Por: Guillermo Fernández Dueñas
Aunque José Tomás Angola Heredia gusta definirse como escritor, no esconde su pasión por el escenario. Allí se desempeña como actor, puestista y dramaturgo, siendo además actualmente director del Centro de Formación para el Teatro, Escénica, una de las escuelas del Centro de Artes Integradas.
Pero Angola, que ganó el 60° Premio de Cuentos de El Nacional en 2005, tiene obra en narrativa breve, poesía y ensayo. Su bibliografía ya sobrepasa los 15 títulos, aunque como asegura: “No he vuelto a publicar desde 2018. La industria editorial venezolana fue degollada por la realidad”.
José Tomás Angola Heredia
Comunicador social de profesión, confiesa que no se asume periodista, pues nunca ha ejercido en propiedad.
En 30 años de carrera, que celebra este 2022, siempre ha estado sobre un escenario. Atesora muchos premios en diferentes géneros: El Isaac Chocrón (2019); la mención en el Fernando Arrabal de Valencia, España (2004) y el Municipal de Caracas (2001) en teatro. El citado Premio de cuentos de El Nacional en narrativa y la mención en la Bienal Miguel Ramón Utrera de Maracay (1996) en poesía. A todos los llama “mi botiquín de primeros auxilios cuando el ego descubre que no soy lo que me creo”.
-¿No debe ser fácil vivir del teatro?
Nadie en Venezuela que ame realmente el teatro, vive de él. En todo caso vive para él. Es triste pero cierto. Deberíamos vivir de lo que hacemos, de lo que ejercemos, de lo que hemos estudiado. Pero en Venezuela es así. No hay respeto real por el artista escénico. No se nos ve como creadores. Se nos considera bufones obligados a hacer reír gratuitamente a su majestad, el pueblo. Todo es una deformación de las políticas culturales que se impusieron desde la época de Pérez Jiménez hasta nuestros días.
La diferencia estriba en que en esos años, antes de 1999, el artista teatral era subvencionado por el estado y su arte se le brindaba al espectador que se acostumbró a no pagar por lo que veía. Pero desde 1999 al creador no se le sostiene gubernamentalmente y se le sigue obligando a regalar su arte, entonces es el artista el que debe correr con el costo.
-¿Y por qué el teatro sigue existiendo si es tan maltratado?
Porque quienes lo hacen no pueden evitar hacerlo. Por eso el teatro es una vocación, no solo una profesión. El arte en general lo es. ¿Tú crees que Picasso pintaba porque ganaría millones por sus cuadros? Quizá al final algo de eso le atraía, pero durante la mayor parte de su vida pintó porque quería hacerlo, necesitaba expresarse, contar lo que tenía en el alma.
Ahora que habla de “contar” me gustaría saber su opinión sobre los narradores que han hecho teatro. En Venezuela hay cierto prejuicio que dice que escritor es solo el que escribe para ser leído en una publicación
Muchos creen que la literatura es como una librería y sus anaqueles. Los estantes determinan donde estás y quién eres. Pero eso es un prejuicio impuesto por la industria editorial en aras de un propósito exclusivamente comercial. Son muy raros los narradores puros entre los escritores venezolanos. Conozco muy pocos.
Julio Garmendia o Gustavo Díaz Solís son algunos nombres que se me ocurren para los “cuentistas puros”. Pero todos los grandes escritores nacionales abarcaron muchos géneros.
Por ejemplo Andrés Bello, nuestro padre fundador literario, fue poeta e hizo drama, poco afortunado pero teatro al fin. Gallegos tiene novelas, cuentos y teatro muy interesante. Uslar Pietri, narrador dedicado y ensayista insigne, también tiene bibliografía como dramaturgo y poeta. Andrés Eloy Blanco, nuestro poeta por excelencia tiene obras de teatro celebrables. Ramón Díaz Sánchez, Guillermo Meneses, Ida Gramcko, Elisa Lerner, Eduardo Casanova, Yolanda Pantin, todos cultivan los géneros que le son naturales pero tienen obra en el teatro. A la inversa, Isaac Chocrón que se le señala como un dramaturgo emblemático, tiene una copiosa bibliografía en la novela. O está el caso de Miguel Otero Silva. En todo gran narrador venezolano se esconde un dramaturgo.
A propósito de Miguel Otero, Rajatabla celebra sus 50 años reestrenando una versión escénica de una de sus novelas más emblemáticas “Oficina N°1”
Me parece cuando menos irónico que lo que se recuerde de Otero Silva en el teatro no sean las piezas que escribió especialmente para la escena, sino sus adaptaciones de las novelas.
Carlos Giménez y Rajatabla hicieron en su momento “Oficina N°1”, “Fiebre” y “Casas Muertas”. Luego de la muerte de Carlos creo que montaron hace unos 10 años “Cuando quiero llorar no lloro”. Giménez, lo dijo varias veces en entrevistas, consideraba a Otero Silva el más venezolano de los escritores. Posiblemente hubiese mucho de complicidad y empatía en eso porque fue Miguel quien trae de Argentina en 1970 a Carlos para que dirija “Don Mendo 71”, su versión libérrima y criollizada de la pieza de Muñoz Seca.
