Federico Herrero es un joven pintor costarricense, nacido en 1978. Estudió brevemente en el Pratt Institute en New York (1997-1998) y el resto de su formación ha sido autodidacta. Su obra se ha hecho visible con justa prontitud y ya se encuentra avalado por importantes museos, galerías, bienales y publicaciones. En el año 2001 recibió el Premio Especial a un Artista Joven, para participar en la 49na Bienal de Venecia. Este tipo de acontecimientos es trascendental en la carrera de un joven creador, y en este caso, considero que le abrió el camino a otros futuros proyectos.
En términos de influencias artísticas regionales, la obra de Federico Herrero se separa del arte geométrico y el muralismo, y posee un nexo más palpable con el conceptualismo y la obra de Roberto Matta (Chile, 1911-Itlia, 2002). El conocimiento evidente de estas tendencias se enriquece en su caso con una vitalidad tropical, un sentido del color plano y luminoso, y su admiración por la visualidad callejera.
Herrero es un artista inquieto que cultiva en igual medida la pintura y la aventura, cuestionando continuamente los límites. Por ejemplo, los límites espaciales los subvierte a menudo en obras que parten de la tela y se apropian de paredes, escaleras o suelos. El soporte de sus obras puede ser un mural en un edificio, un autobús o un parque infantil abandonado, como si el mundo entero fuera un único lienzo que todo lo conecta.
En la Bienal de La Habana de 2003 pintó el mapa del mundo en el fondo de una piscina, con el propósito de que los nadadores cubanos tuvieran la experiencia imaginaria de recorrer el mundo a su antojo. Poniendo así en evidencia su visión del arte como herramienta para evolucionar, para hacer un impacto realmente positivo. Además de La Habana, su natal San José, o Londres, Dusseldorf, Sao Paulo, Tokio, San Francisco, Ciudad de México y muchas otras ciudades han sido temporalmente el «canvas» para inspirarse y realizar sus obras o acciones artísticas, a medio camino entre la pintura tradicional y el arte de acción social. Al recorrer las calles de una ciudad nueva, Herrero acostumbra a hacer fotografías de lugares, esquinas, paredes, elementos arquitectónicos llenos de coloridos y contraste. Luego utiliza estas imágenes como punto de partida para sus pinturas de gran formato.
El protagonismo del color es palpable en sus obras. Tomemos como ejemplo su pieza aquí ilustrada, del año 2003. Sobre el fondo amplio de un azul cielo claro parecen moverse los tentáculos de dos criaturas, especie de aliens tan comunes en sus obras. La dinámica de los tentáculos se complementa con el colorido del cuerpo de ambas criaturas. La yuxtaposición de colores, texturas y tonos, con garabatos, trazos geométricos y otros, le dan una vitalidad casi corpórea a la composición. Todos los sentidos se unifican imaginariamente, a través del color percibimos aquí movimiento, sonido, textura… Estos «aliens» que el propio Herrero ha mencionado en varias ocasiones son el fruto de su repertorio imaginario inagotable, y poseen una identidad híbrida, en parte animal y humano, extraterrestre y engendro urbano.
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