Para cualquier artista latinoamericana, tocar su propio repertorio en el Carnegie Hall de Nueva York sería la culminación de una carrera. Para la pianista Gabriela Montero, el histórico recital del pasado 30 de julio fue una etapa más de su cruzada contra la dictadura en Venezuela, de la que ella tampoco parece salir ilesa. Sirvió, además, para que conociéramos a Dora Perelmann (con doble “n”), una casi anónima pianista rusa que, confirmó el departamento de prensa del auditorio neoyorquino, tocó una composición suya allí el 29 de marzo de 1960, lo que la hermanaría con Montero casi seis décadas después.
Cuando contestó esta entrevista, Montero estaba ensayando para su intervención en el Festival de Gstaad en Suiza. El próximo miércoles tocará a dos pianos junto al también ruso Igor Levit en Rheingau (Alemania). “Además, tengo una sorpresa muy especial con tres músicos venezolanos y uno de República Dominicana, que anunciaré próximamente. En septiembre, sale mi nuevo disco con mi Concierto Latino y el Concierto en Sol Mayor de Ravel. No descansaré hasta diciembre, y 2020 será una locura”, hace una pequeña pausa antes de que vuelva a caer el chaparrón de su animal político. El que es inseparable de todo ser humano en sociedad, martille un clavo, batee una pelota o toque un piano.
—Ha sido una de nuestras artistas más activas por la causa de la democracia venezolana en el extranjero. ¿Qué le da fuerza para seguir?
—Me da fuerza el amor que siento por mi gente, el apoyo y cariño que siento de los venezolanos y la certeza de que este capítulo negro y nefasto de nuestra historia no va a durar para siempre. Confieso que no es fácil enfrentarse al mal. No es fácil exponerse a los ataques, los bloqueos y las calumnias de ese enemigo que no tiene alma, parámetros ni interés por el bienestar de toda una nación. Hacen y dicen lo que sea con tal de mantener su impunidad. En esta crítica incluyo tanto al chavismo como a los cómplices. Los poderosos corruptos dentro de nuestro mundo musical venezolano que hace metástasis por el mundo. No es sencillo. Hay muchas capas y niveles de los que no puedo hablar. Nuestra gente sufre por la avaricia, la banalidad y la corrupción. A los corruptos solo les importa mantenerse en el poder, sacar ventaja y aprovecharse del quítate tú pa’ ponerme yo. Son indiferentes a las vidas de los más vulnerables. Quiero decir, enfáticamente, que nuestro país no cambiará hasta que no se viva una absoluta limpieza ética y moral. Un verdadero cuestionamiento de quiénes somos, cuáles son nuestros valores y cómo permitimos que se entregase nuestro país a las mafias nacionales e internacionales.
—¿Es posible separar el arte de la política, en el momento en que se convierte solamente en creadora e intérprete?
—No. El que dice que es apolítico pretende distanciarse porque no le conviene tomar posición. Cuando adoptas una posición, automáticamente creas un adversario y tienes que lidiar con las consecuencias. Todos los seres humanos tenemos una posición y una opinión en cuanto a la política. La política es lo que más afecta y define nuestras vidas. Las leyes. La economía. Nuestras libertades. Nuestro presente y el futuro de nuestros hijos. Los venezolanos sufrimos los resultados de décadas de políticas corruptas, pero sobre todo, la tragedia de estos últimos 20 años en manos de las narcomafias, los cubanos, los rusos y todos quienes se lucraron de una bonanza económica nunca antes vista en nuestro país. Yo soy pianista y compositora, pero antes que nada soy venezolana, y he sacrificado mi carrera y mi bienestar para hacerle frente a quienes han destruido a mi país y creado el mayor colapso y sufrimiento de una nación en la historia de Latinoamérica. Primero soy un ser humano. O abogas por el bien, o lo haces por el mal. No me interesan las excusas.
—¿En algún momento ha temido que la firmeza de su postura política le lleve a un punto en el que pierda la capacidad de perdonar y comprender?
