En una visita al diario EI Universal, en 1995, en uno de los talleres de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, el escritor nos confesó que estaba trabajando en sus memorias y que tenía que hacerlo pronto: “Ahora que aún lo recuerdo todo. Y no hacerlo cuando ya no me acuerde de nada”.
Lo dijo sonriente, él, que toda su vida había sido un hombre con una memoria prodigiosa. Uno de sus libros de memorias que más le gustaban era el de Luis Buñuel, que vivió el drama de la pérdida de la memoria de su madre.
“La memoria de mi infancia –me dijo– está fresca y yo la recuerdo incluso desde los colores y los olores”. Uno de los terrores personales de García Márquez era la enfermedad de Alzheimer y la demencia senil, flagelos que ha padecido su propia familia por vía materna, desde su abuela Tranquilina Iguarán que murió ciega y demente; su madre, Luisa Santiaga Márquez, que perdió gradualmente su memoria, y también sus propios hermanos: Gustavo y Luis Enrique García Márquez.
Cuando empezó a sentir los síntomas de la enfermedad del olvido, el escritor, que ya venía combatiendo el fantasma, temía no culminar el primer tomo de tres que había previsto para sus memorias. La primera abarcaría desde 1927 hasta 1955, desde su nacimiento hasta el cubrimiento periodístico en Ginebra. Luego, el segundo tomo abarcaría desde 1955 hasta la escritura de sus primeras novelas y la culminación de Cien años de soledad, y más tarde, El otoño del patriarca y El amor en los tiempos del cólera.
No quería hacer estas memorias en sentido cronológico sino desde las epifanías y hechos más significativos de su existencia. El segundo tomo sería la descripción de cómo había escrito sus novelas y cómo la escritura de ellas coincidía con momentos de su propia vida. A veces, los padecimientos de sus personajes eran los suyos propios, y a veces, los sufrimientos de sus personajes lo afectaban tanto a él mismo, en un duelo de ida y vuelta.
El tercer tomo sería sobre los hombres del poder y las amistades políticas que había tenido García Márquez a lo largo de su vida. El primer tomo lo escribió desafiando lagunas de fechas y lugares, pero prevaleció la memoria intacta de su infancia luminosa en Aracataca, su primer viaje a Bogotá desde el río Magdalena y a bordo del buque David Arango, sus estudios de bachillerato en Zipaquirá, la experiencia de vivir el 9 de abril de 1948 cuando era estudiante de Derecho en la Universidad Nacional, su retorno al Caribe y a Cartagena, su iniciación como periodista en El Universal, luego en El Heraldo y El Nacional, para luego, trabajar en El Espectador. Su viaje a Europa, su recorrido por Europa del Este, su visita a los mausoleos de Lenin y Stalin en la Unión Soviética, su viaje a Caracas que coincidió con la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, sus reportajes en Venezuela que reunió en su libro Cuando era feliz e indocumentado, el viaje inesperado y sorpresivo en enero de 1959 a Cuba en la llegada de Fidel Castro al poder, la vinculación periodística en la naciente Prensa Latina, el viaje a Estados Unidos y, finalmente, la partida incierta hacia México, sin trabajo. Poco después de escribir y publicar Memorias de mis putas tristes, su última novela, en 2004, García Márquez confesó haberse tomado un año sabático, todo 2005, sin escribir una sola línea, y abandonó su rutina de escribir entre las 9:00 de la mañana y las 3:00 de la tarde.
“Ha sido el primer año de mi vida en que no he hecho nada”, le confesó a Xavi Ayén. Había escrito tres cuentos que enlazados integrarían una breve novela titulada En agosto nos vemos, pero no resultó porque no estaba convencido con una de las tres historias.
Consciente de que el fantasma lo estaba rodeando, él lo conjuraba con un humor desacralizador: “Qué maravilla, lo estoy olvidando todo”. Fue un juego obstinado que puso a prueba su optimismo irracional y sus virtudes de clarividente. Cuando vio que su biógrafo inglés Gerald Martin se estaba demorando en la publicación de su biografía, le dijo con una claridad visionaria y dolorosa: “Me quedan pocos años de memoria”.
