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Fabiola Ferrero: Fotografío para rescatar la memoria de una Venezuela que lo necesita

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La primera mujer venezolana en ser reconocida con el Word Press Photo, uno de los galardones más importantes del mundo de la fotografía, no cree ser extraordinaria. Para ella, es complejo sentirse de esa manera cuando su trabajo es tan parte de sí que los premios pierden relevancia. Tras la noticia Fabiola Ferrero, fotoperiodista caraqueña radicada en Colombia, pero cuyo espíritu sigue merodeando por cada calle y valle del, entre el Ávila y el sonido de las guayacamayas, responde a quienes puedan verla como algo más allá de lo que es.

Con 31 años de edad, aún busca su reflejo en la niña que estudió en el Colegio Nuestra Señora de Pompei en la Alta Florida, que se iba a la azotea de su edificio en Bello Monte y le pedía a su familia que la grabaran para reportear en frente de una cámara de televisión que no existía. Aquella que encontró en el periodismo un refugio ante cualquier situación, siendo tan joven, y que jamás pensó que la fotografía llegaría a ser tan importante en su vida.

«Me da nervios hacer esto. Soy periodista, pero no sé cómo dar entrevistas, ¿puedes creerlo?», dijo, tímida, de entrada. «No sé cómo termino hablando y qué percibirá le gente, cómo me retratarán. Me siento desprotegida. En este momento te estoy entregando el poder de quién soy», se sinceró.

La única hembra de Juan y Josefina, el sándwich entre sus hermanos, sin querer parecer existencialista, algo que detesta, se define a través de sus carreras. «Soy periodista (graduada en la UCAB hace 10 años) y fotógrafa (desde hace 7). Me he dedicado, desde hace algún tiempo, a la región de Suramérica. Mi foco es Venezuela y trato de generar memorias creando registros de este momento en el que estamos. Eso soy. O eso pienso que soy».

Busca retratar la crisis más allá de las noticias usando la emoción como elemento clave en su narrativa. Su deseo es complementar la pregunta «¿qué está pasando?» con «¿cómo afecta esto a nuestras almas?». Y lo está logrando. Su premiada serie No puedo oír a los pájaros es prueba de ello.

—¿Lista?

— Tanto como puedo estarlo.

—¿Qué estabas haciendo cuando recibiste la noticia del premio? ¿Dónde y con quién estabas? Felicidades, por cierto. 

—Estaba en mi cuarto (risas). Gracias, gracias. Es curioso porque en mi teléfono no me gusta tener las notificaciones activas. El correo me había llegado hacía rato y yo ni idea. Cosas que pasan. Ojo, pero esto lo supe hace 3 semanas.

—¿Cómo te aguantaste todo este tiempo?

—Estuve frenética. Quería decirlo por todos lados, pero no podía.

—¿Y qué se te pasó por la cabeza esas 3 semanas?

—No pensé demasiado, siendo honesta. Sentí que el propio proyecto estaba buscando su camino. No soy demasiado de premios. Estos últimos años me he enfocado en aplicar a becas que, de hecho, fueron las que me permitieron tener financiamiento para hacer este proyecto. Es interesante lo que está pasando porque, realmente, No puedo oír a los pájaros hizo su propio camino a pesar de mí.

Fotografía de la serie No puedo oír a los pájaros con la que Ferrero ganó el Word Press Photo, región Suramérica, 2023

—¿Cómo llegó la serie No puedo oír a los pájaros a los premios?

—Es algo que se ha ido construyendo desde 2017. Empecé cubriendo las protestas; hice un capítulo en el que trataba de retratar a Venezuela como un estado mental. El tema fue cambiando, no obstante, hacia el duelo y la migración. En 2022 hice otro que se llama The Wells Run Dry, que se convirtió en un libro. Es el último gran capítulo de mi trabajo en Venezuela. Fueron 6 meses de investigación, entre pre, pos y trabajo en campo. Trabajé con 5 periodistas en Mérida, Caracas, Sucre, Zulia y Bolívar. En esos lugares estuve buscando rastros de la promesa del país que creíamos que teníamos, el país de lo posible. También, traté indagar en la memoria de lo que fue Venezuela antes de la crisis, el país que mis padres y generaciones anteriores nos cuentan que existió. Así se ha ido construyendo este proyecto. No sé cómo llegó al concurso. Básicamente, haces una edición de imágenes, en este caso fueron 24, donde traté de poner los temas más importantes y coherentes; busqué un balance entre las más informativas, directas y metafóricas que hablaran de un ambiente emocional. Presenté todo y después el jurado se hizo cargo de lo demás.

— ¿Por qué ese título?

