El compositor italiano Ennio Morricone falleció hoy a los 91 años de edad en una clínica de Roma por las complicaciones de una caída sufrida en los últimos días, confirmó su familia.
El compositor murió durante la noche en la clínica Campus Biomedico de la capital italiana donde se encontraba después de que hace unos días sufriera una fractura de fémur por una caída.
Uno de sus cuatro hijos, Marco Morricone, explicó que el funeral será «estrictamente privado». En un comunicado difundido a los medios la familia asegura que se pretende respetar «el sentimiento de humildad que siempre ha inspirado los actos de su existencia».
El músico «ha conservado hasta el último momento una plena lucidez y gran dignidad» y se ha podido despedir de su esposa, Maria, que le ha acompañado en todo momento.
Artista, Morricone ha hecho soñar a varias generaciones con sus bandas sonoras para el cine con marca propia, que le encumbraron como uno de los mayores compositores de todos los tiempos.
Morricone nació en Roma el 10 de noviembre de 1928, estudió en el Conservatorio Santa Cecilia bajo la dirección de Goffredo Alessandrini y se diplomó en composición, trompeta y canto coral.
Comenzó como compositor de música sinfónica y de cámara, extendió su actividad a la música ligera y trabajó además de arreglista de cantantes como Gianni Morandi o Jimmy Fontana.
Su primera incursión en el mundo del cine, al que quedaría para siempre vinculado, se produjo en 1961 con la banda de la película Il federale de Luciano Salcio y acabaría fraguando una estrecha colaboración con otros cineastas como Marco Bellocchio o Bernardo Bertolucci.
Su gran éxito llegó con el padre del «spaghetti western», Sergio Leone, de quien fue compañero de escuela en Roma.
Para él compuso las dramáticas bandas de la Trilogía del Dólar, spaghetti western protagonizada por Clint Eastwood: Per un pugno di dollari (1964), Per qualche dollaro in più (1965) e Il buono, il brutto, il cattivo (1966).
Ya consagrado como uno de los más prestigiosos compositores de la historia del cine, trabajó con otros directores como Pier Paolo Pasolini, Lina Wertmuller, Roman Polanski, Oliver Stone y Pedro Almodóvar en Átame (1990).
Algunas de sus aportaciones más célebres son las composiciones para la cinta Nuovo Cinema Paradiso (1988), de Giuseppe Tornatore; la obra maestra de Bernardo Bertolucci, Novecento (1976), o la historia de aquel misionero jesuita de The Mission (1986).
En sus estanterías lucen decenas de premios, como tres Grammy, cuatro Globos de Oro y un León de Oro de Venecia, consagrándole como uno de los grandes compositores de la historia del cine.
En 2006 recibió el Óscar honorífico y una década después, en 2016, lo ganó por la banda sonora de The Hateful Eight (2015) de Quentin Tarantino.
Este año había sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2020 junto a otro de los grandes compositores, el estadounidense John Williams, y pretendía acudir a recogerlo.
Sus composiciones se asientan sobre dos grandes pilares: Johann Sebastian Bach e Ígor Stravinski- «Son ellos dos los polos determinantes», reconoció el maestro en un libro-entrevista con su otro gran amigo, Giuseppe Tornatore.
Pero si hay un secreto en sus partituras es el rol del silencio: «El silencio es música, al menos tanto como los sonidos, quizá más. Si quieres entrar en el corazón de mi música, busca entre los vacíos, entre las pausas», recomendaba.
En enero de 2019, a los 90 años de edad, Morricone comunicó que dejaría de componer y durante ese año ofreció una serie de conciertos para poner recordar los temas que le hicieron célebre. En Roma se exhibió en las imponentes Termas de Caracalla.
Morricone deja como legado una inolvidable carrera de la que solo se ha arrepentido de una cosa, tal y como confesaba en el mencionado libro: no dedicar más tiempo a su esposa, María, con la que tuvo cuatro hijos y que le acompañó en sus últimos momentos.
El compositor es uno de los grandes emblemas de la capital, a la que amó también en el campo de fútbol, siempre siguiendo a la Roma.
Su infancia transcurrió en el pintoresco barrio del Trastevere, vivió en su ático de Ara Coeli, en la céntrica y bulliciosa Plaza Venecia, y en los últimos años se mudó al más apacible barrio del EUR.
En su ciudad descubrió su amor por las partituras gracias a su padre, que también era músico. Así empezó una carrera que la que fueron frecuentes las crisis de creatividad surgidas por las prisas de la industria del cine, como él mismo reconocía.
Pero nunca perdió esa pasión, ni siquiera en los peores momentos. Jamás dejó de amar la composición y las orquestas.
«Cuando era muy joven dije a mi mujer: ‘cuando tenga 40 años acabo con el cine’ pero seguí. Después de los 40 dije ‘cuando tenga 50 años lo dejo’ pero no fue así. Obviamente continué con 60, 70, 80 años… Siempre he ido diciendo que dejaría de escribir para el cine con 90 años. Y ni siquiera ahora se qué haré», afirmaba en su libro.