Pero Miguel Otero había empezado en el teatro 30 años antes con un sainete escrito a dúo con Andrés Eloy Blanco: “Venezuela güele a oro”. Estamos hablando de principios de los cuarenta. Es un sainete en clave vanguardista y eso es lo interesante. No renegaban de los Rafael Guinand o de los Leoncio Martínez, pero usaban el formato para un humor moderno, muy corrosivo y una denuncia política. El petróleo era el centro de la obra, que por cierto se estrenó con mucho éxito protagonizando lo más grande del teatro de entonces: Rafael Guinand, Antonio Saavedra y Celestino Riera.
Miguel Otero, un tipo con un humor y una chispa legendarios, se valió mucho de la comedia en la dramaturgia que produjo, por cierto escrita antes de sus grandes novelas. En esos mismos años cuarenta firmó varias piezas que eran más para leerse que para escenificarse. El “teatro para leer” es un subgénero de la dramaturgia y en Venezuela se cultivó mucho. Nombres con Aquiles Nazoa, Andrés Eloy Blanco o Job Pim dejaron una bibliografía extensa en revistas y semanarios como “Fantoches”. En el caso específico de Miguel Otero, escribió cosas fascinantes, llenas de una comedia delirante y una acérrima crítica sociopolítica de su tiempo. “El jalar de los jalares”, “Adán y Eva en el Paraíso” o “Se descubre el asesino de Don Juancho” son algunas de ellas. Es una lástima que esas obras, aunque escritas para leerse, no se recuerden.
Pero Rajatabla puso sobre la escena a Miguel Otero Silva y en gran formato
Bueno, como siempre eran todas las cosas de Carlos. Yo vi “Casas muertas” en la Sala Anna Julia Rojas del antiguo Ateneo de Caracas. Una obra impresionante por su minimalismo y su poética de la soledad y el abandono. En el escenario, lleno de arena, una puerta se erguía como el símbolo indeclinable de la esperanza. Una puerta que conducía hacia adentro o hacia el futuro.
¿Y qué opinión tiene de esta nueva producción de “Oficina N°1”?
Me parece muy loable que una nueva generación de artistas del teatro, que quizá nunca vieron obras de Giménez, la emprendan en un proyecto aniversario con el escritor fetiche de Carlos, Miguel Otero. Además celebro que no sea solo Rajatabla sino que un grupo de las nuevas cosechas como lo es el Teatro del Buenpaso sea quien se pone en el lomo la celebración. Como si nos dijeran que la memoria y la tradición no quedan a un lado del camino sino que las llevamos en nuestros hombros, dándonos peso, gravedad, propósito.
Conozco a muchos de los del elenco, actores y actrices comprometidos y de talento, así que no dudo que será un espectáculo a la altura de la historia de Rajatabla. Además su director, Eduardo Viloria, es posiblemente de los más creativos, entregados y acuciosos puestistas que he visto en los últimos años. Que en años de pandemia, crisis económica, desilusión y amargura existan artistas como él, trabajando en Venezuela cuando podría estar en cualquier lugar del mundo haciendo lo suyo, es digno de agradecer.
Usted participa en las actividades paralelas de esta temporada de “Oficina N°1”
Sí, Rajatabla, Eduardo y el Teatro del Buenpaso me invitaron a dictar una de las conferencias en el marco del montaje. El concepto detrás de eso es muy interesante. No es solo una obra de teatro o una celebración, es una oportunidad para reflexionar sobre lo que ha sido el petróleo en nuestra cultura. Su impacto más allá de lo económico. Yo tendré una conferencia el viernes 11 de febrero, a las 3:00 p.m., en la Sala La Viga del Teatro Chacao sobre Petróleo y Literatura. Todos los jueves y viernes de la temporada en ese lugar se conversará sobre petróleo y cine, petróleo y artes plásticas, petróleo y música, con gente tan acreditada como Federico Pacanins, Rolando Chávez, Mario Morenza y Félix Hernández. Sesiones gratuitas para disertar sobre ese bitumen que le da sentido, como bendición o maldición, a nuestro gentilicio.
Como dice, si en cada gran narrador venezolano hay un dramaturgo, ¿se supondría que escribir narrativa es como escribir teatro?
No, obviamente no. No hablo del manejo de la técnica, sino del espíritu artístico que yace en el autor. El resorte emocional del novelista o cuentista es similar al del dramaturgo. Pero escribir una novela o un cuento poco tiene que ver con escribir un drama. Para empezar toda obra narrativa es pasado. Aunque usted la escriba en presente, la sensación del lector es que es un hecho sucedido, acontecido. Ese retraso perceptivo es lo que salva a los narradores omniscientes de la indelicadeza de creerse Dios. En el teatro en cambio, todo es presente. Aunque usted tenga un argumento histórico, antiguo o clásico, aunque haya visto la trama mil veces antes, no hay forma de que en la representación el espectador no se sienta ahí, el famoso “aquí y ahora” de Stanislavski, en presente, viendo por primera vez todo aquello. Esa es la fortuna y la condenación del teatro. Solo existe cuando se escenifica, al cerrar el telón ya no hay teatro.
Otro asunto es el de los diálogos. El diálogo narrativo es literario, para ser comprendido y aprehendido en la mente. El diálogo teatral se escribe para ser dicho, pronunciado, verbalizado. Esa diferencia que parece sutil, es en verdad toda una gradación de matices que los ponen en mundos opuestos, aunque se llamen ambos diálogos.
¿Queda entonces mucho teatro en Venezuela?
Hasta el último aliento del último de los actores y espectadores. Siempre que haya esperanza, sueños, anhelos, emoción, pasión, tendremos teatro.