Jackson Gutiérrez es directo. Si los cineastas venezolanos solo piensan en la crítica situación de la industria cinematográfica nacional, terminarán fracasando. El foco del director es seguir produciendo a pesar de las circunstancias, y no está entre sus planes hacerlo fuera del país.
El año pasado Gutiérrez, conocido por un cine que cuenta historias ambientadas en los barrios caraqueños, estrenó en seis meses cuatro películas: Azotes en llamas, La toma, Inocencia y La vida es una película, esta última dirigida por su esposa Yiusmelis “Lilo” Delgado, producida por Jackson Films.
“Creo que uno tiene que cumplir sus sueños. El cine es mágico. Es una magia que tienes en las manos, simplemente tienes que aplaudir para que pueda sonar. Ese es mi enfoque, no dejar de hacer”, afirma el director, que ganó con La toma los premios Mención Especial y Mejor Casting de la edición 18 del Festival del Cine Venezolano, que se llevó a cabo en julio de 2022.
En el contexto venezolano, Gutiérrez ha financiado sus películas con el dinero que obtiene de los talleres de Jackson Films. Muchos de los que estudian con él, en ese proceso de aprendizaje, se han sumado a sus proyectos, la mayoría como actores. Menciona nombres como Mascioli Zapata, que trabajó en La hora cero, dirigida por Diego Velasco, o su propio hijo, Ibrahim Gutiérrez, a quien le gusta tanto la actuación como la cámara y la edición.
“Yo desde hace ocho años utilizo este método. No digo que tengo una universidad, sino que tengo una escuela de aprendizaje. No me considero un profesor de alta gama, soy una persona que enseña lo que sabe. Creo que estamos haciendo un bonito trabajo, hemos hecho una buena labor”, asegura.
Gutiérrez recibe en una oficina ubicada en Plaza Venezuela en la que se escuchan el bullicio de la capital y la salsa baúl que se reproduce en el televisor. Mientras transcurre la entrevista, Ibrahim se encarga de editar Machera, la próxima cinta de Gutiérrez, realizada bajo un convenio con el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC), que consistió en dictar un taller que culminó con la producción del filme. Espera estrenarla en junio.
También hizo público, hace unos tres meses, el sitio www.jacksonfilmsvip.com, donde por 5 dólares mensuales los usuarios pueden ver sus producciones. “La hice como una Netflix venezolana. De que se puede se puede”, subraya el director
—El año pasado logró estrenar cuatro películas. ¿Cómo es alcanzar tal meta en una industria cinematográfica tan decaída como la nuestra?
—Si nosotros nos enfocamos en que la industria está en esa situación, o nos metemos en la cabeza que no podemos hacer cine si no tienes una millonada, vamos a ser unos fracasados. Tengo una escuela llamada Jackson Films. Son mis chamos que están en proceso de aprendizaje, hay adultos contemporáneos, entre otros. Obviamente yo cobro una mensualidad o algo semanal, a veces entran a mis proyectos u obtienen un impulso importante en las redes sociales. De ese cobro reúno y hago una película. Es como una tesis final de estos panas que trabajan conmigo. Eso es un impulso importante para ellos. Tienen un desarrollo a medida que pasan los meses, y luego voy escribiendo la película y los incluyo a ellos también, como lo hago con actores ya profesionales. Eso me ha llevado a mantenerme en la plataforma del cine y hacer tantas películas. Creo que hay que buscar herramientas, no solo las oportunidades.
—Cuando uno va al cine ve que se llenan las salas en que se exhiben las películas más comerciales, como Avatar o Wakanda. No pasa lo mismo con las cintas venezolanas. ¿Por qué seguir invirtiendo y apostando por el cine nacional?
