El cine es una forma de arte y, al final, depende de la perspectiva de quien lo haga. Para la directora Patricia Ortega, el cine necesita más historias que desafíen el statu quo, la visión binaria del mundo y el concepto de normalidad. Quiere sembrar preguntas e incentivar el cuestionamiento sobre situaciones que no son tan visibles. Es así como en dos años realizó, junto con su equipo, Yo Imposible (2018), su segundo largometraje y el más galardonado en el XV Festival de Cine Venezolano, que se celebró recientemente en Caracas. Obtuvo seis premios.
Ariel (Lucía Bedoya) siempre ha cumplido los lineamientos sociales al pie de la letra. La definen la buena actitud, la rectitud y la cordialidad, valores que desde pequeña su mamá, Dolores (María Elena Duque), se ha empeñado en transmitirle. Es la empleada del mes de la empresa de costura en la que trabaja. De ella se espera constantemente un excelente comportamiento por el desempeño de su madre, que yace ausente en un hospital debido a un cáncer. No obstante, continúa dándole indicaciones: “Tienes que formar una familia. Una mujer sin un hombre es un ser incompleto”.
Después de su primer encuentro sexual –doloroso, no placentero y traumático–, las dudas salen a flote. Quién es y qué sucede con su cuerpo son las preguntas que la llevarán a mirarse desde lo más íntimo; cuestiona el mundo que la rodea, acostumbrado a señalar y etiquetar, para asimilar su condición de nacimiento: intersexual, el secreto mejor guardado de su madre, quien, además, la sometió a una intervención quirúrgica para que fuera mujer.
El estilizado tratamiento visual y el efectivo manejo dramático de ese complejo universo, de acuerdo con el jurado, le concedió a Ortega el reconocimiento a la Mejor Dirección y, junto con Emmanuel Chávez, el premio a Mejor Guion por estar “narrada con gran precisión y sensibilidad y alto sentido de lo cinematográfico”. Mejor Actriz a Lucía Bedoya (Ariel), Mejor Actriz de Reparto a María Elena Duque (Dolores), Música y Casting, son las otras categorías en las que fue premiada.
La escritura del guion se concretó en un año, gracias a los nexos cercanos que tiene con la comunidad queer –de la que Ortega es parte–, que le permitió conocer y conversar con personas con la condición. “Sus experiencias negativas al enfrentarse a la visión ortodoxa de la medicina y el pensamiento sesgado de sus familias que, movidas por el miedo y la desinformación, autorizaron procedimientos quirúrgicos innecesarios en sus cuerpos, fue lo que me motivó a contar una historia íntima sobre el derecho que todos tenemos de decidir sobre nuestros cuerpos más allá de lo binario”, explicó la directora de 40 años de edad.
Yo, Imposible es una coproducción entre Venezuela y Colombia realizada por Mandragora Films y Antorcha Films. Ha participado en 19 festivales internacionales desde 2018 y tiene prevista su proyección en otros 6 durante los próximos meses. Ganó el Premio del Público en Amsterdam LGBT Film Festival y en Reflets du cinéma ibérique et latino-américain. Aún no tiene fecha de estreno en Venezuela.
Los fondos para la película se consiguieron de concurso en concurso. El Centro Nacional Autónomo de Cinematografía, CNAC, hizo un aporte para su realización. El encuentro de productores del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias y el Women Finishing Film Fund 2017 costearon la posproducción de la obra. Sin embargo, para Ortega el panorama audiovisual actualmente es desgarrador.
Desde 2016 el CNAC redujo drásticamente el otorgamiento de recursos. “Toca buscar socios financieros internacionales y venderles el mayor porcentaje. Filmar en otras latitudes o permanecer a duras penas como minoritarios (…) La falta de fondos está mermando el desarrollo de la industria en Venezuela. Mientras menos posibilidades de garantizar los recursos básicos para la difusión, formación, producción y archivo, mayor será la necesidad de centralizar y buscar socios financieros de otras partes del mundo. Y los socios que aportan recursos afectan directamente el contenido, el género, el idioma. No en vano la mayoría de nuestro talento está fuera trabajando, y los otros están a punto de partir. Quienes se quedan tienen los recursos para soportar esta dura crisis o deben subsistir en condiciones desfavorables”, destacó Ortega.
Pese a que la lleve lejos de Venezuela, la directora está dispuesta a buscar un camino que haga posible su nuevo proyecto, Mamacruz, que también desafía el statu quo: tras la migración de su hija, una abuela tradicional debe aprender a usar Internet. Un encuentro casual con la pornografía la sumerge en un universo de fantasías y juegos eróticos. Lo que comienza como una travesura, se convierte en una profunda reflexión que cambiará por completo su vida.