La página abre y una imagen conocida aparece en la pantalla: un machete. Es aleatoria, cambiará cada vez que se navegue por la página. Y, en algunos casos, estarán acompañadas por sonidos. Del lado izquierdo se despliega un menú con 14 categorías que abarcan 268 morfemas criollos. Se trata del Diccionario visual del español de Venezuela, un sitio web para consultar y deleitarse con definiciones ilustradas de la cultura venezolana.
Francisco Javier Pérez, caraqueño de 60 años de edad, es desde 2015 Secretario General de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE). Lexicógrafo, licenciado en Letras y doctor en Historia, ha ejercido como docente universitario y fue presidente de la Academia Venezolana de la Lengua entre 2011 y 2015. Pérez es autor de numerosas obras literarias sobre temas históricos y lingüísticos, y el 10 de septiembre presentó el Diccionario visual del español de Venezuela: una herramienta digital producto de cinco años de trabajo junto con un equipo informático y de diseño de la Fundación Empresas Polar.
Avalado por la Academia Venezolana de la Lengua, el diccionario ilustrado fue concebido para apoyar la formación académica de niños y jóvenes venezolanos. La navegación por la página es simple: basta con presionar alguna de las categorías semánticas como «la comida”, «la familia», «el transporte», «la naturaleza» o «las tradiciones» para descubrir ilustraciones y fotografías de voces representativas del habla venezolano.
Desde #FundaciónEmpresasPolar celebramos que el Diccionario visual del español de Venezuela estará en línea al alcance de todos, mostrando con orgullo un compendio de las expresiones típicas del habla venezolana. Está disponible en #BiblioFEP a través de https://t.co/849DnPtZSK pic.twitter.com/A19JyIwF9U
— Empresas Polar (@EmpresasPolar) September 10, 2020
Desde 2015, Francisco Javier Pérez reside en España. Este año se ha visto confinado en su piso en Madrid. Allí lee y escribe mucho. Y atiende su trabajo en la ASALE de manera telemática. Además, concluyó y publicó a finales de julio Relato de los últimos días, un libro de ensayos literarios que comenzó en 2019. «En lo personal, tuve bastante trabajo creativo que me distraía del drama que se estaba viviendo», dice Pérez.
—¿Cómo fue el proceso de conceptualización y creación del Diccionario visual del español de Venezuela?
—Siempre me sedujo un diccionario que invirtiera el orden de los factores. Es decir, cuando consulta uno convencional, el lector reconstruye mentalmente todo lo que le dicen las palabras. A mitad de camino, entre el diccionario tradicional y el visual, se encuentra el ilustrado, que luego de la definición, muestra una imagen que acompaña esa palabra. Pero no puede ilustrarlo todo. Entonces, el diccionario visual es aquel que invierte el peso de la descripción lexicográfica convencional a una imagen. Yo siempre soñé con una obra así. Presenté el proyecto a la Fundación Empresas Polar y tuvieron el tino de respaldar esta idea. Antes de venirme a Madrid, había quedado clara toda la conceptualización e idea del diccionario. Fue un proceso muy largo, no solo por la determinación del texto lexicográfico, sino por el desarrollo del elemento visual. Había que lograr un ensamblaje entre dos disciplinas, la lexicográfica y la de diseño e ilustradores. Para cualquier persona la imagen debería generar una palabra. Ese es el examen inequívoco del diccionario. Y el elemento venezolano entra porque buscamos que la imagen presente una palabra criolla. Este género tan interesante ofrece muchas opciones para conocer la lengua. En lo personal, me siento muy contento porque creo que el resultado es muy digno, muy estético y válido.
—Como un investigador de la palabra, ¿qué aprendió con este proyecto?
—Aprendí que las palabras son imágenes, aunque uno no lo vea con tanta nitidez. Cuando decimos una palabra, hay una imagen dentro de nosotros. Constatar eso ha sido importante. También, darme cuenta de que podemos trabajar en equipo. Yo estaba convencido de lo contrario, pero me di cuenta de que sí se puede. Ver que el diccionario se pudo lograr junto con otros me satisface muchísimo. En la parte lexicográfica tuve el apoyo de Gracia Salazar, una de mis discípulas; todo el equipo de dibujantes, el personal de Polar involucrado, los informáticos de la Fundación y a Gisela Goyo, coordinadora de Ediciones de Fundación Empresas Polar, que es una gran amiga con quien llevé el pulso de todo esto.
—¿Por qué decidió llevar su idea a la Fundación Empresas Polar?
—Porque he tenido varios vínculos con ellos. Polar ha trabajado temas que han sido míos y ha sido mi gran patrocinante y apoyo. He participado con ellos en obras como los dos tomos del Diccionario histórico del español de Venezuela y en algunos artículos. La Fundación Polar es una vía importante, y les agradezco por eso.
—El diccionario contiene 268 voces, ¿fue fácil escogerlas?
