Cada vez que el artista Juan Iribarren se prepara para pintar, una pasión que a veces le resulta incómoda y problemática, trata de mantener la mente y el ojo en blanco. Su proceso creativo puede durar días, semanas, hasta meses. Lo importante para él es que el lienzo sea similar a una duda por resolver, una interrogante que lo atrapa y, en algunas ocasiones, lo ha llevado a los terrenos de la obsesión. Iribarren, de 67 años de edad, ha dedicado su vida a la pintura.
Desde mediados de los años 80 se ha enfrentado al lienzo y al reto de dejar ir a sus obras cuando considera que ya se alejó de ellos mentalmente. No siempre lo logra, admite. Este año, tras cuatro décadas ininterrumpidas de trabajo, 35 piezas de su autoría se exhiben en la Sala Trasnocho Arte Contacto (TAC) del Trasnocho Cultural en una revisión dialógica concebida bajo el título Rombos cuerdas campos.
Su experiencia como pintor, así como su formación en la American University, Washington, D.C y en la Université de Paris I, (Panthéon-Sorbonne), le permiten afirmar que, tras tantos años de trabajo, el punto de partida de cada cuadro se establece solo. Luego vienen una serie de decisiones conscientes y retos que decide asumir. “Si veo cosas que me resultan incómodas o que siento que no sé hacer, o que ya eso lo he hecho antes, lo borro. Le hago algo encima para ver qué camino voy a tomar”, cuenta.
Al experimentado artista todos (o casi todos) los cuadros a los que se enfrentó en su carrera le parecen difíciles. Tiene que ser así: si fueran fáciles se aburriría de ellos. No le resulta ajena la práctica de borrar lo que lleva hecho y empezar de nuevo hasta inventarse un problema que sea particular de ese cuadro. “Claro, hay cuadros que se parecen pero voy siempre directo al problema, a la duda. Lo investigo y trato de hacerlo de una manera diferente en cada lienzo”.
En una entrevista con Manuel Vásquez Ortega, expuesta como parte de la muestra Rombos cuerdas campos en las paredes de la Sala TAC, Juan Iribarren afirmó que no le resulta placentero pintar. Muchas veces al comenzar una obra se siente incapaz de culminarla. Cada vez que trata de hacer las variaciones “se convierte en un camino que me conduce a la obsesión. Me obliga a empezar un segundo o un tercer cuadro con las mismas intenciones. Pero me siento incapaz de realizarlo. Entonces hay una frustración como punto de partida, por creer que no voy a poder poner sobre la tela lo que yo estoy ‘sintiendo’. Aunque preferiría decir que lo que estoy sintiendo es lo que estoy viendo”, reveló.
Este conflicto, la frustración, tratar de resolver una incógnita planteada en el lienzo lo ha conducido, inexorablemente, al proceso de la revisión constante. Como resultado, en un solo día puede pintar dos o tres versiones de un mismo cuadro. Al segundo o tercer día ya está bastante frustrado y, sin embargo, todavía no está dispuesto a bajar los pinceles. El día que se sienta cómodo frente a un lienzo, afirma, será el día en el que entonces ya no le quedará nada por pintar.
Lo viejo convive con lo nuevo
Como muchos artistas, Juan Iribarren tenía como propósito con Rombos cuerdas campos, que se inauguró el 5 de mayo y estará hasta el 2 de julio, mostrar sus trabajos más recientes. Con apoyo del curador y museógrafo Luis Enrique Pérez Oramas decidió, casi desde el inicio, apoyar ese nuevo cuerpo de trabajo con obras anteriores. Decidieron entonces hacer un recorrido completo por 35 piezas que cubren 4 décadas de trayectoria.
Al principio, admite Iribarren, sintió un poco de miedo por lo que saldría de ese diálogo entre piezas que datan desde 1985 (sus primeros años como pintor en París) hasta 2022 (realizadas en Nueva York, donde reside desde 1990). Le temía, explica, a que las nuevas resultaran ser muy distantes de las primeras que realizó. Esa era su máxima preocupación, su duda e incluso un poco su curiosidad. El resultado le pareció sorpresivo: “Siento que hay un diálogo muy interesante e inesperado entre los dos extremos”, afirma.
La muestra resultó, sin ser una retrospectiva, un conjunto de obras paralelas que se repiten en algunos puntos y tienen varias similitudes. Formalmente, escogieron obras que tuvieran paralelos o que fueran totalmente opuestas para ver cuál era el resultado. El experto señala, tras ver cuatro décadas de su vida resumida a esa exposición, que así como hay elementos que se mantienen, también hay otros que se han perdido. Y otros que hay incorporado.