— Viene de un poema (se detiene y suspira). Ha guiado mi proyecto por años y es de Eugenio Montejo, uno de mis poetas favoritos, venezolano. Se llama Debo estar lejos. Hace referencia a cuando no estás en casa, ciudad o país, y lo que escuchas son voces con acentos extranjeros y dejas de oír las aves que forman parte de tu normalidad. Hoy día lo siento cada vez más porque ya no estoy en Caracas y no escucho mis pájaros, mis guacamayas a las seis de la tarde. Habla, en sí mismo, de la pérdida.

En el camino

Fabiola Ferraro

—¿Quién te dio tu primera cámara?

—Me la regalaron mis padres. Tenía trece años y la usaba para hacerme selfies, retratar a mis amigos y a la familia. Nada profesional. Pero la que empecé a usar seriamente en periodismo era una Canon chiquita, sencillita. De hecho, no en esta selección, pero hay fotos que fueron tomadas con ella que forman parte del proyecto.

—¿Recuerdas cuál fue la primera foto que tomaste?

— Claro (sonrió). Una de mi familia. Preservar a mis padres y mis hermanos para el futuro, tenerlos en imagen más allá de mi trabajo, es parte de mi travesía en este mundo.

—¿Y en qué momento dijiste: seré fotógrafa?

—No me acuerdo porque no fue un momento, fue un proceso. Yo lo que realmente quería era ser reportera. Solo eso. Escritora también. Por eso el título del seriado viene de un poema. La palabra está muy presente en mi trabajo. Pero creo, eventualmente, que también la imagen me da una flexibilidad en la interpretación del momento que vivíamos que con la palabra me costaba un poco conseguir. Tal vez por eso voy siempre a la poesía; es donde siento que las palabras tienen más espacio de interpretación cambiante en el tiempo. No hubo un momento específico, pero sí hubo un proceso en el que cada vez me acercaba más a la imagen como una manera de hablar, de contar algo.

—¿Estudiaste Fotografía? 

— No. Digamos que mi formación no fue formal y también fue un proceso. Tomé talleres con Roberto Mata, por ejemplo, con Leo Álvarez, que fue –y es– un profesor de documentalismo muy importante en mi proceso de fotoperiodista. Con Laura Morales, profesora de la escuela de Mata quien me explotó el cerebro y me encantó. Luego tuve oportunidades de formación como el Mentorship Program de la Agencia VII de Estados Unidos. Allí tuve una mentora fantástica a quien admiré muchísimo, Maggie Steber. De hecho, estudié sus fotos comenzando en mi viaje como fotógrafa y tuve el honor y el placer de ser su alumna por 2 años. También tuve oportunidades con Magnum Foundation, que me escogió como fellow de un programa que se llama Photography and Social Justice. Estuve en el Eddie Adams Workshop, en Carmignac Foundation, también en una masterclass del Word Press Photo. En resumen, mi formación ha sido de mano de mis mentores. Creo muchísimo en el poder de la mentoría, en tener una persona que te guía más que en un programa estricto que sea igual para todos. Eso me cuesta un poquito.

Una de las fotos en la selección de Fabiola Ferrero para Word Press Photo

—¿Quiénes han sido tus referentes en el mundo de la fotografía?

— ¡Uy! ¡Pero muchísimos! Héctor Rondón, de los años 60. Leo Álvarez, mi profe. Admiro a toda la generación de fotógrafos increíbles como Ronald Pizzoferrato. También hay muchas mujeres haciendo un trabajo importantísimo como María Arévalo con las cárceles, Silvana Trevale, Adriana Fernández. Eso en Venezuela. Globalmente, hay tantos que son referencia (hace una pausa). Cristina de Middel, la que más admiro; Matt Black, Yael Martínez, Isadora Romero, ecuatoriana que ganó el Word Press el año pasado. ¡Son muchos!

— ¿Y en base a lo aprendido, puedes definir a un buen fotógrafo en tres características?

— Lo primero, tiene que ser buena persona. Tiene que saber que no puede hacer de todo para tomar una foto. Eso, creo que incluso a mí me costaba mucho. Cuando estás empezando, el deseo es demostrarle a todos que sabes y que puedes hacer cosas. Allí es cuando tiendes a apurarte y cometes errores. Con el tiempo te vas dando cuenta de que es en la calma donde realmente puedes hacer un trabajo valioso, que sea honesto, ético y que no pise a nadie. También, evidentemente, hay una importancia técnica. De resto, hay un montón de características que dependerán de lo que cada persona quiere hacer con la fotografía. No hay una respuesta demasiado clara, pero creo que hay que ser transparente con la gente, no hacer promesas y hablar claro siempre.

—¿Y el mejor equipo para lograr la mejor imagen?