—En lexicografía nada es fácil. Cuando uno tiene un diccionario en la mano piensa que todo ha sido sencillo, porque es lo que el lexicógrafo quiere mostrar al usuario. Determinar cualquier elemento de un diccionario es una tarea compleja, es difícil definir la lengua. No permite que la encasilles, siempre se sale de esos cauces y de esos límites que uno siempre quiere tener para ella. Detrás de las imágenes hay un diccionario complejísimo. Quiere dar un mínimo que permita un máximo. Allí la dificultad de un diccionario de este estilo: está la imagen sola, parece que todo está flotando dentro de la pantalla hasta que tú, como usuario, le das forma. Eso, también, es lo interesante de una obra así. Puedes recorrerla como quieras. Este diccionario no tiene un abecedario. No tienes que entrar por el primer tema hasta el último. Cada uno navega como quiere.
—¿Le interesaba generar nostalgia en el lector?
—De ninguna manera. Todo diccionario es nostálgico. La lengua es nostálgica. Pero en ningún momento fue algún planteamiento, es una derivada, pero no una intención. Esto ocurre, por ejemplo, con palabras que hace mucho no escuchas. Me pasó con un escritor que está afuera desde hace tiempo. Dije guarandinga y me dijo que tenía tiempo sin oírla. A lo mejor guarandinga deja de usarse mañana y nuestros hijos dirán que es una palabra rara. Eso nos habla de esferas lingüísticas de un tiempo pasado. Es una valoración de nuestras cosas. A mí me conmueven las imágenes, en especial las fotográficas, porque son hermosas y me encantan.
—¿Qué espera que aprendan las próximas generaciones al hacer uso de este producto audiovisual?
—Van a aprender lo que eran las voces representativas de nuestra realidad venezolana. Es un saldo permanente.
—¿Cómo percibe el lenguaje de la juventud venezolana?
—Pienso que cada persona, independiente de su edad, modifica el lenguaje en la medida que le sirve para expresar su realidad. Tendemos a tildar de pobre el hablar de los jóvenes, y no estoy seguro de que debe llamarse así. Cada generación nos parecerá más pobre que la anterior. No es tanto de pobreza, en el elemento léxico, sino desconocimiento de palabras. Entonces, también los más jóvenes dirán lo mismo de los mayores porque desconocen nuevas palabras. En lo que sí hay pobreza es en la construcción discursiva. Es decir, cómo los jóvenes hilan un mensaje de manera expresiva, coherente y correcta. Por tanto, entramos en un terreno donde muchos no pueden decir dos frases correctas, sino entrecortadas, llenas de muletillas y con pausas innecesarias.
—Su palabra venezolana favorita.
—Parto de esta idea: para un lexicógrafo no hay una palabra favorita. Me encantan todas las voces que usamos. En especial, y son un fenómeno de nuestra manera de hablar, cuando no sabemos el nombre de algo y le ponemos una palabra que abarca todas. Perol, guarandinga, coroto, cosa, el bicho… todo ese campo a mí me parece fascinante. Nuestro léxico venezolano ha logrado sustituir el desconocimiento del nombre preciso de cada cosa para usar estos genéricos que son realmente estupendos. Dicen todo y nada, son maravillosos.
—¿El lenguaje ha cambiado durante este año pandémico?
—No. Se han incorporado algunas voces muy olvidadas. Por ejemplo, la palabra pandemia era casi de uso médico y ya es de dominio público. También se han incorporado ciertas variantes. La palabra mascarilla en algunas partes se le conoce como careta y en otras careta nasobuco, un poco antiestético. Telemático o conexión virtual es otro ejemplo de expresiones que significan lo mismo. Con el nombre de la enfermedad la Academia tuvo que pronunciarse para explicar que lo correcto es el covid, no la covid. En los medios había confusión y oscilación entre una forma y otra. Entonces llegamos a este punto donde cada quien lo dice como quiere y no pasa nada. Luego, hubo una asociación entre el coronavirus con la enfermedad misma: la idea del covid-19 no era fácil de asimilar de entrada. Es raro, es un acrónimo. Esa ‘d’ al final es disease, pero en español no tiene sentido. Aceptar eso era muy extraño y la gente se quedó con coronavirus.
—¿Para usted qué significa la llamada «nueva normalidad»?