—Los venezolanos tenemos todo el derecho a exigir justicia por nuestros muertos, asesinados, exiliados, enfermos, expropiados y torturados. Tenemos todo el derecho a exigir que quienes robaron, mataron, mintieron y violaron nuestro patrimonio y ecología sean juzgados por la justicia internacional y paguen el precio por el monumental daño que le han hecho a nuestro país y a generaciones y familias que lo han perdido todo. La justicia es necesaria e indispensable para realmente crear una nueva Venezuela. Es lo que quiero y lo que desea la gran mayoría de los venezolanos.
—¿Cómo resumiría sus sensaciones en el Carnegie Hall?
—Fue muy significativo para mí alzar nuestra bandera en el Carnegie Hall sin patrocinio del régimen y como némesis de la narcomafia. Representando a esa masa gigante libertaria y de bondad venezolana regada por el mundo que me acompañó esa noche. Llegué a este gran momento a pesar del régimen y a pesar del lobby en mi contra por parte de la directiva del Sistema. Ya no hace falta nombrarlos. Es importante que se entienda que, en el mundo de la música clásica, hablar internacionalmente en contra de lo que todavía se percibe como “la izquierda” de nuestro país, o criticar lo criticable del Sistema, no ha sido de ningún beneficio para mí. Mi mundo clásico no quiere saber sobre política. No es así en el pop, el rock, el jazz, el rap, etc. En esos medios artísticos, la música y el comentario sociopolítico siempre han sido parte del mensaje musical. Algunos entienden que nuestra crisis rebasa el tema político y ya es un tema humanitario. Otros no. El mundo de las artes es casi exclusivamente de izquierda y ha sido muy difícil explicarle lo que nos tocado vivir a los venezolanos. No ha podido o querido aceptar que sus ideologías maquillaron el colapso de nuestro país durante muchos años. Nuestra realidad y devastación no representan los valores humanistas de la supuesta izquierda que tercamente defiende. No defiendo ni a la izquierda ni a la derecha. Soy crítica con ambos. Los dos extremos son peligrosos y tóxicos. Llevo años exponiendo la evidencia y los resultados del chavismo, pero a la izquierda pareciera importarle más apegarse a una ideología destructiva que a la verdad irrefutable. Fue un branding astuto y eficaz de parte de Chávez y Maduro. Se encargaron de que el lobby mediático a favor de su llamada “revolución” llenara todos los espacios internacionales posibles. Ya sabemos quiénes fueron los emisarios y cómo se hizo la propaganda. Convencieron a los intelectuales de las artes, adineradas —¡pero de izquierdas!— y burguesas, de que el chavismo era “puro amor”. Hablar sobre la crisis venezolana, sus responsables, o en contra de los abusos de los poderosos del Sistema, no me ha hecho famosa, como dicen algunos. Es todo lo contrario. Me ha cerrado muchísimas puertas porque hay quienes harán lo imposible por mantener su manto de impunidad. Me bloquean y me vetan como pueden. Seguirá sucediendo hasta que quienes me confiesan en privado lo que han padecido decidan hacerlo público.
«Para quienes no conocen cómo funciona el mundo de la música clásica, lo explico: el gerente de un teatro o una orquesta no me invita porque soy cónsul de Amnistía Internacional. No me invita porque he hecho lo correcto y defendido la verdad, sin importar el precio. No me invita porque hace años tomé una posición política. No me invita porque le importa la crisis venezolana. Me invita por mi música y trabajo, y en mi caso, a pesar de (no gracias a) mi denuncia constante de los últimos 10 años. Gracias a la ignorancia y apatía de gran parte de la comunidad internacional, mi denuncia, tanto del régimen como del Sistema, se tornó muy incómoda. Hay mucho silencio en el mundo de las artes por oportunismo. Me convertí en alguien controversial. Considero que es casi un milagro que yo haya sobrevivido estos años de denuncia y que mi carrera continúe creciendo. Pero así como he vivido muchísimos momentos difíciles, también me he encontrado con lo mejor del ser humano”, agregó Montero.
—¿Por qué dice que aún puede perder su carrera?
