España homenajeó este jueves a Joaquín Sorolla, «el pintor de la luz», en el centenario de su muerte. Se llevaron a cabo actos encabezados por sus descendientes, flores y música de violonchelo, en el cementerio donde está enterrado, en Valencia. Además, en la casa de Madrid en la que vivió y que hoy alberga su museo.
A comienzos del siglo XX, Sorolla era el pintor español más reconocido internacionalmente. Pero tras su muerte en 1923 su figura se fue olvidando fuera de España. Algo que en los últimos años ha cambiado, con importantes exposiciones en París, Londres, Milán, Dallas o Nueva York.
Los colores azules, amarillos, blancos y verdosos, que el artista plasmó en sus lienzos, fueron los que predominaron en el conjunto floral que el bisnieto del pintor Antonio Mollà Lorente y su tataranieta Ana Richi Pons-Sorolla depositaron hoy en la tumba del cementerio de Valencia en la que descansan sus restos.
Con el sonido de un violonchelo de fondo, Mollà subrayó la importancia del homenaje a «un formidable pintor» y a uno de los «hijos más ilustres» de Valencia; cuyas playas retrató en numerosas de sus obras.
Los restos de Sorolla se trasladaron a su ciudad natal días después de fallecer en Cercedilla (Madrid) el 10 de agosto de 1923. Ocurre tres años después de sufrir un ataque de hemiplejia. Aunque en un principio fue enterrado en un panteón de su familia política, posteriormente su nieto y arquitecto Francisco Pons Sorolla construyó un mausoleo propio en el mismo cementerio.
Joaquín Sorolla, eterno
En su sepulcro, de líneas sencillas y que contiene el escudo de la ciudad y una corona de laurel en cuyo centro pone la palabra «SOROLLA», reposan tanto los restos del pintor como de su mujer y musa, Clotilde García, y sus tres hijos, así como de otros miembros de la familia.
Según recordó su bisnieto, el féretro con los restos de Sorolla llegó en tren desde Madrid hasta Valencia. Fue trasladado hasta el cementerio en un arcón de artillería porque recibió honores de capitán general; un acontecimiento que llenó de personas las calles de la ciudad.
Previamente al de Valencia, el pintor fue objeto de un homenaje en los jardines de su casa-museo en Madrid con otra ofrenda floral depositada bajo un busto del artista. En ese momento dos bandas recordaban el año de su nacimiento (1863) y el de su muerte, un tributo que culminó también con música de violonchelo.
Los dos actos forman parte del amplio programa organizado durante todo el año para recordar al artista español.
El Año Sorolla luce en museos y espacios expositivos, en estaciones y trenes, en calles y palacios, en sellos, vinos y monedas, en medios de comunicación. También, en tiendas físicas y virtuales que venden un sinfín de productos basados en algunas de sus obras más conocidas, como «Paseo a la orilla del mar» (1909) o «Chicos en la playa» (1910).
El aumento del interés por la figura del pintor se constata con los visitantes a su museo en Madrid. Éste recibe a unas 250.000 personas al año, de las que el 32 por ciento son extranjeros; en una tendencia creciente entre los turistas estadounidenses y franceses, principalmente.