El periodista Juan Gossain se encontró un día con el escritor y volvió a preguntarle por el segundo tomo de las memorias, y García Márquez fue descarnado en su sinceridad: “No habrá segundo tomo de memorias, porque me está fallando la memoria”.
Nada de eso había sido público y el escritor y su familia preservaron con sabia prudencia el drama que vivía íntimamente García Márquez, el genio que nos devolvió la memoria a los colombianos. Una tarde de 2012, ante una legión de muchachos del mundo que venían en la ruta Quetzal, con periodistas de agencias internacionales a bordo, su hermano Jaime García Márquez contó en tono de confidencia en el patio de las caballerizas del Palacio de la Inquisición, en Cartagena de Indias, aspectos de la vida de su hermano, hasta que uno de los muchachos le preguntó si creía que García Márquez estaba escribiendo una nueva novela, y Jaime, que no es capaz de ocultar un secreto ni decir mentiras, soltó aquella verdad que fue como agua helada en el alma y en el corazón del desierto.
Dijo que no creía que estuviera escribiendo nada después del año sabático que se impuso, después de estar escribiendo por más de sesenta años sin parar. “No vamos a tener más letras de García Márquez”, dijo dramáticamente Jaime, y reveló que la enfermedad del olvido, la misma que había atacado a los habitantes de Macondo, también había arremetido contra su familia, desde la abuelita materna Tranquilina Iguarán a algunos de sus hermanos. La revelación se convirtió en la noticia más triste del mundo, aparecida el viernes 6 de julio de 2012. Y días después, su compadre y amigo Plinio Apuleyo Mendoza lo reconfirmó a través de un mensaje de su propio hijo Rodrigo: “Si alguien quiere hablar con mi papá, que lo vea a la cara. Por teléfono ya no reconoce”. Dasso Saldívar, autor de El viaje a la semilla, se aventuró a decir lo mismo que la agencia internacional de noticias: “Tiene amnesia senil, una variante de alzhéimer”. “Creo que García Márquez no volverá a escribir nunca más”, había dicho en 2009 Carmen Balcells, editora y agente. Y el escritor la desmintió: “No es cierto. No hago otra cosa que escribir”.
Días después fui a visitar a Jaime en su apartamento en Bocagrande y le pregunté si no había previsto el impacto de sus confesiones en el mundo, y me respondió con lágrimas en los ojos: “Hubiera querido equivocarme, hubiera preferido que mis palabras hubieran sido no una verdad, sino un disparate que el tiempo desvaneciera al poco tiempo. Pero no sé qué impulso me llevó a decírselo a aquellos muchachos. Nada puede consolarme porque yo tampoco soy infalible a esa suerte genética”.
Jaime me dijo que nunca tuvo dudas de que su hermano era un genio de la literatura, mucho antes de que lo dijera Günter Grass: “Mi hermano Gabito es un genio declarado científicamente. Un genio como él recibe más información en su cerebro y tiene mayor capacidad para procesar con velocidad todo lo que almacena. En la vida, un acto repetitivo produce la perfección. La manera como él relaciona la realidad y la describe como periodista y novelista es la de un genio. Otro rasgo que yo percibo en él es que se anticipa a los acontecimientos. El Gabito que escribió El amor en los tiempos del cólera era aún un hombre fuerte que no tenía ninguna señal de vejez. Y sin embargo, a medida que pasan los años, la descripción de la vejez que narra él en su novela es lo más parecido a él mismo, contemplado con diez o más años de anticipación”. A García Márquez las historias de olvido lo mortifican, y especula con la idea de que el olvido podría crear otra forma de memoria ficticia. Le espantó saber que esperanza Araiza, la muchacha que le transcribió Cien años de soledad, también perdiera la memoria.
El periodista y escritor Gustavo Tatis Guerra presentará La flor amarilla del prestidigitador (Navona), cuya obra emerge de una minuciosa investigación que el autor comenzó en 1980 sobre el premio Nobel de Literatura y que culmina con este libro que se convierte en el retrato más íntimo y humano de Gabriel García Márquez que en 17 capítulos revela detalles sobre cómo la genialidad del escritor se erigió en el seno de su familia.