Las obras de Carlos Cruz-Diez se mueven. Mejor dicho, dan la sensación de movimiento valiéndose de la persistencia de la imagen en la retina. Las del artista venezolano Elias Crespin, residenciado en París desde 2008, también. Pero tiene otra manera de lograr que los volúmenes en el espacio estén en constante movimiento.
Es el siglo XXI y la tecnología está al servicio del arte. Y Crespin incorpora motores para que las figuras dancen en el aire al ritmo que la programación indique. Sus obras pasaron por Cabudare, Valencia y Caracas, llegaron también a Dublín, Nueva York, Buenos Aires, Zurich, Pekín y París. El 25 de enero de 2020 una de sus piezas entrará al Museo del Louvre. Diseñada especialmente para la escalera du Midi, ubicada en la ala Sully, al sur este de la edificación.
«Es emocionante. Creo que uno de los objetivos que podría plantearse un artista es llegar allí. Es el museo más visitado del mundo, uno de los más prestigiosos. Alberga obras antiguas, entonces se establece una conexión muy interesante con la historia del arte. Es increíble. Es ser un referente de la cultura venezolana y latinoamericana, y eso me llena de mucho orgullo», expresa Crespin, de 54 años de edad.
Caraqueño. Es nieto de los artistas Gego y Gerd Leufert e hijo de matemáticos. Salió de las aulas de la UCV en 1990 como Licenciado en Computación. Ejerció formalmente durante 15 años. Trabajó con bases de datos y programación. El paro petrolero del año 2002 lo obligó a estar más en casa y, en su tiempo de ocio, empezó a investigar sobre una idea que había tenido en el año 2000.
«Había una retrospectiva de Gego en el Museo de Bellas Artes. En la entrada del primer piso había un cubo virtual de Jesús Soto, que era una maravilla. Me quedé de pie, viéndola. Extasiado. Conecté el cubo con el estudio de funciones matemáticas con la que graficas en el espacio. Y pensé ‘si un objeto tan hermoso pudiera graficar funciones y hacerlas variar en el tiempo, de manera que se mueva, tendría en la mano algo interesante». Recordó, entonces, esa primera relación entre tecnología y arte.
Dos años después, el experimento dio como resultado la Malla Electrocinética I. Era un capricho personal, algo que simplemente tenía en su cabeza y quería llevarlo a la realidad. No pensaba exponerlo. A veces, cuando sus amigos iban a casa, la mostraba. Es en una de esas ocasiones cuando el curador Rolando Carmona le propone exponer en Cabudare. Había una exhibición llamada Ingravidez, que trataba sobre la liviandad. Así entró Crespin al mundo del arte y allí se quedó.
Al Louvre llegó por una exposición en el Grand Palais de París, en 2018. Artist & Robots reunía la obra de varios artistas que utilizaban tecnología en sus piezas. Grand Hexanet es la pieza que realizó Crespin. Un hexágono suspendiendo en el espacio, debajo de una cúpula abovedada.
Esa es la obra que captó la atención de Jean-Luc Martinez, director del Museo del Louvre desde 2013. Días después recibió una llamada: Buenas tardes. Lo llamamos desde la presidencia del Museo del Louvre. El director quiere reunirse con usted. ¿Está interesado?».
Un año. Ese fue el plazo que Crespin se propuso para hacer una obra para el museo que recibe más de 10 millones de visitantes al año. «En la reunión me dijo que el manejo del espacio y la transformación del espacio y del volumen le fascinaba. Que quería una obra de forma permanente», cuenta Crespin. Visitó la institución unas 15 veces, hasta conseguir el lugar ideal: «Uno de mis criterios es que no puedo invadir un espacio ya artísticamente definido».
L’Onde du Midi comenzó a montarse este viernes. Consta de 128 tubos delgados de aluminio de 1,50 metros de largo. Pintados con barniz de poliuretano azul y negro, están dispuestos de forma paralela. No es sencillo, indica el artista. El Museo de Louvre es Patrimonio de Francia, por lo que todo se debe hacer bajo la supervisión de los arquitectos custodios. Del 7 al 11 de enero se montará la estructura y luego se harán pruebas y ajustes para la inauguración.
El nombre de la escultura se lo da la escalera sobre la que está ubicado: «Es un área de transición entre las tres galerías que conforman el departamento de antigüedades egipcias. En el intersticio, la pausa, se podrá disfrutar de L’Onde du Midi».
Forma parte de las actividades que realiza la institución por el aniversario 30 de la Pirámide, que construyó Ieoh Ming Pei. La obra será permanente y se unirá a la Colección Nacional de Francia, señala Crespin.
Actualmente trabaja con seis galerías: Cecilia Torres, en Nueva York; Denise René, en París; Hadrien de Montferrand, en Pekín y Londres; RGR, en México; Espacio Monitor, en Caracas y María Baró, en Madrid.
En Francia lleva 11 años. La crisis no lo llevó hasta allá, sino su esposa, quien consiguió un trabajo como parte de su posdoctorado. «No teníamos la alarma que a tantas personas se les prendieron para irse del país. Era una oportunidad interesante de hacer un proyecto». Al principio, no buscó incorporarse al círculo artístico de París. Ya trabajaba con la Galería Cecilia Torres de Nueva York. Tampoco tuvo que buscarlo, los eventos se fueron dando con el tiempo. Como dice, una «sucesión de causas y efectos».
Recuerda que su primera exhibición en París la hizo en 2010 en una galería pequeña, que ya no existe, llamada Ars longa, y que no pertenece al circuito comercial. Llegó allí por invitación de uno de los dueños. «Las paredes estaban en mal estado, el lugar algo mal iluminado, un poco distinto a lo que estaba acostumbrado. Armamos un equipo y frisamos las salas, pusimos lámpara, quedó buenísimo. Se hizo un intercambio con el público de una zona populosa de París, hubo actividades con niños, vinieron jóvenes con problemas de violencia. Una actividad bien positiva. Fuera de lo tradicional de las galerías comerciales», añade.
En 2020 participará en colectivas en Pekín, Madrid y México. No tiene apuro. Espera ver como esa «sucesión de causas y efectos» lleva a sus elementos a seguir danzando en el espacio.