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Hacerse un nombre: repaso a la obra de Sarah Grilo

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Sarah Grilo (1919-2007) fue una pintora argentina, nacida en Buenos Aires en 1919. Su formación fue originalmente empírica, motivada por su buena mano y su instinto natural para la creación. Sin embargo, hacia 1944 entró a estudiar en el taller del reconocido artista catalán Vicente Puig[1], acontecimiento que marcó su vida: por una parte, adquirió una formación pictórica sólida, y por otra parte allí conoció a José Antonio Fernández-Muro, nacido en España, pero radicado desde 1937 en su ciudad.

En 1952 formó parte del llamado Grupo de Artistas Modernos de la Argentina, aunado alrededor de la figura del intelectual Aldo Pellegrini, poeta y crítico de arte. En el grupo, Grilo compartió con nombres imprescindibles en el arte concreto argentino y latinoamericano, como Enio Iommi, Tomás Maldonado, Lidy Prati, Alfredo Hlito y el propio Fernández-Muro. Por aquellos primeros años de 1950 su obra era figurativa, de fuerte influencia cubista, y ya para el final de la década se volvió mucho más lírica.

En el año 1962 su carrera experimentó un suceso parteaguas, al recibir la prestigiosa beca[2] de la Fundación Guggenheim en New York. A partir de ese momento, se asentó con su esposo e hijos en la ciudad, hasta el final de la década. Este período fue muy importante en su carrera, pues pautó su cambio de la figuración al cultivo del arte abstracto geométrico. Posteriormente, motivada por el arte callejero y la energía del graffiti, desarrolló un lenguaje propio dentro del expresionismo abstracto, fusionando métodos como el goteo o las superficies coloridas de la pintura de acción (que tuviera una fuerza preponderante en los Estados Unidos en la década anterior), con símbolos, escrituras, garabatos… La savia pop neoyorquina la nutrió en la superación y enriquecimiento de este lenguaje, que influiría notablemente en artistas como Alberto Greco[3], y posteriormente Jean-Michel Basquiat. En el caso de Greco, está documentado el estado de fascinación que experimentó cuando conoció la obra informalista de Grilo en un viaje que hizo a New York, cambiando radicalmente su propia obra a partir de entonces. Solo la solidez de su poética, su tenacidad y su temperamento pudieron, aún siendo mujer, hacerle un nombre en el mundo del arte de vanguardia, machista y discriminatorio de la época.

En el año 1970 Grilo dejó New York para establecerse en España, donde permanecería, a excepción de algunas temporadas intercaladas en París, hasta el final de su vida. Allí pintó su obra Otra vez, de 1971: se aprecia el pleno control de la cualidad emocional evidente en el lienzo. La técnica usada en esta obra demuestra su versatilidad, al aplicar la pintura en parte con brocha, para un efecto más vital y enérgico y con cuchillo de paleta para lograr empastes y texturas. Además de los números, caligrafías manuscritas y/o mecanográficas, palabras aisladas que aparentan ser mensajes cifrados, sugerentes y de contenido poético. El cuadro es una mixtura entre una pared con graffiti en una calle cualquiera y una pieza depurada de una galería. La idea de filosofía popular devenida lenguaje estético, expresivo y controversial.

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[1]Vicente Puig, de hecho, fue muy significativo para muchos artistas bonaerenses de la época.

[2] Guggenheim Fellowship for Creative Arts, Latin America & Caribbean.

[3] Para más información, pueden consultar mi reseña sobre Alberto Greco, publicada recientemente aquí en mi columna https://bitlysdowssl-aws.com/entretenimiento/alberto-greco-loco-por-principio/

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