ENTRETENIMIENTO

Javier Téllez: «En el encuentro con el otro está nuestra salvación»

por Avatar EL NACIONAL WEB

El drama de los refugiados es mundial. Las imágenes registradas por las agencias de noticias los muestran a la intemperie y con un futuro incierto. En el peor de los casos, ofrecen estadísticas de cadáveres. Hoy es un fenómeno que no es ajeno a los venezolanos, quienes salen en estampida por las fronteras con Colombia o Brasil. Si algo une a los desplazados en todo el globo es la exclusión y la discriminación, temas que el artista venezolano Javier Téllez, radicado en Nueva York, ha plasmado en gran parte de su obra.

Téllez, de 49 años de edad, señala que el arte jamás será una solución a los problemas, pero sí cree que es un camino para visibilizar lo que está en la oscuridad.

Teatro de sombras, trabajo que exhibe en el Museo Guggenheim Bilbao hasta el 15 de noviembre, es precisamente una representación poética de lo que viven los refugiados.

La muestra reúne dos obras del videoartista.

La primera, Bourbaki Panorama, es un filme mudo en 35 mm. Allí, Téllez muestra a un grupo de excluidos que gira alrededor de una pintura panorámica del mismo nombre. El lienzo en cuestión, creado por Edouard Castres en 1881, plasma el éxodo alpino de 87.000 soldados franceses en busca de asilo luego de caer derrotados ante las tropas de Prusia.

Simultáneamente, en el espacio algunos desplazados se mueven en círculos como si fueran prisioneros en el bucle de la historia. Uno de ellos lleva la escultura La mano (1947), realizada por el artista suizo Alberto Giacometti, que parece evocar un brazo amputado por una explosión.

La segunda pieza, Shadow Play, da título a la exposición: Teatro de sombras. Es una película muda en blanco y negro. Narra, por medio de fábulas y breves escenas, cómo ha sido el curso de vida de estas personas contado por ellas mismas. Solo utilizan sus manos y sus cuerpos.

¿Cómo surge la exposición que presenta en el Guggenheim Bilbao?

—De la invitación del curador español Manuel Cirauqui. Incluye dos instalaciones fílmicas que realicé originalmente para una muestra retrospectiva en el Kunsthaus de Zúrich, en 2014. Este es uno de mis proyectos más ambiciosos, debido a la complejidad del aparato expositivo, pues requiere dos proyectores de 35 mm que funcionan permanentemente en la sala.

¿Cuál es la intencionalidad del silencio?

—Me interesa mucho investigar el origen de la imagen en movimiento. De allí que concentre mi práctica en formas “precinematográficas” como el teatro de sombras y la pintura panorámica. Además, siento fascinación por el cine mudo, ya que antes se pensaba la cinematografía como un arte más visual que literario. En Bourbaki Panorama y Shadow Play se trata de usar las limitaciones como recursos. Creo que es muy difícil representar las desgracias de los otros en “technicolor” y Dolby Surround. De allí que haya decidido limitarme casi exclusivamente al uso del blanco y negro en Shadow Play y a dejar por fuera diálogos y música. El ruido de los proyectores es una parte esencial de las instalaciones: evoca el sonido de los aparatos de la guerra.

¿Por qué siempre tiene la necesidad de reflexionar sobre los marginados?

—Como el filósofo Emmanuel Lévinas, creo que desde el momento en que el otro nos mira, somos responsables de él sin siquiera tener que tomar responsabilidades en relación con él. Hay que olvidarse de uno mismo para encontrarse en el otro.

¿Los excluidos son como sombras de nosotros mismos?

—La sociedad estigmatiza al otro como sombra. Quizás ellos sean la luz y nosotros sus sombras. El siglo XXI ha de ser el siglo del diálogo con el otro o no será. En el encuentro con el otro está nuestra única salvación.

En Venezuela los excluidos que usted plasma en su obra cada vez están más marginados. Y parece que en el mundo también.

—En la sociedad moderna los más excluidos han sido siempre los prisioneros y los enfermos mentales, pero en el caso venezolano las condiciones en que viven esos grupos alcanzan rasgos dantescos. La misma calle es el manicomio y la prisión.

¿Cómo ve el país el ciudadano y el artista después de más de 20 años fuera de él?

—Hoy es imposible hablar de Venezuela de la misma manera que hace una década. La noción misma de república está astillada por completo. La supuesta revolución socialista se desenmascara como un capitalismo de Estado, en el que un grupo de sujetos reparte las partes de la torta negra del ingreso nacional. La estructura de poder favorita es la de la cosa nostra, afianzada en las fuerzas armadas. Ya no podemos censarnos en dos bandos. Nos acercamos a la república de Saló, tal como fue imaginada por Pasolini.

En el siglo XIV fue la peste negra, en el XX las dos guerras mundiales y en el XXI la discriminación, los refugiados y los totalitarismos. ¿Puede el arte ayudar de algún modo a aliviar los grandes problemas?

—Como nos enseñaron los maestros: el verdadero arte no responde preguntas, pero revela. No busca, pero encuentra. Hace visible lo invisible. El arte no representa, ya que es en sí mismo.

Diálogo con refugiados

Para realizar el rodaje de ambos filmes, Javier Téllez mantuvo conversaciones con algunos desplazados procedentes de África y Asia que solicitaban asilo en Suiza. Con ellos trabajó en los guiones de las películas, y luego les pidió que participaran como actores.

En Bourbaki Panorama aparecen caminando en círculo, movimiento que el artista define como absurdo y que parece desprovisto de finalidad. “Refleja la condición trágica de aquellos condenados al destierro”, indicó.

En Shadow Play los refugiados relataron sus propias historias de exilio. Emplearon sus cuerpos y un conjunto mínimo de utilería para producir sombras que pudieran traducir, en imágenes de alto contenido poético y simbólico, el destierro y la migración.