—Esta lucha es entre David y Goliat. Es agotadora, pero hay que resistir hasta que se conozcan todas las capas y capítulos de nuestra historia. Por eso digo que tarda mucho tiempo. El mundo de la música es como cualquier otro. El dinero, los favores personales y los negocios forman parte de la estructura. Así como hay muchísima gente valiosa también hay gente sin escrúpulos. Digo que es un milagro que todavía tenga mi carrera porque, así como hay muchos que entienden el trasfondo de cómo llegamos a este punto de complicidad y corrupción en mi país y apoyan mi denuncia, también hay muchos que buscan opacar mi mensaje y voz. Prefiero no enfocarme demasiado en el tema. Yo seguiré tocando, creando y trabajando como lo he hecho a pesar de las dificultades de estos años.
—¿Se siente capaz de hacer un balance del Sistema?
—Creo que ya he dicho todo lo que tenía que decir al respecto. Hay muchísima gente buena que trabaja desde hace tiempo sin sueldo, por amor al arte y a sus alumnos, pisoteada por los que se encuentran en posiciones de poder. Mi crítica hacia el Sistema ha sido hacia los corruptos y los abusadores, no hacia los más vulnerables. Mi esposo (Sam McElroy) y yo defendemos y ayudamos a la gente maravillosa, a los que no tienen cómo alimentarse, a quienes se han visto silenciados y abandonados todos estos años por los altos ejecutivos. A veces me pregunto si ha valido la pena pagar un precio tan alto por luchar por ellos, si ellos mismos no parecen tener la voluntad de luchar por sus derechos. ¿Pero qué haces si te confiesan tantos maltratos? ¿Quedarte callada? Siento que hacerlo sería abandonarlos. No puedo ser apática, pero recientemente llegué a la conclusión de que esa lucha es de ellos, no mía. Yo hice todo lo posible por ayudarlos, y ellos conocen el castigo y el precio que ha significado para mí.
—¿Cuál es la responsabilidad de los ciudadanos? ¿O simplemente enfrentan un sistema tan perverso que es imposible de combatir?
—La corrupción, económica y moral invadió casi todos los niveles de nuestra sociedad. ¿Qué sería de nuestro país, con tantas bondades naturales y tantos recursos, si una gran parte de la población no se hubiese vendido? Seríamos una Noruega latina.
—¿Se siente responsable también?
—¿Por qué habría de sentirme responsable? No he robado. De hecho, me negué a venderme al chavismo cuando José Antonio Abreu me presentó la oportunidad en 2004. Ya he compartido esta anécdota varias veces. No he abusado. No voté por el chavismo. Me posicioné y continúo posicionándome firmemente en contra de la corrupción y de los protagonistas de nuestra crisis. Del lado que sea. No creo que todos tenemos responsabilidad en esta tragedia. Apuntemos el dedo hacia los verdaderos responsables y asegurémonos de que se haga justicia, como debe ser.
—¿En qué lugar pone a Teresa Carreño en la historia de la música? ¿Se siente sucesora?
—Teresa Carreño siempre será una figura aislada y única en nuestra historia. Lloré al leer su biografía de Milinowski y entiendo perfectamente la soledad y dificultad que sintió y vivió como mujer, madre y artista.
—¿Cómo es su rutina de un día cualquiera?
—No tengo rutina. Simplemente no descanso. Mi compromiso con mi país ocupa gran parte de mi día. Practico lo que puedo al piano, y dependiendo de lo que está sucediendo o de quién necesita ayuda, a veces ni me queda tiempo para practicar todo el repertorio que tengo programado.
—¿En qué consiste hoy ser venezolano en el mundo?
—En ser parte de una operación rescate a diario y permanentemente.
—¿En algún momento de su vida sintió que podía dejar atrás su identidad como venezolana?
—Nunca. Si bien es cierto que he pasado la mayor parte de mi vida fuera de mi país, soy extremadamente venezolana. No he perdido ni mi acento, ni mi humor criollo ni el amor a mi país. Espero algún día regresar, pero en libertad, no como una rehén. Regresaré sin guardaespaldas, sin un carro blindado y sin los privilegios que la mayoría de la sociedad no puede disfrutar. Quiero caminar libremente por las calles de mi país cuando los demás venezolanos también sean libres de hacerlo.