En medio de la oscuridad, un corno lejano y expectante rompe el silencio en la sala del Teatro Luis Peraza. No se escucha nada más, solo el instrumento que continúa su melodía en tensa calma. La atmósfera que se percibe en el lugar se asemeja a los segundos previos al estallido de una guerra: no pasa nada pero en el aire, se respira la certeza de que pronto algo ocurrirá. Las luces se encienden de súbito y el público, frente a frente, con el escenario en medio, casi no tiene tiempo de reaccionar.
Inmediatamente, los 22 actores que conforman el elenco de El círculo de tiza, del dramaturgo alemán Bertolt Brecht, salen desde todas direcciones hasta el centro del escenario. Cantan, bailan y aplauden en perfecta coordinación de movimientos. Con su melodía introducen la historia: hay un conflicto entre ganaderos y agricultores por la propiedad de una tierra. Si los grupos no llegan a un acuerdo pronto, la sangre será el precio que tendrán que pagar.
Una vez cesa la música, la Delegada de la Comisión de Reconstrucción lee el acta de la reunión que se desarrolla entre ganaderos y agricultores. Los primeros, encargados de la cría de cabras, piensan volverse a establecer en la zona. Los segundos, dedicados al cultivo de frutas, quieren el campo para ellos. Ambos se enfrentan, discuten y argumentan. ¿A quién le pertenece la tierra? ¿De quién es el tan codiciado valle? Esa es la pregunta que llena la obra de Bertolt Brecht, estrenada en 1948.
“El pedazo de tierra hay que verlo como una herramienta en la que se nota algo útil. Pero también es justo que se mida el amor por un determinado pedazo de tierra”, dice la delegada en medio de la reunión que llega a buen fin. Se celebra el acuerdo y se da el anuncio de que para el encuentro se preparó una obra de teatro con dos cantores famosos. Los artistas llegan y proponen interpretar una vieja leyenda: El círculo de tiza, una historia que se contó por primera vez en China. Comienza nuevamente la música a sonar y los 22 actores bailan, cantan e interactúan. Las escenas se suceden una tras otra con gran ritmo y rapidez. Para cuando el público lo nota, los intérpretes ya se cambiaron de vestuario para dramatizar la leyenda.
En tiempos remotos, un gobernador y su esposa tuvieron a su primogénito: un robusto bebé llamado Michael, su único heredero. La cotidianidad de la rica familia se ve interrumpida de pronto por un mensajero que trae noticias urgentes, anuncios que tratan de advertirle al desinteresado millonario sobre la guerra. El gobernador no lo atiende y ante esa decisión paga un altísimo precio: no pudo evitar un levantamiento en su contra. Su cabeza termina en una pica. La esposa huye y, en su afán por salvarse, deja olvidado al niño.
Es entonces cuando Grusche, una cocinera del palacio, lo encuentra. Decide salvarlo incluso a costa de su propia vida. Se lo lleva con ella, huye a las montañas y lo cría. Una vez terminada la guerra, la esposa del gobernador exige de regreso a su hijo. ¿De quién es el niño? ¿De la madre que lo trajo al mundo o de la que lo educó? La decisión se tomará en un juicio presidido por unos escribanos de reputación corrupta. El grupo de pintorescos personajes, luego de recibir múltiples sobornos de la esposa del fallecido gobernador, decide entonces que el niño se quedará con aquella que consiga sacarlo de un círculo diseñado con tiza, agarrándolo cada una de un brazo.
Esa es la historia de El círculo de tiza, una obra compleja de la corriente que instauró Brecht conocida como teatro épico. La pieza cuenta con prólogo y cinco actos, en la versión original puede durar hasta 4 horas. En la versión del Centro de Creación Artístico TET (Taller Experimental de Teatro) tiene una duración de dos horas, 22 actores en el elenco, cinco actrices que comparten el papel de Grusche y múltiples intérpretes que se rotan los papeles constantemente entre las escenas. La obra se presenta sábado y domingo, a las 4:00 pm, en el teatro Luis Peraza del 4 al 26 de marzo.