—Creo que se trata de cumplir un sueño. Uno nunca pierde la esperanza. Gracias a Dios a Azotes en llamas le fue muy bien en las salas. Obviamente no logramos los números que queríamos, pero sí vi gente a la que le gustó la película. Luego eso fue decayendo. Estrenamos La toma y cuando íbamos a las salas había poca gente, y así. Entraba a ver películas de otros directores venezolanos y sucedía lo mismo, muy bajo. Hay personas que dicen que hay que educar al espectador, pero antes de eso deberíamos educarnos nosotros como cineastas. Yo estoy en varios grupos de chat de gremios del cine venezolano y si preguntas si vieron una película la respuesta es que nadie la vio. Primero debemos educarnos nosotros y luego educar al espectador. También pasa que hay espectadores que creen que todo nuestro cine es violento. Recientemente le respondí a un seguidor en Instagram que se preguntaba “hasta cuándo este tipo de cine”. Yo le dije que debe ser que no ha ido al cine, porque el cine venezolano está lleno de muchas historias. Tenemos terror, lo que se hace en los barrios, que es acción venezolana, no malandreo, como dice la gente. Es como decir John Wick o Rápido y Furioso: eso es acción de Hollywood y esto es acción venezolana. También tenemos películas de época, como las de Luis Alberto Lamata o las de Román Chalbaud. Tenemos que educarnos como cineastas y hacer una buena campaña para que la gente vaya a ver cine nacional. Nuestro cine también tiene mucho déficit. Le falta un power (presupuesto). Uno hace magia. A una película de 200.000 dólares todavía le falta para llegar al material que quieres llevar a la gran pantalla. Y sin embargo los inviertes y no los recuperas. Tampoco las puedes vender afuera, no sé qué pasa con las películas que no las aceptan. Yo tengo varias películas en plataformas internacionales y cuando pides que las metan en algún lado las tienen bloqueadas. Que vayan ellos con su problema. Esto es arte, ¿no? Es nacional, internacional, el cine venezolano, el europeo, todo debería tener entrada en cualquier país.
—Su cine tiene la etiqueta de violento pero cuenta con un público fiel. ¿Por qué seguir creando estas historias?
—Es que tú marcas un género. Cada director marca su camino. Hay diversas historias. Román Chalbaud hace películas de época, Luis Alberto Lamata hace películas de época. Mira a Alejandro Hidalgo, se enfocó en las películas de terror. Luis Carlos Hueck, el director de Papita, maní, tostón, va más hacia la comedia. Carlos Malavé va más al cine policial. José Ramón Novoa y Elia Schneider se dedicaban a realizar películas con este contenido, Sicario, Huelepega, El Don, Punto y raya. No es Jackson Gutiérrez nada más quien hace este tipo de películas, yo seguí el legado de José Ramón Novoa, que venía con la saga de Sicario, y vemos también La hora cero, una película de acción. Hay muchas personas que han hecho este tipo de cine. Yo, como director, viví en un barrio, estuve en el barrio, me meto en el barrio, conozco el barrio, y las películas pueden ser un poco más reales. Sé lo que siente la gente, es otro proceso, otro problema. Creo que el cine de acción, o el cine de malandros, de los sectores populares, como lo llama la gente, debe contarse. La gente se siente identificada. Cuando yo hago una película mis finales siempre tienen un cierre bonito, o cierran con la idea de que el mal nunca vence. No llevo un mensaje que muestre al malandro como el héroe. En mis películas no existen héroes malandros.
—¿Por qué cree que estas historias generan controversia?
—Yo creo que hay muchas personas que se sienten identificadas. Siempre he dicho que si te critico es porque veo algo en ti que tiene una persona que odio. Para mí, uno, o te sientes identificado con este tipo de películas o, dos, en algún momento de tu vida te pasó algo con lo que rodea la historia. De repente fuiste víctima de un robo, del hampa. O simplemente no es su tipo de cine. Las personas, cuando entran a la sala de cine, saben con qué se van a conseguir. Si ves una película mía expuesta en sala de cine sabes con qué te vas a conseguir. En mis tráiler sabes cuál es el hilo conductor de la película, en mis póster se sabe de qué se trata la película. Yo tengo la miniserie Azotes de barrio en YouTube, es muy popular internacionalmente, la ven en toda Venezuela y fuera del país, y al ver los comentarios hay personas que felicitan y otros que critican. Ya no me encargo de eso, entre ellos mismos se empiezan a responder.
—Desde su perspectiva como director: ¿qué le falta al cine venezolano para ser la industria de otros tiempos?
