Muchos días pensó en tirar la toalla. Guillermo García, migrante, con una familia que mantener, se le hacía cada vez más cuesta arriba dedicarse a la actuación en Los Ángeles, una ciudad tan competitiva para quienes se dedican a la interpretación. Había pasado mucho tiempo buscando una oportunidad. Hasta que un buen amigo, el actor colombiano Juan Pablo Raba, llegó con una sugerencia. Desde hace una semana se transmite en las cadenas FX y HBO la tercera temporada de la serie Mayans M.C. A los 39 años de edad el barquisimetano llegó a Hollywood.
La producción es un drama centrado en el mundo del motociclismo, un spin-off de Hijos de la anarquía, que se estrenó en 2008. También participa su esposa, la actriz venezolana Carla Baratta. García interpreta al Banquero, un villano que busca vengarse de Miguel Galindo (el antagonista de las primeras temporadas) y robarle territorios para hacerse con sus negocios ilícitos. También formará parte de la cuarta temporada, que comenzará a grabarse a finales de este año.
La propuesta llegó en medio de la pandemia, época que le ha enseñado a ser más humilde. Un tiempo, también, en el que ha podido disfrutar del crecimiento de su hijo Diego, de 20 meses.
«La pandemia ha sido una lección de humildad para los que no hacemos ningún tipo de trabajo esencial. Siento que a veces el público le da mucha atención a los artistas, y la pandemia nos ha enseñado a ser más grandes con muchas personas que sí son esenciales. He aprendido a ser un poco más humilde y a entender que hay personas que merecen ganar un buen salario. Y me permitió, sobre todo, no perderme ni un segundo de mi hijo», resalta.
Pero el proceso de aprendizaje había comenzado antes, cuando en su condición de migrante Guillermo García tuvo muchos trabajos para sobrevivir en Los Ángeles. Fue taxista, repartidor de comida, trabajó en una pizzería y en varios restaurantes. Y, aunque lo hizo con orgullo, asegura que no era feliz.
«La primera lección que me dejó ser repartidor de comida es que pagan muy mal. Como Uber, fui un buen taxista. Me fue superbien, tenía 4.96 en la puntuación. La gente dejaba en los comentarios que había tenido una buena conversación. Como hago comedia, probaba mis chistes con los pasajeros. Pero te engañaría si te digo que fui feliz. Hubo días en los que estuve muy triste porque lo que quería era actuar».
No fue un camino fácil, su ego se resintió. Después de una exitosa carrera en Venezuela en la que participó en telenovelas como Camaleona, Guayoyo express y La mujer perfecta, empezar desde cero en otra ciudad, con la responsabilidad de una familia, no era una tarea sencilla. Hubo días de mucho cansancio y frustración.
«Una vez estaba trabajando de madrugada en la pizzería y estaba en mi break en el estacionamiento, pensando, con la mirada perdida de lo agotado que estaba. Y me llaman para decirme que unas venezolanas fueron expresamente para tomarse una foto conmigo. Yo tenía la camisa hecha nada de trabajar todo el día, e igual me tomé la foto lleno de harina. La gente me empezó a preguntar quién era yo. Fue una experiencia. Lo que sí te puedo decir es que comía pizza todos los días».
Mientras ganaba dinero para sobrevivir, intentaba obtener una oportunidad en Hollywood. En sus trabajos eran comprensivos y le facilitaban asistir a los castings. En su afán para mantenerse en la industria del entretenimiento, hizo otros trabajos que no le gustaban. Ya en Caracas había hecho doblaje para canales como Cartoon Network. Así que decidió intentarlo, pero la experiencia en Estados Unidos fue totalmente distinta.
«Si no podía hacer televisión, hacía comerciales; y si no se podía comerciales, hacía doblaje. Y, de hecho, con el doblaje en Venezuela he grabado cosas muy interesantes y personajes que amé. Aquí he grabado unos shows que son cualquier cosa, grabé la voz en una telenovela muy mala. Hice un show en el que grabé la voz de un papá, de un polícia y de un malandro. Un día hacía al papá, al otro día al policía y otro al malandro. Y hasta en una misma escena. Fue horrible. Lo hice hasta hace poco y dije que ya no, porque yo había trabajado en proyectos exitosos en el área».
