de arte, museos o algún organismo pedagógico?, y dos, ¿ustedes tienen alguna noticia acerca de pintores como Armando Reverón, Héctor Poleo, Carlos Cruz-Diez, Jesús Soto, los maestros del paisajismo acá como Rafael Ramón González, Marcos Castillo, grandioso pintor figurativo, Rafael Monasterios, o el escultor Francisco Narváez, uno de los grandes escultores de Venezuela? La respuesta fue: no. No sabían nada de eso. Nos dimos cuenta de que había dos elementos. Uno, económico, y dos, educacional y cultural. Entonces inventé este arte para que la gente participara y formara parte de mi propuesta cinética de arte de participación en la calle.
—Entonces, desde su punto de vista, ¿el arte debería tener una dimensión social?
—Sí. Es lo que hago. Debe tenerla. La sociedad avanza. Yo me di cuenta en esos estudios que hice con Pierre Francastel y Jean Cassou. El Renacimiento italiano, por ejemplo, tiene una pintura que muestra casi toda la historia del cristianismo. La presencia social está ahí. Tomo otro ejemplo, vamos a venirnos a la Revolución Francesa. Hay cuadros que tienen que ver con ella. La consagración de Napoleón, pintada por David. Las batallas de Napoleón pintadas por Géricault y el mismo David. Un reflejo de lo que ocurría en la realidad captado por los artistas de la época. Las épocas van cambiando.
—Una de las marcas del arte venezolano en el exterior es el cinetismo. ¿Sigue siendo así? ¿Podemos mirar hacia otros lados, más allá del cinetismo?
—Por supuesto que vendrán nuevas generaciones proponiendo otras cosas. Esa es la evolución de la sociedad sobre la tierra. Quedará lo de nosotros como una invención que ocurrió en esta era y vendrán otras ideas. Lo único que sí sigo sosteniendo es que hay que tener cuidado con la inteligencia artificial, porque jamás realizará una obra propiamente con la magia que tiene un artista. Cuando uno se para frente a Las meninas de Velázquez aquello es fabuloso, uno cree que las meninas se van a salir del cuadro.
—A sus casi 90 años, ¿cree en la transcendencia? ¿Le importa trascender como artista?
—Pienso que casi todo el mundo quiere una trascendencia. Si no la tenemos, entonces no somos nada. No somos nadie. Eso está en escritores, músicos, claro que sí. Si no se trasciende, se desconoce. Un artista desconocido, por más bueno que sea, por más talento que tenga, si nadie lo conoce, no figura en la historia. Esa trascendencia tiene que estar.
—¿Siente que tiene mucho por hacer?
—Ahora es que tengo ganas de hacer. Está la exposición en el Centro Cultural de Arte Moderno. Esta sala (la de la Fundación Daniel Suárez) está llena de obras mías, me acompañan algunos artistas. Y después está Venecia, que ya estamos trabajando en eso. Eso se va a inaugurar el 19 de abril. Viajaremos a mediados de marzo. Ese ímpetu lo tengo desde que amanece hasta que llega la noche, todos los días.
—Veo que está muy bien de salud.
—He combinado esto cuidándome también. Me cuido mucho y me hago chequeos médicos todos los años. Tengo que ir primero a Chile, antes de Venecia, voy a participar en una feria internacional en Chile y me encargaron un mural allá. Luego regreso a Venezuela. Participaré este mismo año en la Feria ARCO de Madrid. Ya escribieron un artículo y me lo mandaron. Eso es trabajo diario, pensamiento diario y poca rumba. Poca bohemia (se ríe).
—Entiendo que nunca fue bohemio.
—El que agarra la bohemia se va. Conocí muchos artistas con mucho talento y la bohemia los sacó del juego.
—Qué opinión tiene sobre cómo está el Pabellón venezolano en la Bienal de Venecia, que lo maneja el gobierno. ¿Percibe una politización del Pabellón o le parece que hay pluralidad?
