Nombrado recientemente por el gobierno francés con la distinción Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, el catedrático venezolano Gustavo Guerrero se desempeña desde 1986 como consejero literario para la lengua española de la casa editorial Gallimard, en París, donde ha desarrollado su carrera como crítico literario, ensayista y profesor universitario.
Desde Europa ha logrado mirar de manera más amplia el panorama de la literatura latinoamericana y, gracias a su experiencia, tuvo una notable participación durante la Feria Internacional del Libro de Bogotá.
El viernes comenzó su participación en el evento literario de la capital colombiana; durante cuatro días consecutivos compartió con colegas y lectores en conferencias, encuentros y conversatorios referentes a la literatura latinoamericana.
—¿Cuál ha sido su itinerario durante la Feria del Libro de Bogotá?
—Tengo en una agenda bastante cargada. El viernes ofrecí una conferencia sobre la evolución de la lectura entre los siglos XX y XXI en el marco del Congreso Nacional de la Lectura. Ese mismo viernes participé en un conversatorio con Juan David Correa sobre tránsitos literarios en Latinoamérica a propósito de mi último libro, Paisajes en movimiento, literatura y cambio cultural entre dos siglos (2018), que salió en Buenos Aires con Eterna Cadencia. Estuve en una mesa con Eduardo Rabasa, de la editorial Sexto Piso, sobre lectura y edición; y el domingo participé en las jornadas profesionales de la Filbo. Mi participación termina hoy con una conferencia sobre la traducción y la edición de la literatura latinoamericana en Francia, junto a mi colega y amiga Luz Marina Rivas, en el Instituto Caro y Cuervo.
—Con motivo al conversatorio en el que participó junto a Juan David Correa, ¿qué cambios importantes ha sufrido la literatura venezolana en los últimos años?
—En realidad, hablamos con Juan David Correa más bien a un nivel latinoamericano. Conversamos sobre el presentismo y la preocupación por el presente en la literatura actual, sobre las distopías, sobre la emergencia de la narrativa escrita por una nueva y brillante generación de mujeres, sobre el mercado y el papel de la edición independiente, sobre los nuevos géneros transmediales y transgeneracionales, en fin, sobre muchos de los temas que toco en el libro Paisajes en movimiento, literatura y cambio cultural entre dos siglos y también otros que se han agregado luego.
—Desde su posición como editor en Europa, ¿cuál es la característica principal de la literatura venezolana contemporánea?
—Creo que Carlos Sandoval sería probablemente la persona más adecuada para contestar a esa pregunta porque nadie conoce hoy la literatura venezolana como él, que está allí en Caracas y es además editor, crítico y profesor universitario. Desde el mirador que me da mi posición como editor en Europa, creo que una de las corrientes más fecundas de nuestra literatura actual es la que trata de dar cuenta del colapso del país e intenta explorar nuestro imaginario en pos de las claves de nuestra tragedia política, social y humana. Mencionaría tres novelas que forman parte del catálogo de Gallimard y de otras importantes editoriales en Europa y Estados Unidos: Patria o muerte de Alberto Barrera Tyzska, The Night de Rodrigo Blanco Calderón y La hija de la española de Karina Sainz-Borgo.
—¿Cree que a los autores venezolanos contemporáneos se les da la importancia que merecen en el ámbito literario?
—La pregunta es dónde. Las tres novelas que he citado han tenido una recepción internacional envidiable: Patria o muerte fue premio Tusquets en 2016, The Night está actualmente en la short-list de la Bienal Vargas Llosa y la novela de Karina Sainz-Borgo, que está recibiendo unas críticas fantásticas, se va a publicar en más de 20 idiomas y ha sido un acontecimiento en Frankfurt como no se veía desde hace muchos años. O sea que sí creo que se les está dando la importancia que merecen en el ámbito internacional. Lo que no sé es si en la propia Venezuela se les estará reconociendo igualmente porque entiendo que sus libros no circulan en el país.
—Muchos escritores venezolanos han tenido que emigrar y ser editados en el exterior. ¿Qué pasa con los que se quedan en Venezuela? ¿Considera que dentro del país se está haciendo literatura?
—Creo que fui uno de los primeros en hablar de la diáspora literaria venezolana en este mismo periódico, hace unos 10 años, en una entrevista con Michelle Roche. Por entonces era un fenómeno tímido, ahora es amplísimo y doloroso. La escuela del extranjero es ruda e inclemente en estos tiempos de xenofobia y persecución de los migrantes. Todos los que se han ido no necesariamente podrán seguir escribiendo y publicando. Tampoco los que se han quedado. De ahí la importancia de que los lazos entre unos y otros no se deshagan. Mantener la cohesión del campo literario y cultural venezolano entre los que están adentro y los que están afuera es quizás la mejor manera de alimentar los horizontes de creación de unos y otros. Porque si una de las preocupaciones principales de muchos y muy buenos escritores que se han quedado en Venezuela es encontrar la posibilidad de publicar sus libros en el exterior, para los que están en la diáspora el problema es no perder a sus lectores venezolanos dentro del país.
—En el mundo literario, ¿cuáles serán los aportes más importantes que le dejará a usted la Feria Internacional del Libro de Bogotá?
—Muchos encuentros y conversaciones con escritores, editores y amigos, una actualización del panorama literario latinoamericano y la posibilidad de ver reunidas, en el mismo escenario, a cuatro admirables escritoras que forman parte de la renovación de nuestra narrativa última y que he incorporado recientemente al catálogo de Gallimard. Me refiero a Samanta Schweblin, María Gainza, Karina Sainz-Borgo y Mónica Ojeda. Será un gran momento verlas juntas. No sé si va a repetir.