En Caracas no solo grabó voces. Fue una producción que se desarrolló en Venezuela con la que alcanzó reconocimiento internacional. Azul y no tan rosa fue un proyecto que marcó su carrera. El filme de Miguel Ferrari ganó el Goya como Mejor Película Iberoamericana en 2013. «El de Azul y no tan rosa es de los personajes que más agradeceré en mi vida. Una vez estaba en un foro y un chico venía con una maleta, se acercó y nos dijo: ‘Vengo de Valera a Caracas a agradecerles porque mi mamá tenía siete años que no me abrazaba, y después de la película me abrazó’. Ese es el nivel de la película. Creo que también nos enseñó a apostar más por nuestro talento y que Venezuela se puede ver hermosa, porque Venezuela es hermosa dentro de tantas dificultades y desastre. Si realmente se presta atención, nuestro país es hermoso».
A pesar de que fue feliz en su país, también reconoce que los venezolanos padecen una crisis sin precedentes. Para Guillermo García ha sido muy difícil estar en una nación, Estados Unidos, donde lo tiene todo, y pensar en su familia en Venezuela, que vive con carencias. Pero a pesar de ello no deja de hablarle a su hijo del país del que viene, queriendo que crezca como venezolano.
«Siempre voy a Venezuela. Toda mi familia está en Barquisimeto y la familia de mi esposa en San Cristóbal. Nosotros hacemos ese viaje siempre. Y lo seguiremos haciendo porque quiero que mi hijo crezca venezolano. Nosotros le ponemos música venezolana, le hacemos arepas, empanadas. Lo más difícil es estar cerca de cosas que tu familia necesita y no poder dárselas. Tener cualquier cosa, agua, fórmula de bebé, gas, y no poder dárselo a mi familia en Venezuela».
Hay muchas cosas que le reprocha al régimen de Nicolás Maduro. Recuerda que sus comentarios políticos contra él le trajeron problemas. No perdona, hoy, que se impida la entrada de las vacunas contra el covid-19 del sistema Covax. Esto, luego de que Delcy Rodríguez, vicepresidenta de Maduro, informara que no se permitirá el ingreso del suero de AstraZeneca, que es el medicamento que el mecanismo había destinado para Venezuela. «Que el régimen tenga la misma actitud que cuando la tragedia de Vargas (…) no permite tener ningún tipo de compasión con ellos».
Le duele, le toca muy particularmente la situación que viven sus compatriotas migrantes. No se merecen el trato que les están dando en otras naciones, dice. Y recuerda al país como un gran receptor de migrantes que hicieron vida y lograron estabilidad en Venezuela. Mantiene viva la esperanza en que esa condición volverá y él regresará. Uno de sus grandes anhelos es vivir otra vez en su tierra. ”Los venezolanos no nos merecemos el trato que no están dando afuera, exceptuando a algunos países. A donde quiera que voy, llevo la frente en alto de que mi país le abrió las puertas al mundo entero».
Su esposa y su hijo han sido su gran apoyo en ese proceso de comenzar desde cero y tratar de volver a vivir de la actuación. También reconoce la compañía a distancia de su madre, quien no perdía la oportunidad de animarlo a no abandonar sus sueños. Guillermo García le agradece muy especialmente al actor colombiano Juan Pablo Raba, quien en uno de los momentos más difíciles de su vida fue el amigo que estuvo allí para ayudarlo.
«Lo había visto dos veces. Pero cuando llegué aquí lo llamé. Me dijo que Los Ángeles era muy difícil y que estaba para lo que necesitara. Comenzamos a conversar mucho. En un momento yo tenía una agente, pero pasó un año y medio y me dijo que tenía que soltarme. No tenía carro, no tenía nada y el trabajo en el que estaba era horrible. Estaba en una parada de autobús, llamé a varios amigos y fue imposible tener una reunión con ellos. Le escribí a Juan Pablo y le conté lo que me estaba pasando, y fue la única persona que me dijo: ‘Guille, creo que puedes escribirle a esta persona, tengo una intuición de que se la van a llevar bien’. Así fue. Le estaré eternamente agradecido».
Después de experiencias dolorosas, frustrantes, de superar miedos hoy se enfoca en ser feliz e intentar vivir de la actuación. Entendió que todo llega justo a tiempo y que todo pasa. Y aprendió a ponerle buena cara al mal tiempo. «Uno pasa toda la vida intentando ser importante, relevante, un artista grande, próspero, millonario. Y yo aprendo mucho de la gente que simplemente decide ser feliz. El balance que puedo hacer, en este año que cumplo 40, es que estoy tratando de tomar ese camino de ser feliz. Hoy trabajo en un buen proyecto, quizá dentro de un año me toque ser taxista de nuevo. Hay que tener siempre los pies en la tierra».
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