Hubert Scheibl es un artista austríaco nacido en 1952. Estudió en la Academia de Bellas Artes de Viena de 1976 a 1981, contando con profesores de la estatura de Max Weiler y Arnulf Rainer. Poco después de graduarse, formó parte del grupo de artistas alemanes y austríacos, llamado Neue Wilden (Nuevas Fieras), quienes protagonizaron un «renacimiento» de la pintura en oposición al Minimalismo, Conceptualismo, así como algunas posturas ya legitimadas dentro del neo-expresionismo europeo. Las pinturas de las Nuevas Fieras eran mayormente de grandes formatos y vibrantes colores, en contraposición a las obras de los neoexpresionistas alemanes, como George Baselitzo Anselm Kiefer, en cuyas obras predominaban las tonalidades más carnales, desgarradoras y viscerales.
Comenzó a darse a conocer internacionalmente a partir de su participación en la Bienal de Sao Paulo de 1985. Las obras de Scheibl por aquellos años, y hasta la década de los 1990, tenían una marcada tendencia a lo monocromático. Sin embargo, más recientemente su obra ha cambiado hacia una producción llena de colorido y vitalidad, con inspiración en elementos de la naturaleza. Tales elementos, como la naturaleza misma, expresan a la misma vez perfección e imperfección, caos y orden universal, simetría y asimetría…
La manera de abordar y experimentar con la abstracción expresiva, tan libre y lejana al desarrollo de la abstracción geométrica, constituye también una sección en mi colección, contando con diversos artistas latinoamericanos como Sarah Grilo, Alberto Greco o Eduardo Stupía, americanos como Rashid Johnson, o asiáticos como Qin Feng. En este conjunto me pareció que encajaba, por su original aproximación a la abstracción, la obra de Scheibl, con cuya adquisición le doy continuidad a esta experiencia tan personal de la búsqueda y el hallazgo que entraña ser coleccionista.
Su pieza No ginger k, de 2006, es un interesante ejemplo de lo anterior. Es una composición palpitante y luminosa, en la cual la pintura fue aplicada a modo de manchas, rayas, difuminaciones y simples garabatos. No se trata de una obra completamente abstracta, sin embargo, pues se aprecian vestigios de figuras humanas hacia el centro e izquierda, y hacia la zona inferior de la obra. Sobre el papel creó un ambiente sugestivo, podría decirse que alegre o vivaz, que provoca satisfacción a la vista, y una suerte de sentimiento de fuerza. Esto probablemente está relacionado con el dinamismo de las líneas verticales negras, que dan idea de crecimiento físico y elevación espiritual, así como de refinamiento emocional y fuerza ascendente. Sin embargo, las manchas de colores, en combinaciones de marrones, azules y amarillos, resumen los colores principales del mundo natural, y por tanto tienen un vínculo con la vida misma en el plano conceptual.
El cuadro es luminoso, sensual en la provocación a los sentidos y en ese aspecto recuerda a las acuarelas de Wassily Kandinsky, llenas de notaciones musicales y pulsiones emocionales y psicológicas. Tal como las obras abstractas del artista ruso, las de Scheibl parten de un estado de auge emocional, y tienen como razón de ser el generar en el espectador estados de ánimo, comunicarse con esa sensibilidad individual, con el equipaje psicológico al generar introspección, contemplación y deleite.
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