—Sí, hay información. El curador que propuse para la exposición ya está en Italia. Estaba aquí de director de Cultura del Banco Central de Venezuela. Yo escogí a Édgar (González) porque tiene una formación muy buena, tiene estudios en Museografía. Cuando lo propuse para las primeras conversaciones que se hicieron él estaba todavía aquí en el banco, y resulta que lo nombraron agregado cultural de la Embajada de Venezuela en Italia, entonces está en Roma. Ya fue al Pabellón de Venezuela. Ese Pabellón se está usando, desde 1956, cada dos años. Cada dos años queda abandonado, no solo él, sino los otros pabellones de otros países. ¿Qué le pasa a una casa cuando la dejas sola dos años? Si hay un pequeño deterioro, ese deterioro se apodera. Resulta que hicieron un estudio con un arquitecto y las paredes están llenas de agua. Nosotros no usaremos las paredes del Pabellón. Se harán falsas paredes para tapar eso y la inmersión nuestra será sin utilizar las paredes. Solamente estarán en blanco, pero el espacio nos lo vamos a ganar con esta obra, en el Pabellón grande, la sala más grande. Allí haremos la ambientación cromática. Y en la sala pequeña tendremos la realidad virtual.
—¿Cómo es su relación con el gobierno?
—La relación tiene que existir porque si no cómo hacemos. Los patrocinantes son ellos. A quien invitan es al Estado. En todos los países. No invitan al artista. El Estado escoge su artista, eso es en todos los países. Se ha hecho siempre así, desde que era estudiante, así fue con los que fueron mis maestros y los invitó el Estado a la Bienal de Venecia, el acontecimiento más importante del mundo en artes plásticas. Ellos les envían a los países la invitación y cada país manda su artista, por eso la relación tiene que existir. Automáticamente tiene que existir.
—¿Cómo percibe el trato de las instituciones públicas a los artistas? ¿Siente que hay pluralidad? ¿Hay oportunidades tanto para maestros como para jóvenes?
—Si vamos a las instituciones que se ocupan de enseñar el arte, las escuelas de arte, para empezar por ahí, siempre han recibido, desde —y vamos a usar el vocabulario político— la cuarta república hasta ahora apoyo del Estado. Cuando estudié en esa escuela los profesores de la época eran geniales, gente bien formada, había enseñanza de calidad. Ahora, para bien o para mal, la sociedad avanza. Cuando digo para bien me refiero a que si se sostiene la calidad de la educación, se sostiene la calidad de todo ente humano que egrese de institutos pedagógicos de arte, de universidades. Ahora, si ocurre un deterioro eso es un enfoque que tiene que hacer el Estado, de preocuparse y garantizar que no ocurra el deterioro, que no se caiga en decadencia. Eso es responsabilidad de todo Estado, lo es en Francia, Italia, Alemania, Venezuela, Argentina o Chile. A veces hay organismos que lo hacen, que son fundaciones. En el caso de EE UU, por ejemplo, el Guggenheim, eso no es el Estado, eso es privado. Es bueno que eso ocurra porque le da un aporte, un apoyo al arte. Desgraciadamente nosotros no tenemos eso aquí en Venezuela, fundaciones que apoyen a los artistas, eso no existe. Dependen solamente de su suerte, de que sus trabajos sean aceptados y tengan el éxito en la oferta y la demanda. Por eso el camino nuestro no es fácil. Lo he dicho siempre, es un camino lleno de espinas. No sé si te has dado cuenta, de una escuela de artes plásticas egresan 15 personas y tres quedan pintando. Lo demás el tiempo lo va diluyendo con su mala suerte o si tienen talento desaparecen por no haber tenido el apoyo. El primer apoyo, porque ya es responsabilidad nuestra después de que uno egresa de la escuela, ya no es responsabilidad del Estado.
—¿Cómo percibe Juvenal Ravelo el país? ¿Este es el país con el que soñó?
—Cuando me han tocado el tema como lo tocas ahora, lo que hago siempre es disparar consejos. Lo que he hecho últimamente cuando me preocupa la situación de las escuelas de bellas artes o los museos, es decir una reflexión que escribí y mandé por mis redes. Me alegra que una universidad la haya captado y la tenga puesta allá, la UCAB. Me sorprendió cuando me dijeron que estaba entre los pensadores con una reflexión mía. La reflexión dice así: “Ningún macroproyecto económico dirigido a nuestra América tendrá éxito sin la presencia de la cultura. La ignorancia, en matrimonio con el dinero, degenera en la estupidez humana”. Esos son los mensajes que envío para que las cosas le lleguen a alguien que tenga responsabilidad y se ajuste a lo que sí necesita el país profundamente: educación y cultura. Lo demás lo pone el país, petróleo, gas, hierro, diamante (se ríe).
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