Un centro de calidad para crear
Es la segunda temporada de El círculo de tiza en el Luis Peraza. Tras el éxito de la primera, con funciones a sala llena en 2022, el elenco volvió por petición del público. Por eso para uno de sus directores, Guillermo Díaz Yuma, es un poco sorpresiva la baja presencia en la sala. “No nos está yendo tan bien como la primera temporada, donde no tuvimos problemas de sillas vacías. Nos extrañó porque nos pidieron una segunda temporada. Creo que se debe a la economía que nos afecta, los economistas dicen que no hay ventas y, cuando las hay, el teatro es el primer afectado. Todas las salas tienen el mismo problema. Es difícil para nosotros porque los teatros están vacíos, volvió de nuevo el bajón”, comentó.
Para esta segunda temporada, cuenta Joe Justiniano, otro de los directores de la pieza, el número de invitados gratuitos se redujo. Eso influyó considerablemente en la cantidad de público. “Somos una sociedad muy mediática y como no hay una fuerte discusión en los medios masivos es difícil que el público no vinculado al mundo teatral se entere y se sienta atraído. Creo que la gente está prefiriendo el entretenimiento comercial puro y duro, donde los trabajos artísticos que inviten a reflexionar y educar no son su primera opción. Hace falta mucho apoyo de los medios. Todo aquel que ve la obra reconoce su calidad, sabe que está allí, puesta sobre el escenario”.
A pesar de la baja afluencia de público, desde el Centro TET insisten en mantenerse en las salas y ofrecer contenido de calidad sobreponiéndose a las dificultades. Un trabajo bien realizado que queda en evidencia sobre las tablas a pesar de las múltiples dificultades que enfrentaron para llevar a escena un texto tan complejo como el del El círculo de tiza.
La complejidad radicó incluso desde el proceso de adaptación del texto original a la versión más reducida que presentan, señaló Justiniano. “La adaptamos manteniendo elementos originales y buscando un equilibrio para que todos tuvieran participación y pudieran trabajar como intérpretes”, comentó. Una vez adaptada, se tuvo que hacer todo el proceso de musicalización: la obra tiene canciones de diferentes ritmos y melodías en todas sus escenas.
El trabajo se hizo partiendo de las propuestas de los 22 egresados del taller, quienes aportaron ideas sobre cómo mantener las líneas del dramaturgo en ritmos nuevos y usados. “Hicimos adaptaciones desde el contexto de la obra, buscando lo mejor. Incluimos piezas de diferentes ritmos, yo lo que hice fue ordenar sus propuestas. A medida que conseguimos sonoridades íbamos incluyendo cosas que se adaptaran a este escenario”, explicó Boris Paredes, director musical de la obra, quien recordó que tardaron 6 meses en tener lista la parte musical.
Una vez con la pieza y la música ensayados, se enfrentaron a la tercera dificultad: el trabajo de dirección. Justiniano y Díaz Yuma partieron de un espacio vacío para contar la historia con un limitado número de elementos escenográficos. Querían centrarse en el trabajo de los intérpretes, quienes durante tres años (cuatro en el caso de esta generación que se vio afectada por la pandemia) se formaron en su centro.
“Otra labor difícil fue lograr que todos coincidieran en los ensayos ya que en un país como el nuestro era difícil que pudieran ir a ensayar y a la vez mantener su trabajo para sostenerse. La quinta tiene que ver con el tema económico; levantar una obra tan compleja como esta siempre implica una gran dificultad, sobre todo si se trabaja desde la autogestión. Todo tiene su costo”, recordó Justiniano.
Formarse como profesional y crear
Tras 50 años recién cumplidos en diciembre, el TET reconoce la adversidad y no le teme. Todo lo contrario, sus miembros y alumnos ya saben lo que se debe hacer cuando va bien y cuando va mal. “Es un empeño que viene de las ganas de no flaquear ante la adversidad que nos azota. Ha habido mucha mezquindad con el teatro en específico. Es un arte muy complicado y ha habido una mezquindad acentuada por aquellos que manejan los fondos. No han sido bondadosos con el teatro. No es extraño para nosotros la adversidad, ante ella uno aprende a resistir”, sentenció Díaz Yuma.
El Centro de Creación Artística TET se centra sobre todo en el teatro político, no panfletario. Todo tipo de teatro, así sea drama o comedia, quiere decir algo. Eso lo hace político porque trata de una sociedad, habla del vivir diario. De allí viene el empeño de Díaz Yuma por mantenerse sobre las tablas. Una insistencia y terquedad que también comparte Justiniano: “En el TET siempre apostamos por la riqueza humana del venezolano, por el trabajo local. Trabajamos con plataformas que llegan a la sociedad civil y a lugares comunitarios. Por ejemplo, tenemos el festival franco-venezolano que va por su tercera edición y también programas sociales que usan las herramientas del teatro para sensibilizar en temas y problemáticas que nos rodean”.