—Yo nunca he sido de equipo. Trabajo con varias cámaras: analógicas, digitales y también con el teléfono. Para mí, el equipo no es demasiado importante. Para el último capítulo del trabajo que hice el año pasado, tuve un patrocinio y Canon me prestó unas cámaras. Fue la primera vez que trabajé así, con algo tan grande, me sentí en la cima. Sin embargo, reitero, para mí es indiferente mientras siga creando memorias.

«Voy siempre voy a la poesía; es donde siento que las palabras tienen más espacio de interpretación cambiante en el tiempo», dice Fabiola Ferrero

—¿Alguna imagen que haya marcado tu vida?

—(Piensa) Hay imágenes que tengo en la cabeza desde mi infancia. Por ejemplo, recuerdo muy claramente el 11 de abril. Es una pequeña película que vive en mi cerebro. Recuerdo perfecto la tensión que había en casa por una prima que estaba marchando, los tiros y los muertos. Eso marcó mucho mis intereses futuros. Esas imágenes, la violencia a la que nos acostumbramos, la sociedad tan agresiva y polarizada; esa de los 2000 tempranos son imágenes que hoy día tienen mucho que ver con mi trabajo. Busco mucho en la memoria de aquellos años.

—¿En qué momento contar el colapso del país a través de imágenes se convirtió en tu línea de trabajo?

—Hay razones por las que uno empieza a ser cosas que, muchas veces, no son por las que uno continúa haciéndolas. Yo empecé, en parte, porque tenía esas memorias que necesitaban ser escuchadas. Por la adrenalina. También incluyo la idea de grandeza de que ‘voy a ir hasta allá porque el mundo tiene que saber de esto’. Con el tiempo, se te desmonta el mito de que eres el mensajero que le dará al mundo una verdad y, en mi caso, lo que te queda es el interés de rescatar la memoria, de generar archivos y registros de un país que lo necesita(ba).

—¿Periodismo o fotografía? ¿La balanza se inclina por alguna?

— Creo que (…) Es una mezcla de ambas cosas. Es una con la otra, el «y» las separa y no, para mí son una. Sin embargo, con la fotografía puedo decirte que me doy licencias que no me puedo dar en el periodismo. Esa es la razón por la que me gusta trabajar tanto con la imagen. Existe una libertad lúdica, casi adictiva, para experimentar. Para mí, la experimentación sirve en el proceso creativo y en algún momento ambas se unen y dan vida a cualquier proyecto.

Entrevista vía Zoom de Fabiola Ferrero con El Nacional. Jueves 20 de marzo 2023

—Decidiste emigrar, pero volviste a Venezuela para contar. ¿Por qué emigraste? ¿Y por qué volviste?

Yo no decidí emigrar, la vida lo decidió por mí. Me vine a Colombia porque mis padres viven aquí. Siempre estuve yendo y viniendo hasta que me agarró la pandemia con ellos. Fue algo circunstancial. Pero Venezuela… (se encoge de hombros) es todo. Siempre sigo volviendo. Regreso porque sigue siendo mi historia para contar; es parte de mi búsqueda personal, pero me quedo afuera porque me da cierta paz mental.

—Como migrante venezolana, ¿cómo has vivido tu proceso en Colombia?

—Hablemos de privilegios (señaló enfática acomodándose frente al monitor). Nunca crecí con demasiada fanfarria, me crié en Bello Monte, nada del otro mundo. Pero soy clase media. Eso y ser blanca son dos características que te dan privilegio, aquí y en cualquier parte. Soy consciente de eso. Cuando me toca cubrir la migración y tengo que ir a Cúcuta, Pamplona o Boa Vista, justo adonde están los caminantes, estoy clara que estoy fotografiando un migrante que no vive mi misma realidad. No puedo engañarme y desconocer que llegué aquí en avión, que vine casi por elección, que no me expulsaron las situaciones como a ellos. A eso, agrégale que tienes una cámara y te vas a adueñar o apropiar de la imagen de esa persona; hay un juego ahí que te complica el cerebro. Es complicado. Mi proceso migratorio es doloroso como el de todos, ese es el punto de intersección en el que todas las clases sociales nos unimos, pero hay muchos matices. Mi proceso tiene un dolor propio de la migración, pero también tiene mucho de darme cuenta lo afortunada que soy dentro de las circunstancias.

—Venezuela, ¿puedes definirla en una palabra?

—No. Una sola le queda pequeña.

—¿Dos, tres? ¿Una frase?

Una sociedad que aún con la herida, camina con mucha dignidad. Sin duda alguna, todavía estamos atravesando esa herida, no es algo del pasado, pero sí creo que está evolucionando. Es como si hubiésemos visto un barco hundirse y ahora vemos las maderas florando en el mar. Hay cierto tipo de imágenes que tuvieron un momento específico en los últimos años y ahora siento que es una crisis más silenciosa y más emocional, mental, del paisaje; más del abandono que queda en el país en ciertas zonas.

