ENTRETENIMIENTO

Hijos de la tierra, una metáfora del país de ayer y hoy

por Avatar Isaac González Mendoza (@IsaacGMendoza)

Hijos de la tierra, la última película de Jacobo Penzo, quien falleció en 2020, es un filme lleno de metáforas y sugerencias sobre la Venezuela del pasado y el presente. Ambientada entre 1921 y 1922, durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, cuenta, con un reparto coral, cómo la fiebre del petróleo cambió drásticamente la vida en el país, tanto para campesinos y pescadores como para quienes detentaban el poder.

Desde el inicio, con la imagen de las barriadas caraqueñas reflejadas en los ventanales de un enorme edificio, Hijos de la tierra se refiere a las ilusiones de una sociedad moderna que generó el petróleo y sus consecuencias, como los conflictos entre campesinos o la codicia incontrolable de poderosos en Venezuela y el extranjero.

El filme transcurre en distintas localidades —Los Andes, Falcón, Margarita, Maracay, Nueva York— y presenta diversos personajes, desde la persona más pobre hasta los ambiciosos que se acercan al poder para beneficio propio. Mientras en Los Andes Benito (Carlos Carrero), un trabajador de la tierra, se rebela con sus compañeros contra el terrateniente para irse a Cabimas pensando en una mejor vida gracias al petróleo, en la alta sociedad se realiza una fiesta repleta de excesos que da cuenta de los contrastes que caracterizan al país.

En las sombras, Antonio Carrillo (Daniel Alvarado), una suerte de testaferro, busca la manera de garantizarle una concesión a la Royal Petroleum de Reino Unido, en competencia con Joe Rayder (Pedro Medina), un estadounidense que viaja a Venezuela desde Nueva York con el fin de ganarse la confianza de Gómez (Rafael Gil) para que le permita extraer petróleo en Cabimas para la New Jersey Petroleum Company.

El Gómez que presenta Penzo en Hijos de la tierra no es el típico dictador paranoico de verbo autoritario. Por el contrario, se le muestra como un hombre tranquilo, hasta sonriente y familiar, que tiene un control absoluto del país desde su hacienda en Maracay.

Se ve entonces al dictador disfrutando en el cine de la película clásica Nosferatu, dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau; haciendo morisquetas en un espejo o conversando cariñosamente con su nieto. Penzo deconstruye la figura del militar para bajarlo del pedestal, sin que se deje de reflejar su crueldad con quienes se oponían a él: hay una escena en la que se tortura a un preso y otra en la que un conspirador es reducido con mano dura.

Estrenada el año pasado en salas nacionales, Hijos de la tierra, que se proyectó en el Festival del Cine Venezolano, donde ganó los premios al Mejor Vestuario y Mejor Dirección de Arte, transita un período que cierra con el reventón del pozo Barroso II, el cual reveló el potencial petrolero de Venezuela y es un símbolo de todos los cambios sociales y políticos que el director quiso plasmar en la cinta.

«Jacobo nos pinta el mundo político del país que no ha cambiado, siguen siendo iguales los intereses. Los que vean la película van a darse cuenta de que arranca en unos ranchos y termina en unos ranchos, con un discurso muy fuerte sobre las intenciones de llenar el país de escuelas, acueductos y puentes por medio de la explotación petrolera», explicó Sergio Curiel, montajista y productor de Hijos de la tierra, que además de ser el último largometraje de Jacobo Penzo tuvo entre sus participantes a dos figuras de la cultura venezolana fallecidas recientemente: Daniel Alvarado encabezando el reparto y Diego Rísquez en la dirección de arte.

«Es interesante la visión de Jacobo porque a quién se le ocurre que iba a venir una industria petrolera a hacerte el país. Resulta que el país se hizo con la industria petrolera. Con la industria petrolera vinieron las primeras escuelas técnicas para soldar, para hacer industria (…) De alguna manera el petróleo agrupó el país», agregó el productor.

Tras la repentina muerte de Penzo, fue un proceso complejo retomar su película, cuenta Curiel, quien se comunicó con la familia del cineasta para hacerles saber que el filme estaba en su computadora y preguntarles si querían llevarlo adelante. «Armamos un equipo y sacamos la película. Hablamos con el CNAC (Centro Nacional Autónomo de Cinematografía). No fue nada fácil, pero logramos conseguir los recursos que hacían falta para pagar ciertas deudas o terminar algunas cosas pequeñas».

De los efectos digitales se hizo cargo la Villa del Cine, una parte esencial tomando en cuenta la complejidad visual de Hijos de la tierra, y luego vino la promoción, que estuvo en manos de la Magia del cine. «Esa película estuvo posicionada internacionalmente después de El exorcismo de Dios», afirmó el montajista.

«Para mí fue un gran privilegio hacer esto. A Jacobo lo llevamos a todos lados. Lo llevamos a Mérida. Y como es una película coral, tomamos la decisión de que los embajadores de la cinta fueran los actores y técnicos que trabajaron en ella. La película la presentó todo su staff artístico y técnico», expresó.

Consideró que Hijos de la tierra no es un filme comercial sino que, en unos años, se convertirá en una obra de culto para los venezolanos que quieran acercarse a la etapa que aborda. «En unos 10 años la película va a ser una referencia. Porque es la única que habla de esto. No es una película que busca ser comercial, sino que cuenta algo que se necesitaba contar».

Penzo, señaló Curiel, consideraba que Hijos de la tierra era su película más importante, en un país que, siendo petrolero, hay escasa literatura y cine sobre el tema. «Es un país petrolero donde hay cuatro libros nada más sobre el petróleo, novelas, películas sobre el petróleo habrá seis u ocho, de las cuales cuatro son de Jacobo. Están El escándalo y La hora Texaco de (Carlos) Oteyza. Varios puntos de vista, pero poco para ser un país petrolero».

En cuanto al Gómez que planteó el director, el productor explicó que no se quiso crear el dictador malo o la figura mítica, sino mostrarlo como una persona fuerte que busca sobrevivir, igual que ocurre con los ministros del militar que aparecen en el filme. «Es un Gómez que representa el poder político pero visto desde lo humano. Jacobo se cuidaba mucho al escribir los personajes. Eso de que los gringos son malos o los dictadores son malos, no, nada que ver, ahí todo el mundo tiene lo suyo desde el punto de vista humano, de lo maquiavélico, la necesidad del amor… son personajes reales», aseguró.

Ese mismo Gómez, tal como lo presenta Penzo, es quien maneja los hilos para controlar los negocios de los estadounidenses y de cada uno de los movimientos que ocurren en el país. «Todos trabajan en función de Gómez, eso está bien descrito en la película. Jacobo lo presenta cómodo en su hacienda, y esa tranquilidad se ve interrumpida por la corrupción representada en una gran fiesta donde la gente bebe y se excede. Pasan muchas cosas en esa fiesta, como en el país».

«Así como Román Chalbaud y José Ignacio Cabrujas tuvieron el atino de convertir El pez que fuma en el país, Jacobo hizo lo propio con la fiesta de Hijos de la tierra», dijo el productor.