sabina

Por Janina Pérez Arias

Cuenta Joaquín Sabina que el bombín es algo así como un instrumento para diferenciar al hombre que se monta en el escenario para cantar sus penas de desamor del otro que se refugia en su intimidad, del que hace 73 años nació en Úbeda (Andalucía), un lugar «donde no pasaba nada», tal como subraya desde la gran pantalla, y cuyos lugareños le consideraron durante mucho tiempo como un revoltoso, una oveja negra, casi como una persona non grata.

Hoy en Úbeda le miran con otros ojos, desde la admiración y el respeto, cosa que ni él se lo termina de creer.

Tanto su incredulidad como su vulnerabilidad la muestra en Sintiéndolo mucho. En el documental firmado por Fernando León de Aranoa se descubre y se profundiza en ese hombre que al final es uno, por mucho afán de disociación, el que une un cigarrillo con otro, bebe whisky con hielo, y acaricia a su gato Elvis. «Ya lo había dicho que terminaría como una vieja con gatos, y aquí me tienes», estalla en una carcajada en la película que se presenta en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián.

Pero empecemos desde el principio, situándonos en un día no determinado de hace 13 años cuando Sabina le comentó a León de Aranoa que iba a discutir las letras de unas canciones con Benja (Benjamín Prado, co-autor de muchas canciones de Sabina). «¿Te vienes?», le preguntó más como un convite a una larga tertulia de versos y acordes de guitarra y piano, regados de alcohol, creatividad y alguna que otra droga, pero nunca con la idea de que terminaría convertido en 120 minutos de película.

«No hay nada mejor que hacer una cosa con amigos, es un placer», diría el famoso cantautor en el encuentro con la prensa en San Sebastián adonde había llegado el día anterior desde Madrid, para más señas por carretera en una furgoneta compartida con Fernando. «Una de las cosas buenas del documental es que se ve la alegría de estar con gente querida», valoraba la experiencia.

«Somos amigos de larga data, tengo plena confianza en él», diría con su voz carrasposa que suena como rocas cayendo por una pendiente, «le dije que no necesitaba llave, en buen español, que mi pillara cagando», con sobrero color caramelo haciéndole sombra en el rostro, enfundado en una chaqueta negra con cuadros de finas líneas blancas. Y así fue.

Pronto asumió el director de cabellera leonina que con Sabina no valía plan, y que precisamente en la ausencia de hoja de ruta radicaría el encanto del documental que a través de más de una década viaja por España, México, Buenos Aires. Muchas veces León de Aranoa entra en escena, sin embargo su cámara parece esfumarse para así escabullirse dentro de la intimidad del cantautor.

Apenas comienza Sintiéndolo mucho, Joaquín Sabina lanza un ruego: que no empiece la película con «la hostia»; que se dio aquel febrero de 2020, cuando en pleno concierto se cayó del escenario. «Puede que haya sido un cable, un traspiés, un fogonazo de luz. ¡Qué sé yo lo que pasó!», escudriña en su memoria frente a la cámara.

Cierto es que Sabina salió del recinto en ambulancia directamente a la sala de operación por un hematoma intracraneal, dejando a los miles que contaba su público en estado de consternación, a muchos al borde del llanto y a otros rezando a sabiendas de lo que el cantante le profesa a la religión. El documental da fe de ello, dejando claro que en aquellos momentos valía todo –hasta el irrespeto hacia las creencias del artista-, y más después del ictus que sufrió Sabina en 2001 y del que se recuperó satisfactoriamente.

En este proyecto de largo aliento, de recorrido lleno de tropiezos y aventuras, donde Sabina le profesa admiración a José Alfredo Jiménez, y donde se neutraliza la solemnidad dándole paso al humor, León de Aranoa se empeñó en llegarle al alma a un hombre que conocía ya demasiado, y que además se había cantado mucho pero contado poco.

Joaquin, que en la rueda de prensa diría que lleva fatal verse en la gran pantalla hablando de sí mismo, en el documental se remonta al pasado de cuando era «un inconsciente y descerebrado», de cuando su mantra era «sexo, drogas y rock and roll». Sabina montado en la ola de los éxitos tanto en España como en Latinoamérica, amado por muchos y detestado por otros, cuenta que llevó ese estilo de vida hasta los 50, «nada mal, ¿eh?», se carcajea como tantas veces lo hace en Sintiéndolo mucho.

Si por Fernando hubiera sido, aún estarían grabando. Sabina escucha esta confesión y se sonríe, puede que a él no le moleste que una vez más León de Aranoa le pise los talones con una cámara y que le acose a preguntas de todo tipo como esa que le atormenta a todo compositor en relación a la «canción perfecta».

Ambos saben que se necesitaba poner un punto final, que no es tal, sino el puente para un nuevo capítulo en la vida de Sabina, que promete canciones nuevas y gira por Latinoamérica y España.

Al fin y al cabo, y tal como Joaquín Sabina lo dice al final de Sintiéndolo mucho, él es «un tahúr que no se cansa de cantar».


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