“En la selección de las obras del pasado estuve pendiente de escoger trabajos con formatos contrastados con las piezas nuevas. Un poco era una investigación y curiosidad por ver obras que no he visto en más de 20 años convivir con obras recientes”. Su conclusión, tras ver la muestra, es que en el taller, haga lo que haga, siempre hay una misma pincelada, una misma búsqueda de formato, desde antes y hasta ahora. “Hay cambios en el color, he ido eliminando elementos, pero en cuanto a la atmósfera, hay un paralelo bastante interesante”, señala.
La luz en lugares inesperados
Como pintor, Juan Iribarren está interesado en captar sobre el lienzo la equivalencia de la luz, sus variaciones y los fenómenos que suceden en diferentes lugares. El experto explica que la exposición se llama Rombos cuerdas campos porque eso es lo que trabaja en los cuadros que se exponen. Hay cuadros que tienen la forma de rombos, otros muestran cómo en el pasado dividía los campos de color con líneas ortogonales. En algunos hay campos de color triangulares con algún ángulo recto.
En palabras del creador, su investigación tiene que ver con las estructuras. La relación del formato tanto en escala como con la disposición horizontal o vertical es algo que le interesa particularmente. En esa relación hay elementos que se encuentran. “Me interesa poner en evidencia los planos del formato, subrayar el formato varias veces y realizar una búsqueda de luz-sombra que viene de observar el momento de luz, sea natural o artificial”.
El cambio que se da en el color, incluyendo las variaciones de sus tonos, también le interesa. En su investigación, además, también está presente el trazo que queda en evidencia en la pintura. Iribarren admite que siempre que pinta trata de confiar en su trazo. “Termino haciendo cuadros que, al verlos, se nota que se han hecho con pinceles de tal o cual ancho. La materia está muy evidente en la puesta, me gusta que se mantenga, que quede pendiente. Me agrada que la persona sienta que es una pintura casi líquida que va a chorrear, esa materia me interesa mucho. No me interesa evocar una profundidad, me interesa que haya profundidad en cuanto a tono y cambio de color, pero que siempre se sienta la materia en la pintura”, detalla.
Ver lo que pinta
En la exposición Rombos cuerdas campos Juan Iribarren intenta mantenerse fiel a una premisa que ha mantenido a lo largo de su vida: ver lo que pinta. El artista no desiste de su lógica ni sus intereses al momento de pintar. Entre estos intereses está el modernismo. Le gusta mucho el pintor neerlandés Piet Mondrian, pero también le interesa mucho el color y lo trabaja más suelto sin estructuras, al estilo del francés Paul Cézanne. Henri Matisse es otro de sus referentes. “Trato de estar pendiente de lo que está sucediendo actualmente. En Nueva York no es muy difícil estar al día o ver las investigaciones que están sucediendo. Todo eso me ayuda”.
Para él, en el mundo contemporáneo, continuar pintando es un reto. En este momento hay muchísima pintura a diferencia de hace 5 o 6 años. “Es difícil ser un pintor y un artista contemporáneo sin pensar qué más se le puede sacar a eso. Confío en que mi investigación todavía tiene que dar y me lanzo por ahí”, reflexiona.
Como artista trata de no trabajar con proyectos específicos. Señala que su obra siempre está por hacerse o por destruirse en todo momento. No es que no tenga proyectos, los tiene, pero siente que puede decidir qué obras hacer o no. “Trato de no tener un proyecto fijo y concreto, de vez en cuando surgen invitaciones para un proyecto específico, entonces me siento y lo organizo. Pero eso es solo en caso algo muy preciso. Si hay un proceso, lo entiendo y lo olvido para poder seguir trabajando”, explica.
Rombos cuerdas campos es uno de esos proyectos específicos. Iribarren llegó hasta la sala caraqueña gracias a una invitación. “Estaban interesados en mi obra desde hace varios años, pero se ha ido postergando por varias razones, entre ellas, que vivo lejos o la pandemia. Por fin aquí estoy y muy contento”.
No importa dónde se exhiba su obra, para Juan Iribarren su taller siempre será su lugar para pensar, hacer y rehacer. Para no desistir de su arte, Iribarren necesita saber qué está haciendo algo que no puede hacer nadie más. “Necesito saber que hay algo que me parece sorprendente en una luz, que hay un grano, que hay una sombra, un color al lado del otro. Todo eso que veo lo tengo que capturar”, revela.
Tras cuarenta años dedicados a ver lo que pinta, a captar lo que nadie más capta, Iribarren espera que todavía queden cosas por pintar. “Cada cuadro me hace sentir que necesito pintar otro, parecido pero buscando algo nuevo. Todavía no ha llegado el momento de que sienta que esto ya terminó. Me siento casi inadecuado cada vez que estoy pintando, no sé si alguna vez me vaya a sentir cómodo, pero en todo caso eso mantiene vivo mi interés”.
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