—Lo primero es que la gente vaya al cine. Obviamente hay una situación fuerte, porque no todo el mundo tiene para gastar 50 dólares en una noche. Hay personas que solo cuentan con un sueldo mínimo y otras que se rebuscan en la calle. Gastar 100 o 150 dólares al mes en el cine es fuerte para muchas personas. Creo que eso está pasando también. Creo que antes había más fluidez económica. No vamos a buscar hacer un cine popular porque no es la idea, pero sí que se mejoren un poco los precios, y que el cine pueda vender más. Siempre he dicho que es mejor abundancia que poco. Hay gente que no sabe que las películas venezolanas se mantienen solo dos semanas protegidas por la Ley de Cine. Son dos semanas nada más y, si hay fluidez y cumplimos con los números, sigue en cartelera. Pero si no se cumplen la película sale de las salas. ¿Qué pasa? Que vamos al cine, vemos en la cartelera Avatar y Papita, maní, tostón y decidimos ver Papita, maní, tostón la semana de arriba, cuando ya Papita no está disponible. A mí todavía me preguntan cuándo se estrena Azotes en llamas. No entiendo por qué hay un rechazo todavía a los cines, porque no es solo con las películas venezolanas, los números son bajos para todas las películas. Yo con Azotes en llamas hice mi recorrido en salas y llegué a ver más fluidez que en películas de Hollywood.
—¿Considera que ese tiempo es suficiente para las películas venezolanas? ¿O faltaría, quizás, más promoción?
—Yo creo que la promoción debería ser más intensa. A veces, como te digo, la gente todavía pregunta por las películas. Antes tú ponías una valla en plena vía pública, adornabas las estaciones del Metro. Con Complot tenía vallas en todos lados, cuando la gente ve esas vallas se interesa. Pero la promoción es cara. Eso a veces desbarata un poco el bolsillo, porque a veces gastas más de lo que invertiste en la película. Una valla en la vía pública te puede costar 5.000 dólares, no es fácil. Entonces 5.000 aquí, 2.000 allá, y cuando vienes a ver son 30.000 dólares solo en publicidad. Otra cosa que se necesita es hacer un cine totalmente público, como Papita, maní, tostón, creo que Hueck se la fumó con esa película. Ese tipo de cine, para todo público, también es importante en el país. Él apostó, estrenó y es la película venezolana más vista en el país.
—En un artículo reciente, el crítico Sergio Monsalve sugería el estreno de una película venezolana al mes, con una buena promoción. ¿Usted qué opina?
—Eso está bien. Lo que pasa es que nosotros hacemos muchas películas. Todo el mundo quiere hacer su película. Eso que dice Sergio Monsalve me parece fabuloso, estrenas una película y le das promoción un mes, incluso, un mes no, porque tú empiezas dos meses antes a promocionar. Para mí eso es importante, debería estar un mes en cartelera protegida por la Ley de Cine, pero ya esa ley está establecida, son dos semanas; gracias a Dios, si no una película saldría en dos o tres días por no cumplir. Pero un mes pienso que lograría algo positivo. Ahora, si estrenas una por mes ya dos meses antes estás haciéndole publicidad. Entonces todo se vuelve una locura para el espectador, porque siempre habrá publicidad, siempre habrá promoción. Aquí llegó un momento en que se estrenaba una película semanal. Con lo que pasó en pandemia, no todo el mundo pudo estrenar. Yo tuve dos películas retrasadas, y fue en 2022 que saqué todas las que tenía, las cuatro que estrenamos. Todos empezaron a estrenar en 2022 para estar más liberados en 2023.
—Por la migración la forma de hacer cine ha cambiado. Muchas películas venezolanas se realizan con financiamiento de distintos países, por ejemplo, El exorcismo de Dios o La Caja. ¿Por qué usted ha preferido mantenerse en Venezuela haciendo cine?
—Yo soy muy venezolano. Cada vez que me hacen esta pregunta doy la misma respuesta. Confío mucho en mi país, creo mucho en mi país. Hay gente que me dice enchufado porque sigo trabajando. Yo hago cine con mi propio dinero. Y si mañana viene el gobierno y me da una cantidad de dinero para hacer una película, la voy a hacer. Yo vivo en Venezuela y aquí tenemos alguien que gobierna, tenemos un gobierno y eso hay que respetarlo, hasta que dejen de mandar y listo. Eso se respeta. Soy venezolano, totalmente venezolano. Siempre veré las cosas bonitas de mi país. Admiro cada vez que ponen unas luces en las calles. Si veo un niño en la calle que logra un objetivo lo admiro. A un niño que vive en la calle busco ayudarlo, no criticarlo. Esa debe ser la esencia del venezolano.