«Yo soy un fabricante de películas», afirmó el director francés Jean-Luc Godard en 2018 en una videoconferencia en el Festival de Cannes, el año en que también estrenó su película El libro de las imágenes, un experimento, sensorial, acerca del cine y la civilización amado y odiado en su momento por la crítica. Ahora, dos años después, el realizador tiene dos proyectos nuevos en su mesa de trabajo.
Así lo declaró su colaborador y también director Fabrice Aragno, quien lleva muchos años a un incasable e inclasificable del cine contemporáneo. Realmente, Jean-Luc Godard inscribió su nombre en la historia de la cinematografía francesa y mundial cuando en 1960 estrenó À bout de souffle (también conocida como Sin aliento), tenía solo 29 años, era crítico de cine en la todavía emblemática revista Cahiers du Cinéma, donde la virulencia de sus artículos y de los que firmaban compañeros igualmente prometedores como Éric Rohmer, François Truffaut o Claude Chabrol les hizo ser conocidos como los «jóvenes turcos».
Ellos se rebelaron contra lo que Truffaut llamaba el «cine de papá» y cuando ese grupo decidió ponerse detrás de las cámaras rompieron las convenciones existentes e instauraron La nueva ola del cine francés (Nouvelle Vague), que irrumpió en el panorama de la época como una revolución técnica y artística.
Godard nació en París en el seno de una familia burguesa protestante suiza. Hijo de médico y nieto por parte de madre de banqueros suizos, vivió sus primeros años en Suiza, pero de adolescente volvió a la capital francesa y allí la Filmoteca y el cine-club del Barrio Latino fueron su zona habitual de recreo.
Su primera incursión como director fue con un documental sobre los trabajadores de la construcción, Opération Béton (1953). Su estreno con ese género no sería casual: cinco años después rodó À bout de souffle como si fuera un reportaje de actualidad, según destaca el crítico Jean-Philippe Tessé en un estudio sobre ese filme. Esa voluntad de mostrar el mundo tal y como es, en lugar de la imagen ficticia que ofrecían los estudios convencionales, fue uno de los signos distintivos de la Nueva Ola , y ofreció además una espontaneidad en los actores inédita hasta entonces.
Le seguirían otras obras trascendentes como Le Mépris (1963), con Brigitte Bardot, o Pierrot le Fou (1965), con su entonces pareja, Anna Karina, y de nuevo con Jean-Paul Belmondo como protagonista.
Fue además, la figura más estudiada y respetada del movimiento cinematográfico. En total ha rodado un centenar de películas, que le valieron en el Festival de Cannes el premio del jurado en 2014 por Adiós al lenguaje y la Palma de Oro especial en 2018 por El libro de las imágenes.
También ganó en la Berlinale con su famosa À bout de souffle (1960), Une femme est une femme (1961) o Masculin-Féminin (1966), en Venecia Prénom Carmen (1983) y la Academia de Hollywood le concedió el Óscar honorífico en 2010.
El realizador Michael Hazanavicius (El artista) hizo Le Redountable, filme en el que cuenta un poco de la vida de Godard (interpretado por Louis Garrel)- como un ser muy complejo y de mal genio en pleno 1968.
Mientras los cinéfilos del mundo esperan que decida qué hacer con esos dos proyectos que tiene entre manos, el director ya les había recordado antes que cualquier nuevo proyecto suyo «depende de mis piernas, un poco de las manos y de mis ojos».
Pero su asistente es optimista y da señales de que habrá Jean-Luc Godard para rato. «Está bien. Puede que su puro acabe con todos los virus», bromea de alguien que, como él dice: «en su prolífica carrera nunca ha hecho el mismo filme, pero ha tenido la misma lucidez desde el principio».