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Emilia Pérez: entre la autenticidad artística y el peso de las modas

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Por Gil Molina

Emilia Pérez, el más reciente fenómeno cinematográfico del director francés Jacques Audiard, se presenta como una obra arriesgada y transgresora, desafiando las convenciones del cine tradicional. Es un musical, un thriller, un drama sobre el narcotráfico, y también entre tantos elementos argumentales es un ejercicio de reflexión sobre la identidad de género, la independencia y la libertad de las mujeres. A lo largo de su compleja estructura narrativa y visual, la película busca deslumbrar, conmover y, a veces, desconcertar. Sin embargo, en su intento por abarcar tantos elementos, la cinta termina siendo un escaparate de marketing y tendencias más que una declaración artística sólida.

Audiard ha creado, sin duda, una de las películas más intrigantes de los últimos tiempos. Su propuesta de mezclar el mundo violento del narcotráfico con un viaje interno hacia la identidad de género resulta tan atractiva como peligrosa. En la historia, una abogada se ve envuelta en una misión inesperada: ayudar a un jefe del cártel a abandonar su vida criminal y cumplir un deseo largamente guardado: convertirse en mujer. La mezcla de violencia y transgénero, representada en lo que más bien parece un musical, es ambiciosa, pero ¿es suficiente para hacer de Emilia Pérez una película que trascienda más allá de su estéticamente llamativa y vacía fachada?

Desde la primera escena, el director se enfrenta al espectador con una propuesta que se siente tanto desafiante como desorientadora. La violencia de los cárteles y la intimidad de la transición de género se entrelazan de manera deliberadamente grotesca, pero en muchos momentos, esta dicotomía se siente como una representación de «temas de moda» más que de una discusión genuina y profunda sobre la identidad trans y el universo del crimen organizado.

En este contexto, la interpretación de Karla Sofía Gascón, quien interpreta a la protagonista Emilia Pérez, se convierte en una pieza clave para la película. Su trabajo ha sido aclamado por la crítica, obteniendo varios premios, incluida la reciente nominación a los Premios Oscar como Mejor Actriz. Sin embargo, la atención que ha recibido por su identidad trans ha generado una controversia que no puede pasarse por alto. Gascón ha sido celebrada no solo por su habilidad actoral, sino también por ser la primera mujer trans nominada como Mejor Actriz. Esta visibilidad es sin duda un paso importante en la inclusión dentro de la industria cinematográfica, pero también plantea un dilema: ¿estamos premiando el talento de Gascón, o simplemente hemos sucumbido a las dinámicas del marketing y la moda que lo convierten todo en un fenómeno de visibilidad trans, como si de una tendencia pasajera se tratase?

Esta reflexión sobre la moda en torno a la transexualidad es un punto central en la crítica de Emilia Pérez. El cine de hoy en día, particularmente el cine en español, ha comenzado a ver el tema de la identidad de género como un recurso atractivo para atraer audiencias y premios. No es casualidad que una película tan cargada de elementos visuales, musicales y controversiales haya sido promovida a tal escala, con un fuerte enfoque en la visibilidad de Gascón como actriz trans. Aquí es importante destacar una de las diferencias clave entre festivales de cine y las entregas de premios cinematográficos como los Oscar. Los festivales se centran más en descubrir voces y estilos nuevos y diversos, mientras que los Oscar se han convertido en una herramienta para que la industria premie la popularidad y recaude más ingresos, muchas veces impulsando o creando «modas». En este contexto, se nos repite constantemente que películas como Emilia Pérez tienen mérito por ser de habla no inglesa, o que Gascón debe ganar el premio a Mejor Actriz por ser la primera mujer trans en aspirar a la estatuilla, sin una valoración seria del verdadero talento actoral.

Lo que esta película hace al darle tanto peso al «fenómeno trans» es, quizás, lo mismo que ocurrió con figuras históricas como Hattie McDaniel o Rita Moreno: al asociar su éxito a su raza o etnia, se les priva de ser valoradas por su trabajo en su totalidad. El problema es que la moda de la diversidad y la inclusión, a menudo impulsada por las redes sociales y los grandes estudios de Hollywood, puede, paradójicamente, desvalorizar el talento genuino, en vez de ponerlo en el centro de la conversación. En este sentido, es desconcertante que actuaciones impecables como la de Vic Carmen Sonne en La chica de la aguja, otra película nominada como Mejor Película Internacional este año, queden relegadas. Si los Oscar realmente consideraran a las mejores actuaciones del año, nombres como Sonne deberían ocupar un lugar central en la conversación.

La industria, dominada por gigantes del marketing, a menudo coloca a sus estrellas en una especie de ciclo constante de promoción, donde la narrativa que rodea a una película se construye en torno a temas de moda, y no necesariamente alrededor de la verdadera calidad artística. Emilia Pérez se presenta como un ejemplo de cómo, a veces, el marketing termina por eclipsar la verdadera sustancia de una obra cinematográfica.

Por otro lado, es importante reconocer que Emilia Pérez tiene momentos de gran poder visual y emocional, y es en estos momentos donde la verdadera fuerza de la película brilla. La forma en que Audiard y su equipo logran crear una atmósfera de transición tanto física como emocional, a través de la música, los bailes y las escenas de violencia, es innegablemente efectiva en muchos aspectos. No obstante, estas virtudes son opacadas por la sensación de que la película se diluye en una amalgama de temas, sin llegar nunca a ofrecer una reflexión verdaderamente madura y coherente sobre la identidad trans, el crimen organizado y el precio de la transformación.

El futuro de Karla Sofía Gascón en la industria es incierto, y es aquí donde surge la gran cuestión. Si el cine sigue siendo tan susceptible a las modas, ¿realmente se reconocerá su talento actoral en el futuro, o quedará atrapada en la burbuja de la visibilidad trans? En un momento en que la industria de Hollywood parece más preocupada por los números y las etiquetas que por el arte en sí, el riesgo de que Gascón se convierta en una «moda» es alto, y ello podría ser perjudicial para su carrera a largo plazo. El desafío, tanto para ella como para otros actores que no encajan en los moldes tradicionales de la industria, será conseguir que se valore su trabajo más allá de su identidad, y que no se les reduzca a un simple símbolo de cambio.

En conclusión, Emilia Pérez es una película que se enfrenta a la tensión entre la verdadera transformación y la superficialidad de las tendencias de marketing. En lugar de ofrecer una reflexión profunda y madura sobre temas complejos, se convierte en una muestra de cómo el cine, a veces, se convierte más en un producto que en un arte genuino. Si Emilia Pérez ha de ser recordada por algo, que no sea solo por sus innovadores recursos visuales o la visibilidad de su protagonista trans, sino por un recordatorio importante: el talento auténtico, como el de Karla Sofía Gascón, no debe ser relegado a las modas del momento, sino celebrado por su calidad en la actuación, sin adornos ni etiquetas.

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