—Eso apunta hacia otro terreno. Desde los órganos gubernamentales de los distintos países se empezaron a proponer una serie de frases y unidades referenciales que buscaban animar a la gente: ‘Ya después de esto habrá una nueva normalidad’. Eso habla de un estado de equilibrio, es el mejor deseo cuando ha pasado algo terrible. Querer hacer mi vida normal es hacer las cosas de siempre sin estar pendiente de nada. Pero es ingenuo. Alborotar y entusiasmar a la gente con una cosa que va a venir, pero no llegó, es un acto casi doloso. Habría que pedirles explicar qué es la normalidad. ¿Esto que está pasando? ¿Ciudades que vuelven al confinamiento para frenarlo? Se inventan este tipo de eslogan, una unidad propagandística, léxicamente hablando, para crear la sensación de que vamos hacia la recuperación de algo. Y me parece muy irresponsable en momentos tan críticos, donde muere tanta gente, inventar clausulas ideológicas. Los regímenes no descansan nunca. Siempre están atentos a su credo político más que otras cosas. Nueva normalidad caló mucho y me pareció doloroso ver personas que decían «cuando venga la nueva normalidad…» ¡por favor! ¿Eso qué es? Es el engaño de las ideologías: crear ilusiones de bienestar o de que viene algo mejor. Pero sabemos que no es así. Y es terrible estar haciéndole creer a las personas eso. Es mejor ser realistas, explicar la situación y no pensar que esto era como pasar una cortina. Esta expresión, y otras, empezaron a fluir por todo el continente y apunta hacia eso que se ha determinado en la lingüística y desde la politología como la neolengua. Los regímenes de izquierda y derecha crean un nuevo idioma que, sobre cualquier base lingüística, empiezan a generar y difundir mensajes que van constituyendo y pintando un panorama de ilusión y grandeza. Ese es el peligro. Es inadmisible cualquier tipo de adoctrinamiento, pero el político es posible de soportar.
—El chavismo también ha configurado su propio lenguaje.
—El chavismo ha alimentado los procesos de la neolengua. Hay bibliografía pensada desde el gobierno para Venezuela: una consciencia y un plan metódico para construir este tipo de desfases que finalmente dan un dibujo ideológico de lo que se quería instalar. Parte de la neolengua han sido los ataques y descalificaciones de todo intento opositor al credo chavista. Pensemos en todo el conjunto de calificaciones que han hecho: escuálidos, terroristas, golpistas. La lista es enorme. Si ataco o modifico la lengua estoy ganando un terreno tremendo para mis objetivos. La neolengua consiste en sembrar en el idioma mensajes que me beneficiarán, harán que las personas cambien su manera de pensar, apoyen mis causas y sigan lo que yo quiero. Es acrítica, no busca conciencia sino repetición. El chavismo utiliza eso como una herramienta política, un mecanismo de poder y dominación sobre las personas. Son recursos antidemocráticos peligrosos.
—¿Cuál es su postura, como secretario general de Asociación de Academias de la Lengua Española, con respecto al lenguaje inclusivo?
—Primero, ¿qué se entiende por lenguaje inclusivo? Es uno donde no se discrimina a nadie. ¡Magnífico, maravilloso! Si lográramos eso, sería digno de elogio. Lo que pasa es que el lenguaje en sí mismo no es inclusivo ni excluyente. No es bueno o malo. Es una posibilidad de comunicarnos, pensar y de expresarnos. Nosotros lo hacemos inclusivo o excluyente. ¿Hacemos lenguaje inclusivo cuando decimos o escribimos el gobernador y gobernadora, el niño y la niña? No. Eso, lamentablemente, no hace al lenguaje inclusivo; simplemente están creando duplicaciones innecesarias con palabras que, cuando las decimos, aunque tengan el género masculino o femenino, incluye a los hombres y mujeres. No deja por fuera a ninguno.
—Ahora se utiliza la letra e para no denotar género, así como la @.
—No somos más cuando creemos inventar formulas gráficas impropias o modificaciones morfológicas absurdas en la lengua. Entre ellas, la aberración absoluta del «todes» y parecidos que van en contra del español. Es antinatural e insostenible. No se puede hablar así porque son formas ajenas al idioma. Son anomalías y nadie puede sostener una conversación de cinco minutos usando esos géneros y números neutros en los sustantivos y adjetivos. Por otra parte, género es un accidente gramatical, un término técnico, que no alude al sexo de nadie. Las palabras no tienen sexo. El masculino inclusivo es aquel que habla de hombres y mujeres como un conjunto, sin poner por encima a los hombres sobre las mujeres. También hay un femenino inclusivo y ocurre lo mismo. Así es nuestra lengua. Eso que es tan hermoso e interesante, transformarlo en algo tan tonto como esas duplicaciones, o poner todo en femenino si soy feminista, en realidad habla de pobreza mental y de ideología. Esto no va a triunfar. Son ilusiones de grupos reivindicativos, de feminismos trasnochados. Nunca pensé la discusión tan insulsa que se podría dar. Son grupos pugnaces de feminismo sinsentido. Ese que olvida a las propias mujeres y agrede a todo aquel que no respalde ese tipo de creencias. Me asombra mucho. Lingüística y gramaticalmente hablando es un disparate. El español tiene maneras de incluir y excluir como cualquier otro, pero no por inventar eso se acabará. Quienes siguen esta especie de religión van a barrer, de manera brutal, a todo aquel que no se acople. Es muy curioso, en España no puedes decir nada porque te agreden. Las redes sociales son un incendio permanente por cualquier cosa que digas. Te amarran a la hoguera. Ni en la Edad Media quemaron a tantas personas por pensar lo que pensaron. Estamos construyendo un mundo donde la libertad parece no existir en nada.
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