El TET, asegura, es uno de los pocos grupos de teatro que combina la creación artística con la formación profesional. “Hacemos teatro de arte y bajo cualquier situación apostamos por la calidad sin olvidarnos del trabajo comunitario. Somos un grupo que ofrece arte de calidad a precios muy bajos. Toda persona puede acceder al teatro, ver un producto de calidad un poco fuera del circuito comercial que muchas veces no se centra en la reflexión sino en hacer dinero”, dijo. Alcanzar la calidad como intérpretes, reconociendo sus cualidades corporales para la creación, es precisamente el principal objetivo de sus estudiantes.
Reconocerse como una herramienta
A la actriz Emilhy Arias, una de las 22 intérpretes de El círculo de tiza, se le puede ver sobre el escenario cantando, bailando, actuando y aplaudiendo para llevar el ritmo de la música. Mensajera, madre de un hombre moribundo, persona del pueblo o miembro del grupo de los agricultores, la joven interpreta más de 3 papeles en la obra. Una dinámica similar que comparten sus compañeros de escena. La historia tiene una sola Grusinia, sí, pero hay hasta 4 actrices que la interpretan en cada función: se rotan el papel entre las escenas con ritmo, rapidez y agilidad. El público sólo nota el cambio cuando la nueva actriz ya está en el escenario.
“Ser estudiante del TET es una experiencia de vida, es una forma de abrirse a verte a ti mismo como un instrumento de creación. Es una exploración corporal para conocerte a ti como herramienta y como ser humano. En las clases profundizas en tus límites y cómo usar también los límites y esas barreras mentales”, contó Arias. Junto a ella, otros 21 jóvenes ingresaron al centro tras presentar una audición que mantiene el mismo criterio del recinto: darle al intérprete la libertad y el espacio para crear lo que desee.
La formación se completa una vez el alumno pasa por 3 estadios: el pre-expresivo, el expresivo y la expresión, que concluye con un montaje final. El primer año, contó Arias, es un entrenamiento y un enfrentamiento a ejercicios y dinámicas corporales para indagar cómo funciona el cuerpo, qué imágenes puede crear y cómo usarlas a favor. “Eso hace que el actor comience a conectarse con su cuerpo y crea lo que pasa en su imaginario y en su mente”.
Después pasan por varias experiencias expresivas a través de monólogos y escenas grupales. “No hay nadie que te imponga las indicaciones, te dan mucho espacio para crear. Los maestros te guían para que aprendas a expresarlo”. El círculo de tiza como montaje final fue una propuesta que vino, precisamente, de los estudiantes. Ellos la escogieron, los directores solo hicieron que destacara su talento sobre las tablas.
¿De quién es la tierra?
Montar una pieza de Brecht como El círculo de tiza no fue fácil ni para los directores ni para sus intérpretes. Una de las cosas más difíciles, de acuerdo con Arias, fue engranar cada escena e instante para que fuera fluido. “Hay demasiadas cosas pasando y cualquier silencio o demora puede poner en peligro todo el trabajo. Lo más difícil fue eso, agarrar el ritmo grupal. La repetición fue una de las cosas que más nos ayudó, repetir miles de veces lo mismo”, contó la intérprete que durante 4 años asistió a clases, de 2 a 5 de la tarde, tres veces por semana.
El círculo de tiza fue la historia ganadora, explicó, sobre todo por la temática. “Todo el trabajo que hicimos en el primer y segundo año hablaba mucho de lo femenino, la mujer, la desigualdad social y las injusticias. Esta obra conecta con todos esos temas que tocamos. Esa fue la que mejor funcionó”.
Si Arias tuviera que escoger una de tantas enseñanzas que le dejó el TET destacaría una frase que le dijeron y que siempre se dice a sí misma: “El día que no quieras hacer algo es el día que más tiene que hacerlo”. Una reflexión que va en sintonía con la enseñanza que El círculo de tiza le dejó como intérprete y que busca transmitir al público: “El valle es de quien lo siembra”.