—Reconocida por Magnum, el World Press Photo y más. ¿Adónde apunta ahora tu carrera? ¿Te importan los premios?

—No. Uno no hace esto por los premios, sin duda. ¿Hacia dónde va mi carrera? A seguir generando memorias. Yo trabajo en otros países, me interesa eso, sobre todo conocer otras culturas y personas, pero mi historia, lo que realmente me mueve, es Venezuela. Ojalá pueda seguir generando memorias sobre mi país.

«Me gusta retratar la desolación y la ruina», señala Fabiola Ferrero

—¿Blanco y negro o color?

—Las fotografías a color o no, con grano o sin grano; analógica o digital, como sea. Lo que sirva mejor al propósito.

—Y sobre aquellos que se autodenominan fotógrafos porque tienen un teléfono con buena cámara. ¿Qué opinas de eso?

—Me parece fantástico que todo el mundo tenga acceso a una cámara. Es importante y positivo que la gente pueda verse a sí misma y apropiarse de la manera que quiere verse. Si te soy sincera, me preocupa más la Inteligencia Artificial (ríe). Pero esos son riesgos que vienen con la imagen digital. Sin embargo, creo que la democratización de la imagen es el camino.

—¿Tienes alguna imagen que sueñes con tomar?

—Wow, no lo había pensado (reflexiona y hace silencio).

—¿Pero sí la hay?

—No (…) Es decir, hay temas que me interesan, que quisiera seguir trabajando. La ruina y la desolación, por ejemplo. Es visualmente algo que me gusta retratar.

—¿Cómo así?

—Es interesante ver la yuxtaposición de una estructura de concreto, algo que fue hecho por el hombre, siendo invadida por la naturaleza. Ese tipo de imágenes que hablan de una vida que existió, me gustan mucho. Pero algo que yo busque, que quisiera en futuro… pueden ser cosas nuevas. Creo que la imagen que quiero tomar son fotos que aún no me he imaginado.

Fabiola Ferrero para Word Press Photo 2023

—¿Y actualmente estás trabajando en algo?

—No te puedo decir.

—¿Por qué?

—Estoy trabajando en algunos proyectos, pero están muy pichones como para hablar de ellos. Tampoco quisiera compartirlos, pero tengo otro gran proyecto que no es de mi fotografía, pero está relacionado con ella: Semillero Migrante.

— ¿Puedes hablar sobre él?

—Nació en 2021 y es un programa educativo gratuito para jóvenes migrantes venezolanos y sus pares colombianos. Hoy, la meta es expandirlo a América Latina. De las cientos de solicitudes, escogemos entre 8 y 12 alumnos que quieran desarrollar un proyecto visual relacionado con la migración. Es en español, gratuito, online. En el programa tenemos mentores y clases magistrales con 20 fotógrafos de la región, filósofos, o maestros en distintas ramas dependiendo de las clases. Es importantísimo porque habla de la democratización de la imagen. Al finalizar, los conectamos con editores, les generamos espacios profesionales y les vamos abriendo más ventanas a aquellos que no tienen los recursos para disfrutar los privilegios del mundo del fotoperiodismo.

—¿Tienes algún consejo para esos jóvenes que, como tú, quieren dedicarse a la fotografía?

—Que tengan paciencia. Los buenos trabajos se toman tiempo y mucho. Los trabajos de largo aliento son los ideas haciendo lo que ellos quieren con uno; te van diciendo qué camino ir tomando. Para hacer eso, no obstante, hay que esperar que los temas evolucionen y luego evolucionen en uno. A veces creemos que el primer trabajo que hacemos es el que es, pero en realidad es solamente algo que hay que pasar para entender a dónde quieres llegar con tu trabajo. Finalmente, buscar mentores; esa es la clave para uno crecer y no ensimismarse demasiado. Hablar con personas que tienen mucho más tiempo haciendo lo mismo que tú.

—Hay un país más allá de este caos que es Venezuela hoy. ¿De ese país qué te gustará contar?

—Me encantaría. Claro que sí. Pero, ojo, de repente son muy pocas las fotos que rescatan eso en el proyecto, pero dentro de ese dolor, está la vida ahí mismo; la vida ocurriendo, la que no para. Me interesa todo lo que tiene que ver con Venezuela, su alegría, su dolor, su dignidad, su complicación, sus colores, sus guacamayas. Desde los clichés hasta lo más doloroso. Todo convive ahí. Por eso es tan importante que la gente fotografíe. Debemos y tenemos que preservar todas las memorias que sean posible.

«Venezuela es lo que soy; es mi historia y todo se lo debo a ella». Fabiola Ferrero

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